domingo, 22 de junio de 2025

Un planteo interesante

 


Leí Más liviano que el aire, de Federico Jeanmaire, novela con un planteo muy interesante: un chico de 14 años intenta asaltar en la calle a una solitaria señora de noventa y tres, “de noventa y tres años, para noventa y cuatro”, como repite luego a lo largo del libro; la obliga a entrar a su departamento para robarle, pero la señora con un ardid logra encerrar al chico en el baño y, desde entonces aprovecha eso para tener compañía y contarle al chico lo que quería contar, la historia de su madre.

El planteo es muy divertido y la organización es interesante: toda la novela está construida únicamente con el discurso de la señora, sin las respuestas del chico, ni descripciones, ni acciones, sólo el discurso de la señora. Y en el proceso, en verdad, nos cuentan la historia y las virtudes y defectos de esta señora, de nombre Rafaela y apodada Lita por el chico, Santi.

A lo largo de todo este discurso, que dura día, el lector bascula; por momentos empatiza con la señora, que ha tenido una vida de soledad (“A mí no me importa, le digo la verdad, estoy muy sola. Todo el santo día, sola. Todos los días de toda la vida, sola”– p. 13); y por momentos nos sentimos rechazados por todos sus prejuicios de clase: “Es un desastre cómo está este país, muchacho. La verdad. Todos gauchos: cada uno monta sobre su caballo, se cubre un poco los hombros con el poncho que tiene más a mano y ya está, allá va, a lo que sea, a lo que se le ocurra, a lo que se le antoje. No se respeta ningún alambrado, en este país. Nada” (p. 53). A veces Lita nos da pena, aparece como una niña de noventa y tres (para noventa y cuatro), a veces nos parece una feminista de avanzada, defendiendo a su madre que quería volar, a veces totalmente anacrónica, y todo eso lo logra muy bien Jeanmarie solamente mostrándonos una parte de un diálogo, un logro no menor.


lunes, 16 de junio de 2025

El humor es más fuerte

 

Leí Heartburn, novela de Nora Efron, reina de la comedia romántica, quien nos dio cosas como When Harry Met Sally, Sleepless in Seattle y You’ve Got Mail. Heartburn está un poco más para el lado de la tragedia que la comedia romántica tradicional, pero hace muy bien algo muy difícil de hacer: contar una historia importante con humor. (El rey de ese arte, en mi humilde opinión, es el inglés Nick Hornby: acálo último que leí de él).

En Heartburn, Efron cuenta la historia de un matrimonio que se rompe, pero haciéndote reír desde el primer momento. En la primera página, de hecho, la narradora nos dice que el marido está teniendo un affaire mientras ella está embarazada de siete meses, y lo dice de una manera graciosa. No es la primera vez que algo así le ocurre a la narradora, ni será la última vez que nos haga reír con ello. Un poco más adelante va para atrás en el tiempo y recuerda una escena: “‘¿Dónde estuviste las últimas seis horas’ le pregunté a mi primer marido. ‘Afuera, comprando bombitas’, me respondió. Bombitas. Medias. ¿Qué hago casada con hombres que inventan excusas como estas?” (p. 11). Ahí también, desde el comienzo, está el germen del cambio: darse cuenta de que el problema no son ellos, sino ella.

La narradora es Rachel Samstat, una judía neoyorquina que se dedica a escribir sobre comida, y la novela está llena de comida (incluyendo recetas) y de humor judío. Y lo que pasa en la novela con Rachel (además de que se entera de que su marido estaba enamorado de otra) es que se da cuenta de que siempre había elegido mal y de que ya no estaba más dispuesta a estar con el tipo equivocado. “¿Y qué es todo esto de elegir, además? ¿Quién está eligiendo? Cuando estaba en la universidad yo tenía una lista de lo que quería en un marido. Una lista larga. Quería alguien registrado como demócrata, que jugara bridge, un lingüista con especial fluidez en francés, suscriptor al New Republic, jugador de tenis. Quería un hombre que no fuera pelado, que no fuera gordo, que no estuviera cubierto con demasiado bello corporal. Quería un hombre con piernas largas y un culo chico y lindas arruguitas de risas alrededor de los ojos. Después crecí y me conformé con un lunático de bajo nivel que tenía hámsteres” (p. 83).

Aunque va para adelante y para atrás en el tiempo, en el fondo la novela retrata las seis semanas entre que Rachel se entera de que su marido, Mark, periodista, tenía un affaire hasta qué decide finalmente qué hacer con eso. En esas seis semanas Rachel descubre algo sobre su marido (que en el fondo ya lo sabía); y algo sobre qué le había pasado al matrimonio después del nacimiento del primer hijo (lo había cambiado todo): “Después de que nació Sam me acuerdo haber pensado que nunca nadie me había dicho cuánto amaría a mi hijo; ahora, claro, me daba cuenta de algo más que nadie te dice: que un hijo es una granada. Cuando tenés un hijo detonás una explosión en tu matrimonio, y cuando el polvo se asienta tu matrimonio es diferente de lo que era" (p. 158).

Pero también descubre algo de ella, como decía antes. Y sabé qué hacer. Irse. Y escribirlo:

“Vera dijo: ‘¿por qué sentís que tenés que convertir todo en una historia?’

Así que le dije por qué.

