viernes, 14 de marzo de 2025

Realismo con suciedad y poca magia

 


 Antes de irme de su casa, mi amigo Coco, que es un amigo nuevo, me prestó la Trilogía sucia de La Habana de Pedro Juan Gutiérrez. Dijo que a él le parecía un gran libro y que la gente lo ama o lo odia y quería saber de qué lado estaba yo.

La trilogía no es una novela en tres tomos ni tres novelas concatenadas, sino tres libros de cuentos (Anclado en tierra de nadie, Nada que hacer, Sabor a mí) que son un tríptico. Son, si no conté mal, 60 relatos cortos, de los cuales 51, si no conté mal, son en primera persona desde el mismo narrador, Juan Pedro. Los restantes son relatos en tercera persona de otros personajes desde un narrador externo. Pero todos relatan lo mismo, la aldea de Pedro Juan, La Habana, y más en general Cuba, la Cuba sórdida del socialismo real, y todos con el mismo tono y estilo, el del realismo sucio, con el agregado de cierta magia caribeña.

A mí me recordó a Henry Miller (anoté eso en el segundo texto) y hay algo de Bukowski en lo que parece a veces ganas de escandalizar: “El sexo es un intercambio de líquidos, de fluidos, saliva, aliento y olores fuertes, orina, semen, mierda, sudo, microbios, bacterias. O no es.” (p. 11). Bueno, en un punto sí, obvio, pero no sólo eso, ¿no? (También: “Sólo un arte irritado, indecente, violento, grosero, puede mostrarnos la otra cara del mundo, la que nunca vemos o nunca queremos ver para evitarle molestias a nuestra conciencia” p. 105). En estilo, me parece muy lejano a los exponentes que más conozco de ese “realismo sucio”, como Carver y Wolff, que me parecen más clínicos, más técnicos. Lo que sí hay, claro, es esta disposición o interés o imposición casi a hablar con crudeza de la realidad: “Lo mejor es la realidad. Al duro. La tomas tal como está en la calle. La agarras con las dos manos y, si tienes fuerza, la levantas y la dejas caer sobre la página en blanco. Y ya. Es fácil. Sin retoques.” (p. 103).

Es cierto que no hay muchos retoques. Gutiérrez usa oraciones cortas. Enunciativas. Sin poesía. Y con ese estilo nos pinta a Cuba y especialmente a La Habana como un lugar de sordidez, miseria, violencia, suciedad. Y sexo, mucho sexo: vemos a gente “templando” (cogiendo) en cuartuchos desagradables llenos de ratas y cucarachas, a varones y mujeres hambrientos ejerciendo la prostitución para turistas, a gente masturbándose en la calle, y muchas descripciones (y muchas muy parecidas) de pijas. En general grandes, muy grandes, y con metáforas vegetales (tronco, árbol). La más linda es cuando una amante eventual le dice: “–Ay, Pedro Juan, qué pinga más linda. ¡Está hecha a mano!” (p. 170). Ahí me reí.

Pedro Juan anda por ahí perdido en La Habana, en una ciudad vibrante, pero descompuesta. Desde su azotea, Pedro Juan “ve toda la ciudad, plateada entre el humo, la ciudad oscura y silenciosa, asfixiándose. Semeja una ciudad bombardeada y deshabitada. Se cae a pedazos, pero es hermosa esta cabrona ciudad donde he amado y he odiado tanto” (p. 206). Los textos van en general hacia adelante en el tiempo, pero no conforman necesariamente un hilo. Aún así, parece haber una progresión, donde las cosas están cada vez peor: “El barrio dejó de ser lo que fue. Se llenó de gente vulgar, venida de provincias, de negros incultos, de gente mal vestida, sucia, mal educada. Los edificios se arruinaron por falta de cuidados y poco a poco se convirtieron en cuarterías con miles de personas hacinadas como cucarachas. Personas delgadas, mal alimentadas, sucias, sin empleo, tomando ron a todas horas, fumando mariguana, tocando tambor, reproduciéndose como conejos. Gente sin perspectiva, con un horizonte demasiado corto. Y riéndose de todo” (p. 295/296).

Pedro Juan no es muy distinto a ellos, sólo que puede verlo y relatarlo, como experiodista, lo que no es poco, claro. Vive en un cuartucho en una azotea, está sucio porque no hay agua ni jabón, flaco por falta de alimento, tomando y fumando y cogiendo con media Habana, pasando de un empleo a otro y sin otra perspectiva que sobrevivir y seguir cogiendo y cuidarse de no ser domesticado: “Si me descuidaba, me engatusaba y tenía que ponerme a trabajar y a criar pollos junto a ella, bien aburrido todo el día, y de paso ayudándole a criar su prole. Eso no era para mí. Además, no me gustan las viejas. Para viejo yo” (p. 191). Pedro Juan escribe entre 1994 y 1997, cuando cambiaron un poco las condiciones en la isla, y se armó cierta economía de subsistencia (o de no subsistencia) y cada uno tiene que ver cómo sobrevive mientras miles se suben a las balsas: “Estuvimos encerrados treinta y cinco años en las jaulas del Zoo. Nos daban alguna comidita y alguna medicina, pero ni idea de cómo era todo más allá de los barrotes. Y de pronto hay que saltar a la selva” (p. 139). Lo que queda de la gran revolución es suciedad, miseria, sordidez, que Pedro Juan describe con su propia experiencia, y no con un tratado político: “En mi vida siempre se descuartiza el cabrón triángulo: amor, salud, dinero. El amor es una mentira, el dinero un pájaro volando, la salud se arruina en un minuto. Así estoy. Regresando de muchos caminos. Viven en la utopía y la utopía se desmorona” (p. 318).

Espero devolverle pronto el libro a Coco, tomar un vino y contarle que no me volvió loco. Le voy a decir que lea a Wolff, si no lo leyó.

jueves, 13 de marzo de 2025

Un primer paso

 


Tengo la fantasía de, algún día, conocer Japón. Cuando fui a Alemania leí un libro, cuando fui a Italia leí un libro, cuando fui a Escocia leí un libro. Para ir a Japón creo que hay que leer por lo menos veinte. ¿Por qué veinte y no diecinueve? No lo sé. Pero el punto es que el primer paso en ese camino fue leer Japan. A Short History, de Mikiso Hane, profesor americano-japonés (1922-2003). No me volvió loco, pero me quedo tranquilo de que es sólo un primer paso.

