lunes, 1 de noviembre de 2021

El vuelo del Palomo

 


Ayer murió el chico con el que hacía dupla ofensiva en el mejor equipo de fútbol en el que jugué en mi vida.

Con el perdón de tantos otros equipos y amigos, el mejor equipo en el que jugué en mi vida fue Taciru, un equipo amateur en el Club O. Nuestra camiseta, que aún conservo en algún lado, era horrible. Una banda negra cruzaba en diagonal, dejando a cada lado un triángulo rojo y otro verde.

La base de Taciru eran cinco hermanos de un lado y cuatro primos del otro. El arquero era un primo de los hermanos, Fede R.; atrás jugaban tres de los cuatro hermanos y un amigo: Pablo L., Agustín L., Javi E. y Tomás L; en el medio, de 5, iba el quinto hermano, Andrés; a los costados iban dos primos míos, Guillermo B. a la derecha y Juan P. G. a la izquierda; de 10 otro “extranjero”, Vlado V; y la extraña pareja ofensiva éramos los otros dos primos, Iván P. y yo. Iván medía más de 1,90 pero iba por afuera, generalmente por derecha; parecía lento pero de pronto hacía un amague raro y adelantaba la pierna interminable y tiraba el centro, y yo, de poco más de 1,75, me escabullía detrás de los centrales y cabeceaba al arco, o le daba con la canilla o la rodilla y de rebotero entraba igual. Salimos campeones unas cuantas veces, y yo salí goleador más de una vez gracias a los pases de Juan y de Vlado, y de los centros de Iván.

Siempre me pareció un poco misterioso Iván. Así como en la cancha, parecía que iba a un lado e iba para el otro. De chicos nos veíamos mucho pero éramos como de grupos distintos. Después, durante la adolescencia, hicimos un grupo, estos cuatro primos más otro que jugaba menos al fútbol, Fede B., y el hermano de Iván, Santi P., un gran jugador de fútbol, un cinco durísimo pero con buen pie, y el hermano de Juan, Alejandro. Las peores patadas que sufrí y que dí fueron en picaditos entre nosotros, un tres contra tres en el jardín de alguno, una tarde de diciembre pasadas las siete de la tarde, después de un día de pileta y Coca Colas, con el sol poniéndose y los grillos silbando. La vida era eso: estar con amigos, jugar al fútbol, hablar de chicas (o, para algunos de nosotros, escuchar a nuestros amigos hablar de chicas), planificar vacaciones.

Taciru nació en unas vacaciones en la costa de Chile. Yo no estaba. Se encontraron esos hermanos con algunos de estos primos y se hizo todo un grupo de argentinos que iban a bailar a un boliche que se llamaba Tacirupeca, donde estaban todas las noches al borde de agarrarse a trompadas con chilenos. El boliche, como nuestra camiseta, era horrible. Yo fui a esa misma playa al año siguiente y un día la cosa se puso peluda con los chilenos; yo había tomado un poco, o no tan poco, quién sabe, y estaba la cosa ahí al borde y yo salté y dije “no, muchachos, ¿qué nos separa? ¿Una cordillera? ¿Distintos documentos?” Todavía tengo la nariz un poco doblada del ñoqui que me comí esa noche. ¿Dónde estaba Iván? Si no me equivoco estaba en el auto, con las chicas argentinas, siempre lejos del conflicto innecesario, preparado para llevárselas si se complicaba. Al día siguiente, yo seguía con hielo en la nariz cuando todos contaban los pormenores de la batalla campal; Iván escuchaba desde un costado con una sonrisa enigmática.