Porque si cuento la historia, yo controlo la version.

Porque si cuento la historia, te puedo hacer reír, y prefiero que te rías de mí antes de que te apenes de mí.

Porque si cuento la historia, no duele tanto.

Porque si cuento la historia, puedo seguir adelante” (p. 177).

La novela es muy buena y muy divertida (muchomejor que la película, de 1986, con Jack Nicholson y Meryl Streep). Algo me decía, al leerla, que era más que una historia, y ese final de por qué contarla lo hizo más claro. Así que googleé y, efectivamente, la novela es muy autobiográfica, y Mark es nada menos que Carl Bernstein (uno de los dos periodistas detrás de la famosa cobertura del caso Watergate) y el segundo marido de Efron. Eso le da una razón más a por qué escribir la historia, claro, la venganza: pero la novela no necesita ningún anclaje en la realidad para ser muy buena y muy divertida.

 

Originales de las citas

“‘Where were you the last six hours’ I said to my first husband. ‘Out buying light bulbs’, he said. Light bulbs. Socks. What am I doing married to men who come up with excuses like this” (p. 11).

“And what is all this about picking, anyway? Who’s picking? When I was in college, I had a list of what I wanted in a husband. A long list. I wanted a registered Democrat, a bridge player, a linguist with particular fluency in French, a subscriber to The New Republic, a tennis player. I wanted a man who wasn’t bald, who wasn’t fat, who wasn’t covered with too much body hair. I wanted a man with long legs and a small ass and cute laugh wrinkles around the eyes. Then I grew up and settled for a low-grade lunatic who kept hamsters”  (p. 83).

“After Sam was born, I remember thinking that no one had ever told me how much I would love my child; now, of course, I realized something else that no one tells you: that a child is a grenade. When you have a baby, you set off an explosion in your marriage, and when the dust settles, your marriage is different from what it was” (p. 158).

“Vera said: ‘Why do you feel you have to turn everything into a story?’

So I told her why:

Because if I tell the story, I control the version.

Because if I tell the story, I can make you laugh, and I would rather have you laugh at me than feel sorry for me.

Because if I tell the story, it doesn’t hurt so much.

Because if I tell the story, I can get on with it” (p. 177).


lunes, 9 de junio de 2025

Historias de padres e hijos

Me regalaron para mi cumpleaños una colección de cuentos de distintos autores con el tema de la paternidad: "Stories of Fatherhood", editado por Diana Secker Tesdell para Everyman's Pocket Classics.

Hay algo muy positivo para decir de este tipo de colecciones temáticas: diferentes miradas con la literatura sobre el mismo tema te muestran, justamente, cómo la literatura puede abordar la vida misma. Además, a veces pasa con las colecciones de cuentos de un autor que uno no sé si se cansa, o se aburre, pero algo así; como que querés algo diferente. Pues bien, acá tenés eso, podés pasar de un estilo a otro muy distinto, miradas, tonos, de todo. Claro, a veces hay saltos de calidad, y no es la excepción de esta colección, donde hay cuentos que me parecieron bellísimos tanto de consagrados (Raymond Carver, E. L. Doctorow, Vladimir Nabokov, Franz Kafka) como de autores que yo no conocía (Andre Dubus, Jim Shepard). Otros me gustaron menos, incluyendo los de algunos consagrados (John Updike).

El segundo comentario general es que yo esperaba (y quien me lo regaló también) que serían más historias de padres hablando de paternidad que de hijos hablando de sus padres. Pero, aunque por poco, fueron más los cuentos desde la perspectiva del hijo que desde la perspectiva del padre. Algunos, como el de Carver, hacen que el padre, al pasar algo con su hijo, reflexione sobre su padre y sobre su rol como hijo; y en dos o tres se da la inversa, que la reflexión del hijo sobre su padre oriente una reflexión sobre su papel como padres. Se ve que nunca nos podemos separar demasiado.

Otra cosa interesante es que hay algunos cuentos casi pintorescos, el relato de familias felices (Ron Carlson, “The H Street Sledding Record”) y se llega hasta el otro extremo; ahí está, obviamente, “El Juicio” o “El veredicto” de Kafka: un padre severo acusa a su hijo de deshonrar a la madre, traicionar a su amigo y querer matar al padre; el padre sentencia al hijo a morir ahogado y el hijo se suicida tirándose al río. En “A Little Cloud” James Joyce transmite a un padre que se siente atrapado en la paternidad: “Preso por toda la vida.” / “He was a prisoner for life.” (p. 211). Otro padre poco feliz con su paternidad es el de “Sorry?”, de Helen Simpson: “El tema es que él había sido el proveedor. Los hijos necesitan a sus madres. Es verdad que él no se había interesado mucho en ellas, pero bueno, francamente, ellas no habían sido demasiado interesantes. ¿Se suponía que tenía que fingir? Ninguna de las dos había logrado mucho. Y él tenía su vida de la que encargarse.” / “The thing is, he had been the breadwinner. Children needed their mothers. It was true he hadn’t been very interested in them, but then, frankly, they hadn't been very interesting. Was he supposed to pretend? Neither of them had amounted to much. And, he had had his own life to get on with.” (p. 270).