¿Qué me llevo? Primero, una idea general, empezando por una periodización básica (muy básica, y reconstrucción mía). Un gran período que yo llamo pre-moderno; luego de 1600 a 1867 (la era Tokugawa), con similitudes al feudalismo europeo. Caracterizaba a este período un “rígido sistema de clases” (p. 39) y un fuerte aislamiento con el exterior y aversión a Occidente: “el país estaba virtualmente aislado del mundo exterior, en especial de Occidente” (p. 46).

En 1853 los americanos llegaron con cuatro buques de guerra y Japón no tuvo más remedio que abrir sus fronteras, y en 1854 se firmó el tratado de Kanagawa: “un punto de inflexión histórico para Japón. Significó el fin de la política de aislamiento, el nacimiento de Japón como estado moderno y su emergencia en el teatro internacional” (p. 61). Pocos años después se firmarían tratados con el resto de las principales potencias europeas, y esta apertura fue una de las causas principales de la restauración del poder político en el emperador: así comienza el período Meiji (1868-1912), caracterizado por la centralización del poder y la búsqueda de fukoku kyohei (nación rica, fuerzas armadas poderosas). Fukoku kyohei chocaba al menos en parte con la línea nacionalista que se oponía a la apertura a Occidente sonno (venerar al emperador) - joi (repeler a los bárbaros).

Entre 1853/1867 y 1945 el régimen se basó en el emperador, aunque el poder era en general detentado por otras personas cercanas a él; con una constitución (1889) basada en la Alemania de Bismarck; esto es, con sólo algunos tintes democráticos, y con el mantenimiento del poder por los “oligarcas” (p. 77); y con la progresiva modernización en términos del sistema de clases, el sistema legal, la economía y la industria, etc. Es también el momento de surgimiento de los grandes conglomerados económicos (zaibatsu), del despegue económico y de la proyección colonial, sobre todo en Corea y China. La principal causa de la guerra sino-japonesa (1894-1895) fue el expansionismo japonés en Corea y su principal consecuencia, a través de un acuerdo que muchos encontraron desfavorable, fue el exacerbamiento del nacionalismo. La guerra “puede ser vista como un evento fundamental que despertó y fomentó el militarismo y el imperialismo japonés. De allí en más la política exterior japonesa adquiriría un giro mucho más agresivo, chauvinista” (p. 107). Algo parecido puede decirse de la guerra ruso-japonesa (1905). En 1910, Japón anexó Corea.

El período del emperador Meiji concluyó con su muerte en 1911, pero el sistema continuó con el emperador Taisho (1912-1926) y luego Hirohito (quien asumió interinamente en 1921). En la Primera Guerra Mundial, Japón entró del lado de los aliados para quedarse con territorios alemanes. Y desde entonces empezó a crecer el antagonismo con EE. UU. especialmente por China y a ser una de las potencias del sistema de tratados de armamentos del período de entreguerras. Con el paso del tiempo, Japón se hizo cada vez más nacionalista, con un tipo de “fascismo” propio, Showa, que puso límites a una incipiente democratización (el sufragio universal es de 1925), que tenía al emperador como casi una deidad, sobre la cual se agregaba una educación cada vez más fanática. Por ejemplo, un documento del Departamento de Educación de 1937 “sostenía que el emperador era hijo de la Diosa del Sol y que era el manantial de la vida y moralidad del pueblo. Enfatizaba las virtudes de lealtad, patriotismo, devoción filial, armonía, espíritu marcial y bushido [código del guerrero samurái]” (p. 143). Eso llevaría a la guerra con China por Manchuria (1937), el pacto tripartito con Alemania e Italia (1940) y a Pearl Harbor. Este fue el paroxismo de la violencia: los japoneses cometieron atrocidades diversas en Corea, China, Filipinas y más; y el guerrero kamikaze, suicida, es toda una muestra de llevar la violencia al máximo.

La derrota fue total y absoluta. Japón tuvo más de un millón y medio de muertos en combate, más 650.000 civiles muertos; 57 por ciento de las viviendas de Tokio fueron destruidas y en 1946 su producción industrial era menos de un tercio de la de una década atrás. La ocupación americana duró de 1945 a 1952 y sentó las bases para la democratización, desmilitarización y el crecimiento de Japón, incluyendo una nueva constitución con un papel apenas simbólico del emperador. Con el fin de la ocupación vino la hegemonía hasta 1993 del Partido Democrático Liberal y, en parte gracias a la Guerra de Corea, el gran crecimiento que convirtió a Japón en una de las principales economías del mundo y que, por primera vez, llegó a prácticamente todos los sectores de la población.

Así que, primero, periodización: hasta 1600; 1600-1853/67; 1853/67-1945; 1945-presente. Segundo: llamativo que Japón siempre tuvo mucha influencia cultural externa (de Corea, por migraciones muy tempranas; de China, principalmente el confucionismo; y de Occidente) y a pesar de ello o por ello una gran vertiente nacionalista. Tercero: la imagen de la cultura japonesa refinada, precisa, sutil, casi frágil, que se me opone a la violencia de las atrocidades bélicas.

A seguir leyendo.

 

 

lunes, 10 de marzo de 2025

Intensidad en sordina

 


Leí Often I am happy, de Jens Christian Grøndahl, una novela bella, triste e intensa. La narradora, Ellinore, acaba de enterrar a su segundo marido Georg, y le escribe a su amiga muerta Anna, amante del primer marido de Ellinore, Henning, y primera mujer de Georg.

¿Se entiende? Había dos parejas amigas: Henning y Ellinore por un lado, Georg y Anna por el otro. Hasta que Georg y Ellinore descubren que Henning y Anna eran amantes, el mismo día en que los amantes mueren debido a una avalancha mientras esquiaban. Con el tiempo, los esposos engañados terminan juntos, y Ellinore como madrastra de los hijos mellizos de Anna y Georg. Y cuando Georg muere, quizás treinta años después, envuelta en el dolor –“Sería un comentario superficial decir que estoy de duelo cuando es más bien que el duelo me llena, ese bulto sin forma, que crece sin limitaciones” (p. 11)–, Ellinore le escribe a su amiga muerta, con todo el amor y el enojo, el enojo contenido y cortante, pero todo con un tono tenue, contenido; no contenido en el sentido de que no dice todo, sino que todo lo dice con naturalidad, sin gritar y sin aspaviento, matter-of-factly, y es justamente esa aparente falta de intensidad la que le da intensidad al relato de Ellinore.