El equipo andaba muy bien, y siempre estábamos cerca del campeonato. Algunas veces lo logramos, otras no. Lo más difícil era que los hermanos L., que vivían a 5 minutos de la cancha, llegaran a tiempo. Llegaban siempre al borde de que nos declararan el walk over, en la camioneta F-100 verde en la que iban a las mañanas al Mercado Central a comprar la fruta y verdura que después repartían en los primeros barrios cerrados que aparecían por la Panamericana en los 90. Uno manejaba, los otros agitaban en la caja, haciendo flamear una bandera de Taciru. Nosotros, en cambio, llegábamos siempre a tiempo, ya sea que fuéramos desde el Oeste o desde Capital; en el Gacel de la hermana de Guillermo, el Gol de la mamá de Juan, el Fiat azul de la mamá de Fede B., nuestro fan número uno, siempre fumándose un pucho al costado de la cancha, o en el Duna 1989 de mis viejos, que nos obligaba a parar dos o tres veces a ponerle agua porque recalentaba. La clásica parada, viniendo de Capital, era la Dapsa de Figueroa Alcorta, donde comprábamos una lata de Coca con una moneda de un peso y un tubito de Pringles para el camino; yo al Duna le ponía $10 de nafta y con eso hacíamos Capital-Pilar-Capital y el tanque quedaba en cero para mi hermana.

El Duna se calentaba siempre, Iván nunca. Siempre tranquilo, parsimonioso, con el tranco largo que parecía más lento de lo que era. Cuando llegó Usuariaga a Independiente, a Iván le empezamos a decir Palomo. Iba por un costado, amagaba para adentro, iba para afuera dando un paso largo, y soplaba un centro. Alguna vez era al revés y yo le tiraba el centro a él; me acuerdo de uno que me salió un poco bajo y el flaco tuvo que bajar en escalera a cabecearlo: Iván hizo una palomita en cámara lenta, le dio con la frente cuando las rodillas llegaban al piso y todos gritamos el gol.

En esos años hacíamos todo juntos. Vacaciones, boliche, fútbol. Nos juntábamos a estudiar aunque estudiáramos cosas distintas, pero nadie estudiaba nada. Prendíamos un fuego, tirábamos algo a la parrilla, nada nos preocupaba. Fueron dos o tres años que en la memoria parecen tanto más. Después comenzaron otras cosas, llegaron otras novias, trabajos, planes. Él se recibió de ingeniero, se fue a vivir a Tierra del Fuego, conoció a una chica, se casó, tuvo hijos. Mi último recuerdo de él es de mi casamiento, hace más de 20 años. No estoy seguro si lo volví a ver. Mis otros primos quedaron más en contacto, me contaban de él, de sus hijos, de su vida. Nunca pude hablar en serio con Iván, entenderlo del todo; salvo dentro de la cancha, nunca sabía para dónde podía salir. Salvo dentro de la cancha, nunca pude conectar del todo. Y aunque sea un cliché, su partida me hace pensar que hay algo de esa época, de esa falta de preocupación por el futuro, que hay que rescatar. Preocuparse menos por cosas sin importancia, buscar estar cerca de la gente que uno quiere, tirar centros para que otro cabecee.

Hoy el Palomo vuela en serio, y la banda negra que cruza los pechos de los que jugamos en Taciru adquiere otro sentido.

9 comentarios:

  1. Fer "perro" querido, que lindísimo homenaje al gran palomo.

    Abrazo enorme para todos los que compartimos esos tiempos, especialmente a los primos.

    Pablo L.

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  2. Muy lindos recuerdos muy bien contados! Muy triste la partida del "Palomo" y muy duro momento para la familia!! Abrazo a todos los integrantes de Taciru a quienes recuerdo siempre con enorme cariño!! 🙏🙏🙏

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  3. Gracias Perrito por hacernos revivir tan lindos recuerdos en este día. Iván, muy pocas veces te lo dije, pero te quiero flaco! Nos dejaste muy lindos recuerdos y así te vamos a llevar en nuestros corazones!
    Nos veremos en el futuro para volver a armar el Taciru tan lindo que compartimos! Anda preparando los timbos Palomo querido!

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  4. Que lindas palabras para recordarlo, así fue su paso por el St. Leonards, callado y sencillo muy sencillo y como bien decís su risa entre callada y siempre dispuesto, gran deportista y gran estudioso. Impacta su partida y más de un ser tan noble pero de recuerdos uno se aferra para hacer liviana las partidas. Un fuerte abrazo para todos y que tenga gran viaje el Palomo!!!!!

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