Uno de mis favoritos de la colección es “Bicycles, Muscles, Cigarettes” (“Bicicletas, músculos, cigarrillos”), de Raymond Carver. Un padre que recientemente dejó de fumar tiene que ver qué macana se mandó su hijo, junto con otros, con la bicicleta de un vecino. Termina peleándose a trompadas con el padre de otro de los chicos. Después de la pelea se acuerda de la vez que vio a su padre peleándose con otro hombre y cuando pone al hijo a dormir, el hijo le pregunta si la relación del padre con el abuelo era parecida a la de él con el padre; y termina diciéndole que le hubiera gustado conocerlo cuando tenía su edad. 

Otro es “A father's story” ("La historia de un padre"), de Andre Dubus, de cuya existencia no me había enterado hasta leer este cuento, donde un padre profundamente religioso se encuentra ante un dilema ético: ¿defender a su hija o hacer lo correcto, o será que acaso hacer lo correcto es siempre defender a la hija? Un par de citas de este cuento que me interpeló fuerte como padre de hijas: 

“Jennifer tiene veinte y me preocupo por ella de la manera en que los padres nos preocupamos de las hijas, pero no de los hijos. Quiero saber en qué anda, y al mismo tiempo no.” / “Jennifer is twenty, and I worry about her the way fathers worry about daughters but not sons. I want to know what she’s up to, and at the same time I don't” (p. 105).

"era a ser mujeres a lo que estaban entrando, el profundo bosque de serlo, y más allá de cuántas mujeres y hombres también estén diciendo estos días que hay poca diferencia entre nosotros, la verdad es que los hombres se mueven en ese bosque sólo por senderos claramente demarcados, mientras que las mujeres se mueven en él como pájaros". / “it was womanhood they were entering, the deep forest of it, and no matter how many women and men too are saying these days that there is little difference between us, the truth is that men find their way into that forest only on clearly marked trails, while women move about in it like birds” (p. 106).

“cuando tocó a mi puerta, y me llamó, despertó algo que había fluido latente en mi sangre desde su nacimiento, y entonces lo que se levantó de la cama no fue el dueño de un establo ni un católico ni ningún otro Luke Ripley con quien había vivido por largo tiempo, sino el padre de una chica” / “when she knocked on my door, then called me, she woke what had flowed dormant in my blood since her birth, so that what rose from the bed was not a stable owner or a Catholic or any other Luke Ripley I had lived with for a long time, but the father of a girl” (p. 123).

Me gustó mucho “The Writer in the Family” (“El escritor de la familia”), de E. L. Doctorow: cuando el padre se muere, una tía le pide al hijo que escriba cartas firmadas por su padre para darle a su abuela, para que la abuela no sufra por la muerte de su hijo. En el medio el chico descubre algo sobre su padre y sobre sí mismo. Contiene esta cita genial: “Nunca había ido al Oeste. Nunca había viajado a ningún lado. En su generación la gran travesía era desde la clase trabajadora a la clase profesional". / “He had never been west. He had never traveled anywhere. In his generation the great journey was from the working class to the professional class.” (p. 128).

También me gustó “Christmas” de Vladimir Nabokov. Es Navidad y Stepsov deambula por su casa de campo sufriendo por la reciente muerte de su hijo pequeño. Descubre su colección de mariposas (es Nabokov, cómo no va a haber mariposas) y que el hijo estuvo enamorado. Un cuento lleno de simbolismo sobre la vida y la muerte. 


martes, 20 de mayo de 2025

Literatura de naturaleza divina


Llueve en Buenos Aires y me siento a escribir sobre Walk the Blue Fields, preciosa colección de cuentos de Claire Keegan. Nacida en Irlanda en 1968, Keegan es, para mí, sencillamente, extraordinaria. Antes de este leí Antarctica (cuentos) y Small Things Like These (novella).

Walk the Blue Fields contiene ocho cuentos que ocurren principalmente en la ruralidad irlandesa. Hay curas que se enamoran, mujeres que son abusadas en silencio durante años, parejas que no pueden comunicarse, oportunidades perdidas, supersticiones, caballos hermosos, perros perfectos y sobre todo mucha dificultad emocional sobre un mundo natural que está siempre presente. Al final del cuento que le da el título al libro, el cura piensa: “¿Dónde está Dios?, se había preguntado, y hoy Dios está respondiendo. El aire todo alrededor está agudo con el fuerte olor de los arbustos de grosellas salvajes. Un cordero escala de un sueño profundo y atraviesa el campo azul. Arriba, las estrellas rodaron a sus posiciones. Dios es la naturaleza”. (p. 58)

En “The Long and Painful Death”, una autora cumple 39 años durante una residencia en la casa de Heinrich Böll (escritor alemán ganador del Premio Nobel de 1972). Al principio le cuesta escribir y pierde tiempo paseando y haciendo una torta y además la interrumpe un señor alemán que resulta ofendido de que ella pierda el tiempo en casa de Böll en lugar de estar escribiendo, pero con eso, justamente, la escritora hace un cuento.

En “The Parting Gift” Keegan cuenta con pasmosa naturalidad la historia de una chica abusada por su padre durante años. Es el día que se va, finalmente, de la casa, a Estados Unidos, y aunque el padre no le da el regalo de despedida que hubiera esperado, su hermano le da otro que la deja llorando encerrada en el baño del aeropuerto, pero que, quizás, sea el camino a la liberación.

