lunes, 29 de marzo de 2021

Ah la identidad

 


Leí La memoria de Shakespeare, una colección de cuatro cuentos de Borges con temas aparentemente mágicos: un hombre que se encuentra con su doble menor, unas piedras que se multiplican al infinito, un hombre que logra quemar una rosa y volver sus cenizas a su verdadera forma, una hombre que adquiere la memoria de otro. Detrás, los temas son la identidad, la locura o la cordura, la literatura que nos constituye.

"Agosto 25, 1983". Otra vez “el otro”, otro encuentro entre un Borges más joven y un Borges más viejo, con una vuelta de tuerca: la aparición de un falso Borges falso. El viejo le dice al joven que escribirá “el libro con el que hemos soñado tanto tiempo” (p. 413) pero que lo publica “bajo un seudónimo. Se habló de un torpe imitador de Borges”. (p. 414)

"Tigres azules", sobre el infinito y la locura. Alexander Craigie cuenta que en 1904 fue en busca de unos supuestos tigres azules en el Delta del Ganges pero encontró, en vez, unas piedras azules que se multiplicaban sin cesar y que le auguraban el infinito, que es la locura: “mi alucinación personal importaría menos que la prueba de que en el universo cabe el desorden. Si tres y uno pueden ser dos o pueden ser catorce, la razón es una locura.” (p. 421) Las piedras lo dejan al borde de la locura hasta que en la mezquita de Wazil Khan se encuentra con un mendigo, le da una piedra y el mendigo demanda todas. Finalmente, el mendigo le dice: “No sé aún cuál es tu limosna, pero la mía es espantosa. Te quedas con los días y las noches, con la cordura, con los hábitos, con el mundo.” (p. 424)

"La rosa de Paracelso". El viejo alquimista Paracelso pide a dios un discípulo y luego olvida su pedido. Un desconocido, Johannes Grisebach, llega al taller de Paracelso buscando ser su discípulo pero pide, para creer, que Paracelso queme una rosa y vuelva a convertir las cenizas en rosa. Paracelso dice que a esta altura de su carrera solo usa como herramienta a la palabra pero no quiere hacer lo que pide Grisebach; pero como aquel insiste, Paracelso la quema pero se rehúsa a devolver la forma de la rosa. Sólo cuando Grisebach se va, convencido de que Paracelso es un charlatán, la rosa resurgió. Yo lo leo como una parábola de la literatura; aunque la palabra es todopoderosa, Paracelso y Grisebach no se entienden; y en algún lugar, toda la literatura es la misma, es ceniza y rosa. Todo el mundo es una sola cosa: “¿Crees que la divinidad puede crear un sitio que no sea el Paraíso? ¿Crees que la Caída es otra cosa que ignorar que estamos en el Paraíso?” (p. 426)

"La memoria de Shakespeare". “Shakespeare ha sido mi destino”, dice Hermann Soergel (p. 429) Soergel, un estudioso del bardo, se encuentra con una persona que le ofrece nada menos que la memoria de Shakespeare “desde los días más pueriles y antiguos hasta los del principio de abril de 1616” (p. 430), mes en el que muere. “La memoria del hombre no es una suma; es un desorden de posibilidades indefinidas”, dice Soergel (p. 433). “La memoria de Shakespeare no podía revelarme otra cosa que las circunstancias de Shakespeare. Es evidente que éstas no constituyen la singularidad del poeta; lo que importa es la obra que ejecutó con ese material deleznable.” (p. 434) Así, “la dicha de ser Shakespeare” se convirtió en “la opresión, el terror” (p. 434) hasta que logró finalmente pasarle la memoria de Shakespeare a otro hombre. Para esperar que aquella memoria cediera el paso de vuelta a la suya decidió “poblar la espera” con “la estricta y vasta música: Bach” (p. 435).

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