Así empieza la novela: “Ahora tu esposo también está muerto, Anna. Tu esposo, nuestro esposo. Me hubiera gustado que yaciera al lado tuyo, pero tenés vecinos, un abogado y una señora que fue enterrada hace un par de años” (p. 1). Y a partir de ahí, con su amiga muerta, su esposo muerto, los hijastros ya grandes y distantes, Ellinore repasa su vida, incluyendo las peculiares circunstancias de su concepción en épocas de la ocupación alemana de Dinamarca, y un poco también de la vida de su amiga Anna: “Tu vida, cualquier vida, se reduce a un puñado de hechos cuando termina. Fue. Pasó esto y aquello, y podemos pensar de ello lo que queramos. Te acostaste con el esposo de tu mejor amiga y permitiste que él te arrastrara a tu muerte” (p. 4). Su concepción, su casamiento con Henning, el descubrimiento y la muerte de los amantes, el acercamiento a Georg y los mellizos, la muerte de Georg y el retiro, el regreso de Ellinore a su lugar, alejada de la familia de Anna y Georg. Es una historia triste la que relata Ellinore con el notable tono que le imprime Grøndahl. Pero Ellinore no lo admite: “Se me hace que mi relato te debe parecer triste, pero no soy una persona triste, y vos lo sabés. A menudo soy feliz, como dice la canción, feliz por dentro, aun si no puedo mostrarlo siempre. Es todo algo que simplemente te pasa de largo” (p. 150).

Así son las cosas. Son como son, y Ellinore no anda buscando eufemismos u ocultando sus sentimientos. Como la relación de sus padres: “No hay por qué exagerar; o, para decirlo de otra manera, buscarías en vano una razón más profunda salvo que era ella, y que era él” (p. 119). Y así, en 150 páginas, Grøndahl construye una novela realmente fuerte y bella.

 

Cita que me gustó

“Self-hatred is a gendered feeling: in a man it makes him a wimp; in a woman it’s the natural order to feel defective. Original sin is our element, Anna; as a Catholic you should know these things. You see, that’s why God blessed us with moodiness, menstrual pain, and hot flashes with a mustache, once we get that far.” / “El auto-desprecio es un sentimiento de género: en un hombre lo convierte en un pelele; en una mujer es el orden natural sentirse defectuosa. El pecado original es nuestro elemento, Anna; como católica deberías saber estas cosas. ¿Viste? Por eso Dios nos bendijo con cambios de humores, dolor menstrual y calores súbitos con bigotes, una vez que llegamos a esa altura.” (p. 50)

 

Originales de las citas usadas en el texto

“It would be glossing over to say that I am in mourning when it is mourning that fills me up, that shapeless lump, growing unrestrainedly.” (p. 11)

“Now your Husband is also dead, Anna. Your husband, our husband. I would have liked him to lie next to you, but you have neighbors, a lawyer and a lady who was buried a couple of years ago.” (p. 1)

“Your life, any life, is reduced to a handful of facts when it ends. It was. This and that happened, and we can make of it what we like. You went to bed with your best friend’s husband and allowed him to drag you to your death.” (p. 4)

“If it started raining, I would simply button up my coat and allow my hair to become wet. It always dries again, Anna. There isn’t a thing that doesn’t pass off. It strikes me that my account must seem sad to you, but I am not a sad person, and you know that. Often I am happy, as the song goes, happy inside, even if I can’t always show it. It is all just something that passes you by.” (p. 150)

“There’s no reason to exaggerate; or, to put it differently, you would search in vain for a deeper reason except that it was her, and that it was him.” (p. 119)

lunes, 3 de marzo de 2025

Política, violencia, cinismo

 


Estuve viendo “Say nothing”, serie de nueve episodios de poco menos de una hora sobre “TheTroubles”, es decir, el conflicto armado político y religioso en torno a Irlanda del Norte. (La serie está disponible en Disney Plus: acá el trailer). La serie, una reconstrucción basada en hechos reales, me pareció muy bien lograda en cómo muestra la locura del fanatismo y del cinismo máximo al que pueden llegar quienes usan políticamente la violencia. Pero también: de que a veces no hay otra manera de hacer política que no sea con cinismo, con una dosis no menor de comportamientos esquizoides. 

Mínimo contexto histórico sobre un tema del que he leído algo, pero hace mucho tiempo: Irlanda, se sabe, es esa isla grande al lado de la isla más grande del Reino Unido, la que tiene a Inglaterra, a Escocia al norte y a Gales al oeste. Esta segunda isla contiene a la república de Irlanda, que consiguió en 1922 su independencia del Reino Unido tras una guerra de independencia, y que es más o menos dos tercios de la isla; y a Irlanda del Norte, en el noreste de la isla, que sigue siendo parte del Reino Unido. Y acá entra la religión: los católicos de Irlanda del Norte quieren unirse a Irlanda, los protestantes, generalmente los descendientes de colonos ingleses y escoceses cuyas familias tienen siglos allí, no quieren saber nada. Y el conflicto tuvo décadas de violencia extrema, con terroristas católicos (principalmente el Ejército Revolucionario Irlandés, IRA) de un lado y militares británicos y paramilitares protestantes del otro lado.

Bueno, la serie se mete en este tema a través de un conjunto de personajes y dos cuestiones clave: una serie de desapariciones (asesinatos perpetrados por el IRA, principalmente de católicos a quienes consideraban traidores, haciendo desaparecer sus cuerpos) y un famoso atentado con bombas en Londres. Los personajes principales son las hermanas Price, de las primeras mujeres en ser aceptadas por el IRA; Brendan Hughes, un importante miembro del IRA; y Gerry Adams, quien fue durante décadas líder del ala política del republicanismo irlandés, Sinn Féin, además de haber sido acusado de ser miembro del IRA, lo que él niega. En todo esto, a mí me llamaron la atención tres cosas: la primera es la naturalidad con la que se aceptó durante casi treinta años la violencia política, y cómo la vida seguía igual de alguna manera en ese contexto. La segunda es cómo el fanatismo puede coexistir con cierta normalidad: a las hermanas Price se las ve sensibles y queribles y luego pueden participar con la mayor sangre fría de actividades tremendas. Y la tercera es el nivel de cinismo al que puede llegar (y quizás debe llegar) el ser humano cuando llega a lugares de máxima responsabilidad política. ¿Es el personaje de Gerry Adams en la serie un cínico hijo de puta o es un exitoso practicante de la "economía de la violencia"? 