En “Walk the Blue Fields” un cura de pueblo casa a dos jóvenes, y al poco tiempo sabemos que la novia fue su amante, la mujer por la que él estuvo a punto de dejar el sacerdocio. El cura lleva todo el dolor frente a todo el pueblo, solo, y recuerda la oportunidad perdida. (En este cuento “los árboles son altos y acá el viento es extrañamente humano” [p. 38], lo que no sé muy bien qué significa, pero suena hermoso). El cuento que le sigue (“Dark Horses”) es el de otra oportunidad perdida: Brady le cuenta a Leyden cómo fue que dejó ir a “la mujer más bella que jamás pasó por acá” (p. 66). En “Night of the Quicken Trees”, en cambio, Margaret Musk ve una oportunidad y sí la toma. El cuento relata la extraña relación entre Stack, un solterón que vivía con una cabra, y Margaret, una mujer supersticiosa (y con poderes de sanación) que se muda al lado de Stack, en un pueblo cerca del mar. Allí había tanto viento que “Los ponis estaban parados con sus colas al viento como si el viento pudiera fertilizarlos. Toda criatura parecía capaz o al borde de volar” (p. 146).

“The Forester’s Daughter” es demasiado complejo para contar, pero baste decir que hay pareja donde nada se dice por décadas, un hombre sin amor por nada más que por su tierra y su granja, una hija solitaria a quien le dan y le quitan un perro, un hijo con problemas mentales y un perro hermoso. El cuento, que podría ser una novela, tiene momentos geniales de terceras primeras de un perro; por ejemplo: “Desconcertado primero por la presencia de un desconocido, el retriever mira a su alrededor y después se acuerda de ayer. O’Donnell había tratado de dispararle, pero claro, la rabia de O’Donnell fue siempre más aguda que su puntería. Era, simplemente, un ejemplo de un cazador malo que culpa a su perro” (p. 78).

En fin, Keegan es una genia, y harían todos muy bien de ir a leerla.

 

Otras citas que me gustaron

“When she woke, she felt the tail end of a dream –a feeling, like silk– disappearing”. / “Cuando se despertó sintió la cola final de un sueño –una sensación, como seda– que desaparecía”. (p. 4)

“There are tears there but she is too proud to blink and let one fall. If she blinked, he would take her hand and take her away from this place. This, at least, is what he tells himself. It’s what she once wanted but two people hardly ever want the same thing at any given point in life. It is sometimes the hardest part of being human.” / “Hay lágrimas ahí pero ella es demasiada orgullosa como para pestañar y dejar que caiga una. Si pestañara, él la tomaría de la mano y la sacaría de este lugar. Esto, al menos, es lo que se dice a sí mismo. Es lo que ella quiso en un momento pero difícilmente dos personas quieran lo mismo en cualquier momento dado de la vida. Es a veces lo más difícil de ser humano” (p. 51).

 

Originales de las citas

“Where is God? He has asked, and tonight God is answering back. All round the air is sharp with the tang of wild currant bushes. A lamb climbs out of a deep sleep and walks across the blue field. Overhead, the stars have rolled into place. God is nature. (p. 58).

“the trees are tall and here the wind is strangely human” (p. 38).

“the finest woman ever came around these parts” (p. 66).

“Ponies stood with their backsides to the wind as though the wind would fertilise them. Every creature seemed capable or on the verge of flight” (p. 146).

“Puzzled at first by the presence of a stranger, the retriever looks around and then remembers yesterday. O’Donnell tried to shoot him but then O’Donnell’s rage was always sharper than his aim. It was, quite simply, a case of the bad hunter blaming his dog” (p. 78).

viernes, 16 de mayo de 2025

Abogado, hincha de Independiente y bon vivant

Ayer yendo a la cancha Waze me llevó por un lugar raro para evitar el colapso de la 9 de Julio. Le hice caso sin pensarlo y al minuto de doblar por Diagonal Norte me avivé de que no era la primera vez que hacía ese camino para ir a la cancha.

Mi viejo tenía un estudio de abogados con su hermano en el edificio La Unión, Diagonal Norte 811. Un día papá se había olvidado los carnets en el estudio y fuimos a buscarlos. Estacionó con balizas en la avenida y me dejó esperando mientras los buscaba. Quizás pasó más de una vez, pero ese era un sábado o domingo a la mañana y había llovido. Al rato el viejo bajó y seguimos.

Tengo mil recuerdos de mi viejo en la cancha. Cuando era chiquito yo le insistía para que me llevara: eran los tiempos del Bocha y de las copas. Después él dejó de ir y yo empecé a ir solo o con mi amigo y casi hermano al que hicimos del Rojo con papá: así vimos el campeonato de 1995. Y más tarde yo empecé a llevarlo a él. Vimos algunos partidos del campeonato con el Tolo Gallego y después otros ya en la mala, como en esta foto, que si no es la última vez que fue a la cancha le pega en el palo. 


El partido de ayer fue un día después del segundo aniversario de su muerte. La noche anterior habíamos ido a comer con mi esposa e hijas en conmemoración, porque al viejo le gustaba comer y tomar bien. (Esta foto, como me dijo el miércoles un amigo, mío y del viejo, "lo pinta de cuerpo entero").

