Leí La memoria de Shakespeare,
una colección de cuatro cuentos de Borges con temas aparentemente mágicos: un
hombre que se encuentra con su doble menor, unas piedras que se multiplican al
infinito, un hombre que logra quemar una rosa y volver sus cenizas a su
verdadera forma, una hombre que adquiere la memoria de otro. Detrás, los temas
son la identidad, la locura o la cordura, la literatura que nos constituye.
"Agosto 25, 1983". Otra vez “el
otro”, otro encuentro entre un Borges más joven y un Borges más viejo, con una
vuelta de tuerca: la aparición de un falso Borges falso. El viejo le dice al
joven que escribirá “el libro con el que hemos soñado tanto tiempo” (p. 413)
pero que lo publica “bajo un seudónimo. Se habló de un torpe imitador de
Borges”. (p. 414)
"Tigres azules", sobre el infinito
y la locura. Alexander Craigie cuenta que en 1904 fue en busca de unos supuestos
tigres azules en el Delta del Ganges pero encontró, en vez, unas piedras azules
que se multiplicaban sin cesar y que le auguraban el infinito, que es la
locura: “mi alucinación personal importaría menos que la prueba de que en el
universo cabe el desorden. Si tres y uno pueden ser dos o pueden ser catorce,
la razón es una locura.” (p. 421) Las piedras lo dejan al borde de la locura
hasta que en la mezquita de Wazil Khan se encuentra con un mendigo, le da una
piedra y el mendigo demanda todas. Finalmente, el mendigo le dice: “No sé aún
cuál es tu limosna, pero la mía es espantosa. Te quedas con los días y las
noches, con la cordura, con los hábitos, con el mundo.” (p. 424)
"La rosa de Paracelso". El viejo alquimista Paracelso pide a dios un discípulo y luego olvida su pedido. Un desconocido, Johannes Grisebach, llega al taller de Paracelso buscando ser su discípulo pero pide, para creer, que Paracelso queme una rosa y vuelva a convertir las cenizas en rosa. Paracelso dice que a esta altura de su carrera solo usa como herramienta a la palabra pero no quiere hacer lo que pide Grisebach; pero como aquel insiste, Paracelso la quema pero se rehúsa a devolver la forma de la rosa. Sólo cuando Grisebach se va, convencido de que Paracelso es un charlatán, la rosa resurgió. Yo lo leo como una parábola de la literatura; aunque la palabra es todopoderosa, Paracelso y Grisebach no se entienden; y en algún lugar, toda la literatura es la misma, es ceniza y rosa. Todo el mundo es una sola cosa: “¿Crees que la divinidad puede crear un sitio que no sea el Paraíso? ¿Crees que la Caída es otra cosa que ignorar que estamos en el Paraíso?” (p. 426)
"La memoria de Shakespeare".
“Shakespeare ha sido mi destino”, dice Hermann Soergel (p. 429) Soergel, un
estudioso del bardo, se encuentra con una persona que le ofrece nada menos que
la memoria de Shakespeare “desde los días más pueriles y antiguos hasta los del
principio de abril de 1616” (p. 430), mes en el que muere. “La memoria del
hombre no es una suma; es un desorden de posibilidades indefinidas”, dice
Soergel (p. 433). “La memoria de Shakespeare no podía revelarme otra cosa que
las circunstancias de Shakespeare. Es evidente que éstas no constituyen la
singularidad del poeta; lo que importa es la obra que ejecutó con ese material
deleznable.” (p. 434) Así, “la dicha de ser Shakespeare” se convirtió en “la
opresión, el terror” (p. 434) hasta que logró finalmente pasarle la memoria de
Shakespeare a otro hombre. Para esperar que aquella memoria cediera el paso de
vuelta a la suya decidió “poblar la espera” con “la estricta y vasta música:
Bach” (p. 435).
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