En definitiva, me pareció una serie súper interesante y bien lograda, aunque, claro, no es fácil. Son temas duros y la serie no perdona escenas de violencia y sobre todo de violencia psicológica.

lunes, 24 de febrero de 2025

Lo que se hereda


Leí Fire Exit, de Morgan Talty, también en la lista de los mejores libros de 2024 de The Economist, como Creation Lake y la excelente biografía de Pamela Churchill Harriman. Fire Exit, como Creation Lake, me gustó menos de lo que le gustó a The Economist: no me volvió loco la forma y por momentos le vi demasiada vuelta de trama. Habiendo dicho eso, es un tema interesante y fue una lectura agradable.

El narrador, Charles, es una persona criada en una reserva indígena en el Noreste de Estados Unidos por su madre blanca y su padrastro de la tribu Penobscot. Como tanto su madre como su padre biológico no son Penobscot, al cumplir 18 Charles, que se siente nativo por crianza, debe abandonar la reservación. Para complicar más la cosa –y fortalecer la pregunta de cuánto importa la sangre y cuanto la crianza o los vínculos o la cultura– Charles y Mary, su novia de la juventud, tienen una hija, Elizabeth. Para que a Elizabeth no le ocurra lo mismo que a Charles, para que pueda ser considerada Penobscot y por lo tanto no ser expulsada a los 18, Mary deja a Charles apenas queda embarazada y se casa con un nativo, Roger, sin contarle nunca a Elizabeth que en verdad es hija de Charles. Elizabeth no hereda la “blancura” de Charles, pero sí hereda la depresión de su abuela paterna, la madre de Charles a quien nunca conoció.

Un poco de novela de la tarde, es cierto, pero no deja de hacer unas cuantas preguntas. Sobre la herencia de sangre y la herencia por vínculo. Charles está atrapado en un cuadrado de herencias formado por el padre biológico que nunca conoció, el padrastro de cuya muerte se siente algo responsable, de la madre que se acerca a la muerte y de la hija no reconocida. Ahí en el medio, está solo, con un amigo alcohólico a quien lleva y trae del bar y no mucho más. La segunda es la cuestión de la identidad y la pertenencia: ¿qué es una persona blanca pero criada como indígena, vista por la gente con la que vivió toda la vida como ajeno? Imposible que eso no agrave su sensación de aislamiento y soledad. Y finalmente está la razón legal o política de todo esto, que son las reglamentaciones de “blood quantum” o “cuota desangre”, que determinan quién es o no es indígena para el Estado y para las propias tribus (casi como leyes de pureza racial). Como otro libro que leí de un indígena norteamericano sobre vida en una reserva, The Round House, de Louise Erdrich, hay algo dramático y triste de una manera muy suya allí, y novelas como estas son una manera de entrar a un mundo que nos es ajeno.

 

lunes, 17 de febrero de 2025

Amor tóxico


Leí Perder el juicio, novela de Ariana Harwicz que me gustó menos de lo que quería. Hace tiempo que quería leer a Harwicz después de haber leído una entrevista muy interesante en Seúl y un relato en un pequeño libro de Vinilo. Pero Perder el juicio fue muy oscuro para mí. Entiendo lo que hace y veo que está bien, claramente escribe muy bien, lleva un tono muy especial que es el tono de una narradora que está más cerca de la enfermedad que de la salud mental, pero eso no lo hace disfrutable, claro.

Perder el juicio relata una parte de la lucha entre una pareja claramente tóxica, con dos pobres niños en el medio. Una pareja entre una argentina judía y un francés rural de una familia antisemita. Al principio nos parece que a la pobre mujer le han sacado la custodia de los hijos y empatizamos con ella (“Él tiene una hora y media para relajarse, yo una hora y media para ser madre”, p. 23), pero bien rápidamente nos damos cuenta de que no tiene todos los patitos alineados, y ella misma nos dice que es violenta: “¿De qué se me acusa? (…) De violencia marital agravada por la presencia de los menores. ¿Qué género? Golpes punzantes, patadas, arañazos, trompadas, rasguños, lesiones con material inflamable, amenazas con uno o varios objetos cortantes no identificados, agravados por la presencia de los menores en cuestión y de múltiples testigos.” (p. 24/25) Después nos dice que él también lo era, pero pone en duda sus propias palabras: “Bajo el puente donde me rasguñaba, me mordía, lo zarandeaba, nos agredíamos antes y después de acostar a los recién nacidos. Ahí donde los testigos juran ante la ley haberme visto golpearlo sin parar en la cabeza y autoflagelarme, ahí donde nos besamos y nació el amor” (p. 26). Y finalmente tendemos a creer que los dos eran violentos, que sus suegros antisemitas también lo eran, lo que nos cuenta en flashbacks, todos siempre cuestionables, poco claros.

En el presente viene la trama, oscura, de dos violentos luchando por quedarse con dos hijos que parecen dos animalitos. Dos animales y dos animalitos. Desembocando en un final poco verosímil, aunque no nos importa mucho la verosimilitud, mientras la prosa desordenada de la cabeza de una persona que perdió el juicio se despliega desaforada, oscura, por momentos bella y casi siempre perturbadora. No, no me gustó, pero no lo quise dejar y le reconozco el valor de esa prosa potente y punzante.

lunes, 10 de febrero de 2025

Una mujer, un siglo



Leí "Kingmaker: Pamela Harriman’s Astonishing Life of Power, Seduction, and Intrigue", genial biografía de Sonia Purnell. La reseña, esta vez, va por Revista Seúl: https://seul.ar/pamela-digby-biografia/


lunes, 3 de febrero de 2025

Más que una novela de misterio

 


Leí Creation Lake, novela de Rachel Kushner, uno de los seis libros finalistas del Booker Prize 2024, ganado por Orbital, de Samantha Harvey. Creation Lake es una novela de misterio / espionaje, divertida, rápida y con algunos temas que la hacen más potente que buena parte del género, más elevada, por cierto, que, para mencionar algo, la franquicia de Lee Child.