Cuando entrábamos a la cancha con mi hija mayor le dije que de alguna manera, con ayuda de Waze, estos días lo había recordado con tres de sus facetas clave: abogado, hincha de Independiente y bon vivant. 

lunes, 12 de mayo de 2025

La búsqueda ordena


Leí La luz negra, de María Gainza, de quien también leí El nervio óptico, y pienso ahora que son muy buenos los títulos de María Gainza. En esta nueva novela Gainza camina en el mismo mundo que en el anterior, en la intersección de los círculos bohemios y del arte con el del (llamémosle así) patriciado porteño. El segundo es más o menos el mío, mientras que el primero, como decía en mi apunte de El nervio óptico, me es más ajeno.

La luz negra es una novela sobre la falsificación, que quizás quiere decir que es sobre la identidad (¿no lo son todas?), pero también es, quizás, el relato de un duelo. La narradora, encerrada en un hotel que da al cementerio de la Recoleta, recuenta cómo una vida cerca del arte la llevó al mundo de la falsificación. Cómo, por trabajar junto con una persona encargada de certificar la originalidad de cuadros, Enriqueta Macedo, terminó persiguiendo a una antigua falsificadora, la enigmática Negra. En el medio, también, nos recrea un mundo, el del Buenos Aires de los sesenta, en torno a la “Banda de Falsificadores Melancólicos”, y hasta una subasta de objetos de Mariette Lydis, una pintora austríaca que vivió y murió en Buenos Aires, y que está sepultada, claro, en el cementerio de la Recoleta. El relato está construido con datos y personas que sabemos reales y otros que quizás sólo los entendidos pueden saber.

La Negra era la mejor de las falsificadoras. Falsificar, nos dice Gainza, “es todo un arte porque supone meterse en la cabeza del otro, requiere de empatía y, ¿por qué no?, de genio. Era una falsificadora original, si tal cosa existe” (p. 37). La narradora, quien hasta donde sabemos jamás agarra un pincel, es también una falsificadora. Se mete en el mundo del arte porque no tiene mucho dónde ir y allí la conecta el “tío Richard”. Y sigue adelante, quizás, porque ese es el personaje que construyó o está construyendo. En un momento, al ser despedida del diario en el que se desempeñaba como crítica, llora: “mientras sentía una lágrima correr por mi mejilla me pregunté si no serían de cocodrilo. A veces uno entra en personaje y es difícil distinguir” (p. 74).

Como investigadora quizás es falsificadora, quizás apenas una amateur. En definitiva, investiga menos por interés en el arte o la historia que por dolor, quizás por amor. Entre muchas otras cosas, Enriqueta le había enseñado la importancia de tener una búsqueda: “’Una búsqueda te ordena’, me había dicho, ‘mantiene la cosa a raya’” (p. 77). Y la narradora necesitaba mantener la cosa a raya. “Cuando un ser querido muere, el acto reflejo es básico, e intuyo, universal: uno vuelve mentalmente a esa persona, repasa los temas de conversación, rescata el viejo léxico de guiños y chistes internos, revisa los lugares comunes” (p. 139).

No me volvió loco La luz negra; me gustó quizás menos que El nervio óptico, y hasta se me hizo larga por momentos. La encuentro deshilachada e inconclusa, pero ahí está, ya por su sexta edición o más y traducida a diez idiomas y todo eso.

 

Otras citas

“Qué cosa monstruosa nuestro pasado, en especial cuando ha sido excitante” (p. 43).

“Rara vez un hombre le propone algo a una mujer sin que ella, minutos antes, no lo haya intuido” (p. 46).

“Tenemos poco y nada: solo lo que somos hoy, como mucho lo que hicimos ayer, lo que haremos mañana, con suerte” (p. 134).


viernes, 2 de mayo de 2025

Tierra violenta

 


Leí Ladrilleros, novela de Selva Almada publicada en 2013 y que disfruté mucho. Ladrilleros relata el enfrentamiento de dos familias, los Tamai y los Miranda, en algún lugar del Chaco (¿sólo por eso me hizo acordar a Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued?).  Primero los padres, Oscar Tamai y Elvio Miranda; después los hijos, Pájaro Tamai y Marciano Miranda.

En un lugar violento donde sacrifican a un perro ahorcándolo, donde el calor oprime y los humanos son más animales que sociales:

“Llegaron a un grupito de árboles y Tamai la apoyó contra el tronco de uno. Sintió la corteza áspera raspándole la espalda que el solero le dejaba desnuda. En un puño mantuvo agarrada la bombacha y al otro se lo mordió para no gritar cuando lo tuvo todo adentro al novio.

Cuando terminó, se arregló la ropa, aturdida. Él, jadeando, se recostó contra el árbol y prendió un cigarrillo, luego la atrajo con un brazo y le besó la frente.

– De parados no preña –le susurró.”

