Leí en dos
o tres días otra rareza de Mario Levrero, autor uruguayo catalogado como uno de
“los raros” junto a Felisberto Hernández y otros. El libro es, en verdad, dos
libros de relatos: Los Muertos / Aguas salobres.
Como decía en otra reseña, Levrero tiene una línea más lúdica (La Banda del Ciempiés, Nick Carter),
una muy realista (La novela luminosa)
y otra oscura, más kafkiana (La trilogía involuntaria).
En estos dos libros se cruzan principalmente la línea realista y la oscura pero
también está presente lo mágico, la fantasía pura (una casa en la que hay caños
de los que salen hombrecitos de miniatura, un pueblo costero que un día
descubre que desapareció el mar, etc.) Una rareza, sin duda, pero si todo lo demás
puede no convencer a los no fanáticos del uruguayo, el último relato es
imperdible: son cinco carillas que relacionan un amor incompleto y un cuento inconcluso
con el pegote de un caramelo. Si no quieren comprar el libro, búsquenlo en una
librería y lean ese relato a escondidas; después me cuentan.
Mini
apuntes:
- “No
estoy exactamente enamorado de la muchacha, pero es la única disponible.” (p. 30)
“–
Antes – me informan – el noveno piso estaba entre el octavo y el décimo; ahora,
qué quiere que le diga. Se alejan, se han alejado mucho.” (Buen ejemplo de lo mágico en Levrero.) (p.
64)
- “Lo
que realmente quería hacer, de todo corazón, era echarme a dormir. Durmiendo es
como encuentro las mejores ideas para resolver situaciones difíciles, y muy a
menudo las situaciones difíciles se resuelven solas mientras duermo; uno está
demasiado consustanciado con la noción de actividad, y muchas veces, casi
siempre, se dedica a entorpecer las cosas en lugar de darles oportunidad de
resolver su curso a la manera de ellas”. (p. 79) ¿No es una maravilla?
- “Mientras
tanto abría muy laboriosamente un atado de cigarrillos, cuya compra había sido justamente
el motivo para entrar al café; la operación es sencilla pero en él tiene un carácter
ritual: la búsqueda morosa de la tirilla para abrir la envoltura de celofán,
mientras examina el atado como si fuera el primero que ve en su vida,
descartando cualquier tipo de acción automática; luego la etapa de tirar de la
punta muy lentamente, hasta separar por completo la parte superior de la
envoltura, y dejarla con cuidado sobre la mesa; la apertura del papel de aluminio,
cortándolo como si temiera lastimarlo al hacer presión contra la faja, que
mantiene apretada con un índice; y por fin, antes de golpear la cajilla contra
el borde de la mano izquierda para hacer asomar el primer cigarrillo, deposita
casi con devoción en el alféizar de la ventana esa especie de paquetito
apretado, muy pequeño, formado con los trozos de papel sobrante; y al terminar
esta etapa de la serie de operaciones, tiene una pequeña sonrisa y como un
suspiro de satisfacción.” (p. 99) Gran ejemplo del híper-realismo de Levrero,
esto me recordó a mi época de fumador en la que tenía un ritual bastante
parecido.
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