Para empezar, el personaje principal es una mujer, una mujer joven y bella, ex agente de alguna agencia federal americana, especializada en infiltrar grupos radicales para neutralizarlos. Exonerada de aquella agencia en el pasado, “Sadie Smith”, cuyo nombre real nunca conocemos, es una máquina, usando su inteligencia, su belleza y su sexualidad para lograr su fin que, al final del día, es cobrar importantes sumas de dinero. A pesar de esa frialdad, y esta es una de las cosas bellas de la novela, por momentos su humanidad no puede dejar de aflorar, como cuando piensa sobre una posible maternidad (con mil condicionantes, pero no termina de cerrar esa puerta) o cuando empieza a tener una relación en su cabeza, totalmente interna, con uno de los ideólogos detrás del grupo al que busca infiltrar.

El grupo, Le Moulin, es como cualquier otro grupo radical: más el fruto de chicos ricos que de trabajadores, y, al final del día, creando estructuras de clase y diferencias de género a su interior como las que pretenden que desaparezcan en la sociedad. En este caso, chicos ricos parisinos herederos intelectuales del 68, e influidos por dos ideólogos veteranos sobrevivientes de aquellos tiempos, uno de los cuales se va metiendo en la cabeza de Sadie, como dije. Los chicos no entienden mucho de lo que hacen: “Su terreno no era circundado por un arroyo o un tributario de un río y sería difícil de irrigar. La tierra era rocosa. Sólo a activistas de París se les ocurriría hacer agricultura de subsistencia en un lugar así” (p. 36). Hay algo, así, más auténtico de la persona con una identidad falsa que en los supuestos idealistas, y Sadie piensa en esto con un poco de humor; hablando de cómo pasó de estudiante a agente federal, dice que sus compañeros “estaban obteniendo PhDs en retórica en Berkeley, como había planeado yo antes de abandonar ese plan, y salvarme así de su destino (que era someterse a entrevistas de trabajo académico en habitaciones de hoteles DoubleTree en una conferencia de la Asociación de Lenguajes Modernos)” (p. 20).

El humor es una herramienta permanente en Creation Lake. No es que uno se pone a reír como loco, pero hay una forma irónica, graciosa, que acompaña la lectura, con la ocasional metáfora o comparación descentrada. “Usaba anteojos culo de botella y abrió la puerta de su galpón en Oakland en un kimono demasiado corto, ostentando piernas desnudas regordetas y retaconas como escopetas recortadas” (p. 60). (Otra que me gustó: “las personas que cambian afinidades son el mismo tipo de personas que se ven atraídas a la permanencia de los tatuajes” - p. 155).

El otro punto interesante es que la ideología detrás de este grupo es la de ir contra la civilización, con una mirada teórica sobre el hombre prehistórico, sobre Neanderthal y Sapiens. Esto abre, de nuevo, cierta reflexión sobre qué es ser humano en medio de una lucha entre estructuras sociales establecidas y aquellos que quieren destruirlas. Y sin exagerar, una mirada también sobre las relaciones entre los sexos, con esta linda línea como ejemplo: “había líneas montadas en cada ventana de las que colgaba flameando la ropa lavada, la bandera internacional del trabajo femenino anónimo” (p. 233).

No, no es el mejor libro que he leído, y no creo que estemos hablando de Creation Lake en 30 años, pero resultó una novela muy divertida, muy fácil de leer y no totalmente trivial.

 

Originales de las citas

"Their land did not border a creek or river tributary and would be difficult to irrigate. The soil here was rocky. Only activists from Paris would take up subsistence farming in a place like this." (p. 36).

"They were getting PhDs in rhetoric at Berkeley, as I had planned to, before I abandoned that plan (and spared myself their fate, which was to subject themselves to academic job interviews in DoubleTree hotel rooms at a Modern Language Association conference)." (p. 20).

"She wore Coke-bottle glasses and answered the door of her Oakland warehouse in a too-short kimono, flaunting bare legs that were stubby and blunt as sawed-off shotguns." (p. 60).

"lines mounted out every window and hung with flapping laundry—the international flag for anonymous women’s work." (p. 233).

"people who change affinities are the same kinds of people who are attracted to the permanence of tattoos." (p. 155).

lunes, 27 de enero de 2025

Una mente brillante

 


Leí, por primera vez, un libro del famoso David Foster Wallace, y debo decir que no decepcionó para nada. Había leído ya tres ensayos: uno, “This is Water”, me lo había recomendado muchas veces mi amigo Juancho T.; y el otro, “Shipping Out”, que es la descripción crítica de DFW a una estadía en un crucero, me fue recomendado cuando publiqué algo sobre una semana en un all inclusive, quizás queriéndome decir algo así como “si querés injuriar, querido, es por acá”. Y había leído también un ensayito sobre Kafka que está incluido, también, en este libro que leí, Consider the Lobster, una colección de ensayos que combinan humor, erudición, inteligencia y siempre (o casi siempre) una interrogación ética. En pocas palabras, me pareció brillante.

El primero de los ensayos, “Big Red Son”, es la cobertura para un medio de la convención anual de la industria norteamericana de la pornografía, incluyendo la entrega de los premios equivalentes a los Óscar, obviamente en Las Vegas. Es al mismo tiempo divertidísimo y sórdido y triste.

Le sigue una crítica tremenda a un libro de John Updike, Toward the End of Time) tremenda porque le pega muy fuerte y al mismo tiempo no deja de decir todo lo que admira a Updike por distintas cuestiones. Cita maravillosa de ese ensayo: “Pero los adultos jóvenes de los noventa –muchos de los cuales son, por supuesto, los hijos de todas las infidelidades y los divorcios apasionados sobre los que escribió con tanta belleza Updike, y que tuvieron la oportunidad que ver cómo todo ese valiente nuevo individualismo y esa libertad sexual se deterioraron convirtiéndose en la auto-indulgencia sin alegría y anómica de la Generación Yo– los menores de cuarenta de hoy tienen horrores muy diferentes, entre los cuales se destacan la anomia y el solipsismo y una soledad peculiarmente americana: la perspectiva de morir sin siquiera haber amado una vez algo más que a uno mismo” (p. 53).

A “Some remarks on Kafka’s funniness from which probably not enough has been removed” (algo así como “Algunas consideraciones sobre lo gracioso que es Kafka que probablemente no fueron suficientemente recortadas”) lo había leído en algún momento que estaba leyendoKafka (acá el link). Los americanos, dice DFW, no pueden entender el humor existencial de Kafka: “No es que los estudiantes no ‘capten’ el humor de Kafka sino que les hemos enseñado que el humor es algo que tenés que ‘captar’ –de la misma manera que les hemos enseñado que un yo es algo que uno simplemente tiene. No sorprende que no puedan apreciar el chiste verdaderamente central de Kafka: que la horrorosa lucha por establecer un yo humano resulta en un yo cuya humanidad es inseparable de aquella lucha horrorosa. Que nuestro interminable e imposible camino a casa es de hecho nuestra casa” (p. 63).