Almada te lleva así, directo. Como cuando Celina conoce a Oscar, y “el corazón se le paraba adentro del pecho. Fue apenas un instante porque cuando el hombre comenzó a caminar hacia ella, haciendo sonar los tacos de sus botas sobre los mosaicos del piso, empezó a latir desaforado. Tamtam las botas; tamtam el corazón.” (p. 30) Sólo en algunos momentos tuve algunos problemas con la puntuación, porque soy medio molesto con eso, o con algunas palabras que me sacaban del registro del lugar. Y te lleva contando quizás dos décadas de historia en doscientas páginas cortas, yendo y volviendo en el tiempo, empezando en el presente para terminar en el mismo lugar, en una novela que tiene algo de Montescos y Capuletos y de un amor imposible y muertes también, con cuchillos, claro: “Los filos hambrientos buscaron la carne enemiga”.

lunes, 28 de abril de 2025

En busca de la identidad

 


Leí Who Do You Think You Are?, de Alice Munro, escritora canadiense ganadora del Premio Nobel (2013) y recientemente puesta al borde de la cancelación al conocerse, después de su muerte en 2024, de que su pareja había abusado de su hija. De Munro, genia, leí Too Much Happiness, Runaway, Dance of the Happy Shades, Hateship, friendship, loveship, marriage y Something I’ve Been Beaning to Tell You. Siempre me gustó Munro, siempre volví por más.

Who Do You Think You Are? es una colección de cuentos que también puede ser leída como una novela. De hecho, yo elijo leerla como una novela, algo más que una Bildungsroman de Rose, el personaje principal, que nace en un pueblito de Ontario y logra irse, pero nunca logra irse del todo. La infancia es violencia (incluyendo del padre) y peligro. “Pero no era tremendamente triste (…) Aprender a sobrevivir, sin que importe con cuanta cobardía o precaución, con cuanto estupor y cuántas premoniciones, no es lo mismo que ser triste. Es demasiado interesante” (p. 34).

La niñez y la adolescencia, con un padre que ejercía violencia y una madrastra dura (Flo), con una escuela llena de peligros, y un abuso sexual en un tren, es también cuando bajaban estereotipos de género muy claros: “Flo era su idea de lo que debía ser una mujer. Rose lo sabía, y hasta él [el padre] lo había dicho a menudo. Una mujer debería ser energética, práctica, inteligente para hacer y ahorrar; debería ser astuta, buena regateando y dando órdenes y viendo más allá de las pretensiones de las personas. Al mismo tiempo debería ser intelectualmente ingenua, infantil, despreciar mapas y palabras largas y todo lo que esté en los libros, llena de ideas encantadoras y confusas, de supersticiones y de creencias tradicionales” (p. 56).

Rose logra irse del pueblo, gracias a una beca para la universidad, donde los estereotipos continúan. “A Rose le pareció ver cuatro o cinco chicas del mismo tipo encorvado y de señora de la chica que estaba a su lado, y varios chicos de ojos brillantes con caras de bebés presumidos. La regla parecía ser que las chicas con becas se vieran de unos cuarenta y los chicos de más o menos doce” (p. 88). Vive en lo de una profesora que la anima a concentrarse en los estudios y evitar a los varones, pero Rose se encuentra con Patrick y descubre el sexo. Se casa con Patrick, que es rico; en su casa: “El tamaño era lo que se veía en todos lados, y especialmente el grosor. El groso de las toallas y las alfombras y las asas de los cuchillos y los tenedores, y de los silencios” (p. 103).  

Rose (y Munro) descubren la “interseccionalidad”, tan de moda hace unos años (el libro es de 1978), en este caso entre género y clase. Ser mujer y pobre es distinto. “La pobreza en las chicas no es atractiva salvo que la combines con ser una putita dulce, o con estupidez. Ser inteligente no es atractivo salvo que lo combines con algunas muestras de elegancia; clase.” (p. 88). Pero Rose descubre que en una familia de ricos puede haber incluso más maldad que en su infancia. “Nunca había imaginado que podía haber tanta verdadera maldad en un solo lugar. Billy Pope era un intolerante y un gruñón, Flo era caprichosa, injusta y chismosa, su padre, cuando vivía, había sido capaz de juicios fríos y una desaprobación implacable; pero comparada con la familia de Patrick, la gente de Rose parecía jovial y contenta” (p. 106).

El matrimonio con Patrick fue un desastre, con ocasionales momentos de violencia, de ambos lados del mostrador, con una hija a quien Rose no le prestó demasiada atención. Y después de eso Rose logró hacerse una carrera, no del todo exitosa, no del todo desastrosa, como actriz y presentadora de televisión y dando clases en universidades. Siguió, mientras estaba casada y después, buscando hombres, unas veces con más éxito que otras. Hacia el final del libro, más grande, quizás alrededor de los cuarenta, en ese limbo de carrera y falta de vínculos fuertes y sanos, Rose se pregunta: “Sí parecía que las vidas de las personas tenían más desesperación que antes, ¿y qué puede ser más desesperante que una mujer de la edad de Rosa, sentada toda la noche en su cocina oscura esperando por su amante? Y esta era una situación que ella misma había creado, lo había hecho todo ella, parecía que ella nunca aprendía las lecciones” (p. 206).

El libro termina con Rose de vuelta en el pueblo, cuidando a su madrastra, que le vuelve a preguntar quién se cree que es, por sus pretensiones (bastante modestas sin duda) de ser más que ese pueblo. Se encuentra con un amigo del secundario a quien nunca más había visto y se da cuenta de que “Todo lo que había hecho podía a veces verse como un error” (p. 255), que es algo que tantos podemos pensar pasada cierta edad. Quizás ahí, en ese preciso momento, y no con los golpes del padre ni con la mano del pastor en el tren ni cuando empezó a disfrutar del sexo con Patrick ni con el adulterio la maternidad la universidad u otro momento sino quizás ahí, en ese preciso instante donde piensa que todo puede haber sido o no un error quizás ahí Rose se convirtió en mujer, aun cuando quizás sin saber todavía o quizás por darse cuenta de que nunca puede saber exactamente quién es.