“Authority and American Usage” es una reseña sobre un diccionario de uso del inglés americano de un tal Garner, pero mucho más que eso. El uso, dice DFW, está cruzado por la geografía, la raza, la clase, etc., por lo que de hecho hay dialectos del inglés. Lo genial del libro que reseña, dice DFW, es que te dice cuál es el uso correcto del dialecto dominante, digamos así, y te convence de alguna manera que lo dice no sólo porque es una Autoridad, sino porque a sus lectores les conviene manejar bien ese dialecto dominante: “El espíritu del libro es un casamiento del rigor y la humildad de manera de permitir a Garner ser extremadamente prescriptivo sin ninguna apariencia de evangelismo ni de insultos elitistas” (p. 78). Quien quiera enseñar el Standard Writen English a alguien que aprendió otros dialectos, dice DFW, tiene que usar “argumentos abiertos, honestos y convincentes sobre por qué el SWE es un dialecto que vale la pena aprender. Estos argumentos son difíciles de hacer. Difíciles no intelectualmente sino emocionalmente, políticamente. Porque son abiertamente elitistas” (p. 104). El artículo me pareció formidable; combina un increíble conocimiento del idioma con una comprensión de las implicancias sociales y políticas de la lengua, una tremenda honestidad y una clara posición ética.

“The view from Mrs. Thompson” es un mini ensayo que relata cómo vivió DFW los atentados del 11 de septiembre de 2001 desde su pueblo del Midwest americano, Bloomington (Illinois), que es una defensa de ese estilo tan americano de comunidad.

“How Tracy Austin broke my heart” es la reseña de la autobiografía de esa tenista norteamericana y una exploración de por qué fracasan las memorias de deportistas (la gran excepción tiene que ser necesariamente Open, de Andre Agassi): “esta autobiografía tan insípida que quita el aliento puede ayudarnos a entender tanto el atractivo y la decepción que parecen ser parte constitutiva del mercado masivo de la memoria deportiva” (p. 144). El gran misterio, dice DFW, es si esas personas son idiotas o místicas o las dos o ninguna de ellas. “Puede muy bien ser que nosotros los espectadores, que no somos atletas con dones divinos, seamos los únicos capaces de realmente ver, articular y animar la experiencia de ese don que se nos ha negado. Y que aquellos que reciben y actúan el don de genio atlético deban, quizás, ser ciegos y tontos sobre él, y no porque la ceguera o la tontera sean el precio de ese regalo, sino porque quizás sean su esencia” (p. 158).

“Up, Simba”, es la cobertura para Rolling Stone de unos días de la campaña de John McCain para convertirse en candidato a presidente por el Partido Republicano en el año 2000. Por unos días, DFW sigue a pedido de la revista al candidato en el campaign trail: los bondis, los hoteles medio pelo, los eventos, el mismo discurso en uno y otro lugar. Es una reflexión sobre la producción de la política y sobre el liderazgo, y también sobre por qué a la gente normalmente no le interesa la política. A pesar de todo el cinismo, DFW quiere creer en McCain, y muestra lo difícil que es, aunque no sea imposible, creer que puede haber un político que esté ahí por algo más que él o ella misma. Y sobre el liderazgo: “En otras palabras, un líder verdadero es alguien que nos puede ayudar a superar las limitaciones de nuestros propios egoísmo, pereza y limitaciones y miedo y lograr que hagamos cosas mejores, más difíciles de lo que podemos lograr que hagamos por nosotros mismos” (p. 237).

El artículo que le da nombre al libro, “Consider the lobster”, es una cobertura del Festival de la Langosta de Maine para la revista Gourmet. Después de describir rápidamente el evento, y hablar de la historia de la langosta como comida y sobre cómo puede ser preparada y otras cosas menores, el ensayo se convierte rápidamente en una indagación ética: ¿está bien comer langostas, sobre todo cuando la preparación para por hervir al animal vivo? “¿Está bien hervir vivo a un animal sensible sólo por nuestro placer gustativo?” (p. 254). De ahí pasa a preguntarse por el status ético de comer cualquier carne animal, y sobre por qué él, como muchos otros, intentamos no pensar en ello. (Quizás lo mejor del artículo esté no tanto en estas consideraciones éticas sino en las consideraciones éticas respecto del turismo, que está en una nota al pie: “Ser un turista masivo, para mí, es convertirse en un americano actual: extranjero, ignorante, codicioso por algo que nunca podrás tener, decepcionado de una forma que nunca podrás admitir. Es arruinar, por la vía de la mera ontología, la misma pureza que estás ahí para experimentar. Es imponerte a vos mismo en lugares que en todas las formas menos la económica serían mejores, más reales, sin vos. Es, en colas y en embotellamientos y en transacción tras transacción, confrontar una dimensión de vos mismo que es tan inescapable como dolorosa: como turista, pasás a ser económicamente significativo, pero existencialmente despreciable, un insecto sobre una cosa muerta” (p. 445).

Finalmente, “Joseph Frank’s Dostoevsky” es una reseña de la biografía de uno sobre el otro, y una defensa a ultranza tanto del escritor como de su biógrafo. “Lo principal, acá, es que Dostoievski escribió ficción sobre las cosas que realmente importan. Escribió ficción sobre la identidad, el valor moral, la muerte, la convicción, el amor sexual vs. el espiritual, la avaricia, la libertad, la obsesión, la razón, la fe, el suicidio. Y lo hizo sin jamás reducir a sus personajes a meros portavoces o a sus libros a tratados. Su preocupación fue siempre qué es ser un humano –esto es, cómo ser una persona de verdad, alguien cuya vida esté informada por valores y principios, en lugar de sólo un animal que se auto preserva de una manera especialmente astuta” (p. 274). El biógrafo rescata esto, contra las modas de la crítica literaria, y eso que destaca es, según DFW, contrario a lo que hacen los escritores actuales, quienes nos ayudan a poner “una distancia irónica de las convicciones o de las preguntas desesperadas”, por lo que sólo “hacen chistes sobre ellas o si no tratan de trabajar con ellas de manera escondida” (p. 279).