 

Originales de las citas

“But she was not miserable, except in the matter of not being able to go to the toilet. Learning to survive, no matter with what cravenness and caution, what shocks and forebodings, is not the same as being miserable. It is too interesting.” (p. 34)

“Flo was his idea of what a woman ought to be. Rose knew that, and indeed he often said it. A woman ought to be energetic, practical, clever at making and saving; she ought to be shrewd, good at bargaining and bossing and seeing through people’s pretensions. At the same time she should be naive intellectually, childlike, contemptuous of maps and long words and anything in books, full of charming jumbled notions, superstitions, traditional beliefs.” (p. 56)

“It seemed to Rose that she saw four or five girls of the same stooped and matronly type as the girl who was beside her, and several bright-eyed, self-satisfied babyish-looking boys. It seemed to be the rule that girl scholarship winners looked about forty and boys about twelve.” (p. 88)

“Size was noticeable everywhere and particularly thickness. Thickness of towels and rugs and handles of knives and forks, and silences.” (p. 103)

“Boys could get away with that, barely. For girls it was fatal. Poverty in girls is not attractive unless combined with sweet sluttishness, stupidity. Braininess is not attractive unless combined with some signs of elegance; class. Was this true, and was she foolish enough to care? It was; she was.” (p. 88)

“She had never imagined so much true malevolence collected in one place. Billy Pope was a bigot and a grumbler, Flo was capricious, unjust, and gossipy, her father, when he was alive, had been capable of cold judgments and unremitting disapproval; but compared to Patrick’s family, all Rose’s own people seemed jovial and content.” (p. 106)

“People’s lives were surely more desperate than they used to be, and what could be more desperate than a woman of Rose’s age, sitting up all night in her dark kitchen waiting for her lover? And this was a situation she had created, she had done it all herself, it seemed she never learned any lessons at all.” (p. 206)

“Everything she had done could sometimes be seen as a mistake. She had never felt this more strongly than when she was talking to Ralph Gillespie, but when she thought about him afterward her mistakes appeared unimportant”. (p. 255)

lunes, 21 de abril de 2025

Un clásico inolvidable (que no vale la pena leer)



Leí (algo así como dos tercios) de Drácula, de Bram Stoker y, como ya se imaginará el lector, me aburrió. Nunca antes había leído la novela; la verdad es que nunca me había interesado mucho, pero hace unas semanas hice una audición para una puesta teatral de esta historia, porque ahora, como diría mi abuela, “se me ha dado por la actuación”, y me pareció que tenía que leerla. Un embole.

La obra de teatro en la que finalmente no participaré aclara en el subtítulo que se trata de un melodrama victoriano. El melodrama, la exageración de sentimientos y situaciones, lo hace un poco aburrido. Hay unos pronunciamientos de los distintos personajes que son exagerados, largos discursos ponderándose mutuamente y cosas por el estilo. Otra razón del aburrimiento es que para el lector de 2025 la novela es una gran obviedad. Stoker va dejando pistas de que se trata de una historia de vampiros por todos lados. Para el lector de 1897 todo eso se condensa en un momento de gran revelación, ¡el Conde Drácula es un vampiro!, pero para el de 2025, que conoce a Drácula desde los 5 años, no hay ninguna sorpresa y cada indicio parece una tontería.

Lo victoriano trae el componente más ideológico, si se quiere. Los críticos hablan de Drácula como una novela victoriana profundamente conservadora en términos del lugar de la mujer, que expresa una supuesta ansiedad de Occidente ante otras razas y por la pérdida de fuerza del cristianismo y de la religión en general frente a otras culturas y a las fuerzas del secularismo y la ciencia. Lo primero es clarísimo, con una crítica directa a un movimiento precursor del feminismo, el de la “Nueva Mujer”. Mina se mofa de ellas en su diario (la novela se construye con diarios de los personajes, más recortes de periódicos y cosas por el estilo): “Algunas de las escritoras de las ‘Nuevas Mujeres’ algún día vendrán con la idea de que debería permitirse a hombres y mujeres que se vean el uno al otro durmiendo antes de proponer o aceptar el matrimonio. Pero supongo que la Nueva Mujer no condescenderá a aceptar; ella misma será la que propondrá” (p. 77). Todo esto, claro, resulta inconcebiblemente viejo.