Estoy seguramente diciendo algo que resulta una obviedad para cualquiera que haya leído a DFW, pero en cada artículo, y en general, quedé siempre con la impresión de estar frente a un pensador imprescindible; inteligente, agudo, gran escritor, pero involucrado éticamente como ser humano en los temas que trataba. Anticipo que no será el último libro suyo que lea.

 

Originales de las citas

“But young adults of the nineties—many of whom are, of course, the children of all the impassioned infidelities and divorces Updike wrote about so beautifully, and who got to watch all this brave new individualism and sexual freedom deteriorate into the joyless and anomic self-indulgence of the Me Generation—today’s subforties have very different horrors, prominent among which are anomie and solipsism and a peculiarly American loneliness: the prospect of dying without even once having loved something more than yourself.” (p. 53).

“It’s not that students don’t “get” Kafka’s humor but that we’ve taught them to see humor as something you get—the same way we’ve taught them that a self is something you just have. No wonder they cannot appreciate the really central Kafka joke: that the horrific struggle to establish a human self results in a self whose humanity is inseparable from that horrific struggle. That our endless and impossible journey toward home is in fact our home.” (p. 63).

“The book’s spirit marries rigor and humility in such a way as to let Garner be extremely prescriptive without any appearance of evangelism or elitist put-down” (p. 78).

“I’m not trying to suggest here that an effective SWE pedagogy would require teachers to wear sunglasses and call students Dude. What I am suggesting is that the rhetorical situation of a US English class—a class composed wholly of young people whose Group identity is rooted in defiance of Adult Establishment values, plus also composed partly of minorities whose primary dialects are different from SWE—requires the teacher to come up with overt, honest, and compelling arguments for why SWE is a dialect worth learning. These arguments are hard to make. Hard not intellectually but emotionally, politically. Because they are baldly elitist.” (p. 104).

“this breathtakingly insipid autobiography can maybe help us understand both the seduction and the disappointment that seem to be built into the mass-market sports memoir.” (p. 144).

“It may well be that we spectators, who are not divinely gifted as athletes, are the only ones able truly to see, articulate, and animate the experience of the gift we are denied. And that those who receive and act out the gift of athletic genius must, perforce, be blind and dumb about it—and not because blindness and dumbness are the price of the gift, but because they are its essence.” (p. 158).

“Is it all right to boil a sentient creature alive just for our gustatory pleasure?” (p. 254).

“To be a mass tourist, for me, is to become a pure late-date American: alien, ignorant, greedy for something you cannot ever have, disappointed in a way you can never admit. It is to spoil, by way of sheer ontology, the very unspoiledness you are there to experience. It is to impose yourself on places that in all non-economic ways would be better, realer, without you. It is, in lines and gridlock and transaction after transaction, to confront a dimension of yourself that is as inescapable as it is painful: As a tourist, you become economically significant but existentially loathsome, an insect on a dead thing.” (p. 445).

“The thrust here is that Dostoevsky wrote fiction about the stuff that’s really important. He wrote fiction about identity, moral value, death, will, sexual vs. spiritual love, greed, freedom, obsession, reason, faith, suicide. And he did it without ever reducing his characters to mouthpieces or his books to tracts. His concern was always what it is to be a human being—that is, how to be an actual person, someone whose life is informed by values and principles, instead of just an especially shrewd kind of selfpreserving animal.” (p. 274)

“Frank’s bio prompts us to ask ourselves why we seem to require of our art an ironic distance from deep convictions or desperate questions, so that contemporary writers have to either make jokes of them or else try to work them in under cover” (p. 279).

lunes, 20 de enero de 2025

La distopía en la que vivimos


Volví a leer, después de mucho tiempo, a Philip Roth (genio; en este blog escribimos algo cuando murió, y después de ello algo sobre I Married a Communist). Para The Plot Against America, Roth imagina un mundo en el que, en 1940, en vez de elegir a Roosevelt por tercera vez, Estados Unidos elige a un candidato favorable al fascismo y con políticas crecientemente antisemitas. No era una opción tirada de los pelos; en Estados Unidos, como en Inglaterra y en prácticamente toda Europa Occidental, y en Argentina, claro, en los años treinta y cuarenta hubo partidos o movimientos fascistas relativamente fuertes.

Leída en 2024-2025, esta novela puesta sobre ese mundo paralelo parece de una tremenda actualidad. La elección de un outsider –Roth usa como presidente a Charles Lindbergh, el famoso aviador– se ve en la novela de forma muy parecida a la elección de Donald Trump. Algo que parece imposible por quién es el personaje y porque encarna en tantos sentidos algo contrario a los valores republicanos y liberales sobre los que se creó Estados Unidos. “Aunque la mañana después de la elección prevalecía la incredulidad, sobre todo entre los encuestadores, un día más tarde todo el mundo parecía entender todo, y los comentaristas radiales y los columnistas hacían que pareciera que la derrota de Roosevelt había estado predestinada” (p. 53).

Al mismo tiempo, leído en un mundo post 7 de octubre de 2023, The Plot Against America es tremendamente actual en lo que hace a la situación de los judíos en el mundo. Como decía, sobre ese mundo distópico, Roth despliega una novela, que es una típica novela suya, la historia de una familia judía de clase trabajadora de Newark, pero en este caso en un Estados Unidos cada vez más hostil para los judíos. El tema principal del libro es ese: más allá de que es la vida de una familia, y de que el joven Philip Roth que narra descubre cosas sobre su padre, su madre, su hermano y sobre él mismo, el punto principal es que descubre que ser judío es algo distinto, que hay una identidad judía diferente de su identidad americana y de su identidad de clase. Al comienzo del libro entiende que “Era el trabajo lo que identificaba y distinguía a nuestros vecinos, mucho más que la religión” (p. 3). Hacia el final, en cambio, “Que fueran judíos tampoco era un contratiempo o una desgracia o un logro del que estar ‘orgulloso’. Lo que eran era aquello de lo que no podían desembarazarse –de lo que no podían siquiera comenzar a querer desembarazarse–. Su ser judíos salía de su ser ellos mismos, igual que su ser americanos. Era como era, en la naturaleza de las cosas, tan fundamental como tener arterias y venas, y nunca manifestaban ni el menor deseo de cambiar o de negarlo, más allá de las consecuencias” (p. 220). Y más cerca del final la madre le dice al joven Philio: “’Bueno, te guste o no, Lindbergh nos está enseñando qué es ser judíos’. Luego agregó, ‘Nosotros sólo pensamos que somos americanos’” (p. 255).

Me recuerda, por supuesto, a un senador a quien tuve que votar como candidato a vicepresidente distinguiendo en el Senado de la Nación a“argentinos-argentinos” de “argentinos-judíos”. Pero sobre todo me hace pensar en todos mis amigos judíos que pasaron a sentirse tanto menos seguros en los días y meses después del 7 de octubre. La república y la libertad de vivir la vida como a uno le plazca, con su religión o preferencias, pende siempre de un hilo. Y el gran valor de esta novela, más allá de grandes momentos estéticos, es que nos lo recuerda.

 

Originales de las citas usadas 

"Though on the morning after the election disbelief prevailed, especially among the pollsters, by the day after that everybody seemed to understand everything, and the radio commentators and the news columnists made it sound as if Roosevelt’s defeat had been preordained" (p. 53).

"It was work that identified and distinguished our neighbors for me far more than religion" (p. 3).

Neither was their being Jews a mishap or a misfortune or an achievement to be “proud” of. What they were was what they couldn’t get rid of—what they couldn’t even begin to want to get rid of. Their being Jews issued from their being themselves, as did their being American. It was as it was, in the nature of things, as fundamental as having arteries and veins, and they never manifested the slightest desire to change it or deny it, regardless of the consequences" (p. 220).

“Well, like it or not, Lindbergh is teaching us what it is to be Jews.” Then she added, “We only think we’re Americans” (p. 255).


lunes, 13 de enero de 2025

Fuera de tiempo

 


Leí, finalmente, un libro del que había escuchado hablar y leído citas un millón de veces desde la adolescencia, edad en la que generalmente se lo lee: El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl.

En pocas palabras, Frankl, un psiquiatra austríaco que sobrevivió a los campos de concentración del nazismo, utiliza esa experiencia para transmitir “que la vida tiene potencialmente sentido bajo cualquier conjunto de condiciones, incluso las más miserables” (l. 74). Esa es, por otro lado, la base de su escuela psicológica, la logoterapia, que “se enfoca en el sentido de la existencia humana y en la búsqueda de tal sentido por el hombre. Según la logoterapia, la lucha por encontrar el sentido en la vida es la principal fuerza motivacional en el hombre.” (p. 98) La “principal preocupación del hombre no es lograr el placer o evitar el dolor sino más bien ver sentido en su vida” (p. 113).

El libro me hizo sentir viejo. Viejo y fuera de época. Porque estoy bastante de acuerdo con Frankl o, más bien, creo que intento vivir mi vida con una ética más o menos similar. Dice Frankl que el hombre enfrenta siempre una tríada trágica de dolor, culpa y muerte, pero que esa tríada puede enfrentarse con “optimismo trágico”, un optimismo que permite: “(1) convertir el sufrimiento en un logro o un éxito; (2) obtener de la culpa la oportunidad de cambiarse a uno mismo, mejorándose; y (3) obtener de la transitoriedad de la vida un incentivo para tomar acciones responsables”. He tratado de trabajar en cosas en las que veo o veía sentido, trato de ser un buen padre y buen amigo de mis amigos, de ayudar a otros a enfrentar esa tríada trágica, de vivir con responsabilidad. Pero vivimos en una época que glorifica el sinsentido y hablar de todo esto me parece totalmente fuera de época. Así como los beat vivían bajo el peligro inminente de un apocalipsis nuclear y derivaban de eso su filosofía del sinsentido, hoy vivimos bajo lo que parece el comienzo del apocalipsis climático y parece imperar una filosofía similar para la que no fui formateado.

Y escribo, acá, sobre lo que leo, aunque nadie me lea. Go figure.

 

Originales de las citas

“I had wanted simply to convey to the reader by way of a concrete example that life holds a potential meaning under any conditions, even the most miserable ones.” (l. 74)

“Logotherapy, or, as it has been called by some authors, “The Third Viennese School of Psychotherapy,” focuses on the meaning of human existence as well as on man’s search for such a meaning. According to logotherapy, this striving to find a meaning in one’s life is the primary motivational force in man.” (p. 98).

“man’s main concern is not to gain pleasure or to avoid pain but rather to see a meaning in his life.” (p. 113).

““a tragic optimism.” In brief it means that one is, and remains, optimistic in spite of the “tragic triad,” as it is called in logotherapy, a triad which consists of those aspects of human existence which may be circumscribed by: (1) pain; (2) guilt; and (3) death.” (p. 137).

“an optimism in the face of tragedy and in view of the human potential which at its best always allows for: (1) turning suffering into a human achievement and accomplishment; (2) deriving from guilt the opportunity to change oneself for the better; and (3) deriving from life’s transitoriness an incentive to take responsible action.” (p. 137).

lunes, 6 de enero de 2025

Mi 2024 en lecturas (no fue muy bueno)

2024 no fue un gran año de lecturas para mí. En lo personal, fue un año muy bueno en muchas facetas, a pesar de algunos golpes muy duros. Pero no fue un gran año de lecturas. En lo estadístico, subí 30 lecturas, apenas por debajo del promedio de casi 31 desde que llevo este blog. Fue el año más equilibrado en términos de género del autor: 48 por ciento fueron mujeres y 52 por ciento varones (en los 12 años anteriores, los varones habían sido siempre más, con un año de 60 por ciento, cuatro entre 70 y 79 por ciento y siete arriba de 80 por ciento). Y el combo mujeres en español subió a su máximo, de 28 por ciento, cuando sólo había subrayado el 20 por ciento dos veces antes.

Ninguno de los libros de mujeres en español que leí este año estuvieron entre los que más me gustaron. Las argentinas contemporáneas de moda no me gustan. Y las de esta nueva generación que ahora pisan los 40 me parecen, en general, demasiado deprimentes. Creo que el que más me gustó dentro de la categoría de mujeres en español fue Alguien a quien contarle todo, de Joana D’Alesio.

Hoy diría que el podio quedaría así:

3. Wildfire, de Richard Ford

2. Life Before Man, de Margaret Atwood

1. Extremely Loud and Incredibly Close, de Jonathan Safran Foer 

En este último post del año, van mis deseos de buenas lecturas en 2025 para mis poquísimos lectores y para mí. Si pudiera darnos un consejo sería este: lean lo que se les cante.