Lo que es gracioso, si se quiere, es la forma del argumento en defensa de lo religioso. Durante toda la novela se presenta a los personajes situaciones sobrenaturales, y frente a ellas los personajes siempre encuentran explicaciones no sobrenaturales: algo así como “ah, debe ser que vi mal”. Por ejemplo, cuando el Dr. Seward ve la herida que el vampiro dejó en el cuello de Lucy, se siente mal pensando que él la había lastimado con un alfiler de gancho (p. 80). El que finalmente descubre que se trata de vampirismo, el Dr. Van Helsing, tarda mucho en decirlo a los demás porque sabe que sus interlocutores -personas modernas, científicas- descreerán. Por eso, finalmente, cuando les presenta todas las pruebas, le dice a Seward: “Vos sos un hombre inteligente, John; razonás bien, y tu genio es valiente; pero estás muy prejuiciado. No dejás que tus ojos vean ni que tus oídos oigan, y aquello que está fuera de tu vida diaria no te interesa. ¿No pensás que hay cosas que no podés comprender y que sin embargo son, que algunas personas ven cosas que otros no pueden ver?” (p. 163). Hay vampiros, John, y hay un Dios al que debemos hacerle caso, aunque tu paradigma no te lo permita ver. Me causa un poco de gracia esto porque la forma de ese argumento vale contra cualquier pensamiento predominante; aunque en ese momento es conservardor (creamos en los vampiros y que se los combate con crucifijos y que hay una vida eterna), es la forma del argumento de la rebeldía, no del orden.

Bueno, eso. Aburrido. Otra curiosidad: la novela, como tal, claramente no soportó bien el paso del tiempo; pero Drácula, como objeto cultural, como personaje, como idea, está claramente asentado en el acervo cultural de Occidente. Es un clásico inolvidable, todos los llevamos dentro nuestro: pero no vale la pena leerlo.


Originales de las citas

“Some of the “New Women” writers will some day start an idea that men and women should be allowed to see each other asleep before proposing or accepting. But I suppose the New Woman won’t condescend in future to accept; she will do the proposing herself.” (p. 77)

“I was sorry to notice that my clumsiness with the safety-pin hurt her. Indeed, it might have been serious, for the skin of her throat was pierced. I must have pinched up a piece of loose skin and have transfixed it, for there are two little red points like pin-pricks, and on the band of her nightdress was a drop of blood.” (p. 80)

“You are clever man, friend John; you reason well, and your wit is bold; but you are too prejudiced. You do not let your eyes see nor your ears hear, and that which is outside your daily life is not of account to you. Do you not think that there are things which you cannot understand, and yet which are; that some people see things that others cannot?” (p. 163)


lunes, 14 de abril de 2025

Adiós, Mario

Hasta 2005 no leía “latinoamericanos”. Tenía un prejuicio contra el “realismo mágico” y sólo había leído Náufrago de Gabriel García Márquez y no había pasado de los primeros capítulos de Pantaleón y las visitadoras de Mario Vargas Llosa. Hasta 2005, además, leía poca ficción; desde que salí del secundario y hasta que defendí mi tesis de Maestría en aquel año, había concentrado la mayor parte de mi tiempo de lecturas en ciencias sociales e historia. Cuando entregué y defendí la tesis me juré no agarrar un libro de no ficción nunca más en mi vida.

Por supuesto que no cumplí con la conjura hiperbólica, pero sí empecé a leer ficción como nunca antes. Y al principio me dije que me debía leer a los latinoamericanos, a ver si quizás no era yo el gallego contramano en Libertador. Lo era, claro. García Márquez me volvió loco por la fluidez de su prosa, porque era miel líquida, porque yo no sabía que se podía escribir así, no sabía que la prosa podía ser poesía. Pero cuando se pone mágico el colombiano me aleja, y esas historias melodramáticas a veces también.

Vargas Llosa, en cambio… Quizás lo que más me gusta de Vargas Llosa es que junta dos de mis grandes intereses en la vida: la literatura y la política. De sus libros, los que más disfruté tienen un componente bien político: más obvio en La guerra del fin del mundo, Conversación en La Catedral y, claro, en La fiesta del Chivo; un poco más indirecto en La ciudad y los perros y Pantaleón y las visitadoras.

Hace años que no leo a Vargas Llosa, y es verdad que sus últimos libros están muy lejos de esos cinco, pero qué librazos que son esos cinco. A todos esos los leí antes de tener este blog, por lo cual carezco de mis notas, de mi memoria extraíble, de mi disco externo para recordar bien qué me parecieron en aquel momento. La fiesta del Chivo es un thriller político espectacular, pero escrito como debe escribirse. De La ciudad y los perros recuerdo esa sensación de violencia latente, de masculinidad física, de crudeza sorprendente. Pantaleón y las visitadoras y La guerra del fin del mundo son dos miradas geniales a esta locura que es América Latina, desde la selva y la corrupción hasta el fanatismo y los movimientos populares. Pero Conversación en la CatedralConversación es uno de los libros más inteligentes y bellos y tristes que recuerdo, un libro que piensa un país en relación con un grupo de personas y sus vínculos, o esas personas y vínculos con relación a un país. Es el tipo de libro que me hubiera gustado escribir para Argentina y que, quizás, ya ha sido escrito por Pedro Mairal con El año del desierto.

Adiós, Mario, y gracias. Algo me dice que pronto volveré a agarrar alguno de esos cinco libros, que van a quedar por siempre.

lunes, 31 de marzo de 2025

El destino trágico de un amor prohibido

 


Leí The Heart in Winter, de Kevin Barry, novela de amor trágica y bella sobre el destino, ambientada en el duro Oeste norteamericano a fines del siglo XIX.

La novela relata un amor prohibido entre un drogón, Tom Rourke, y Polly Gillespie, una mujer de pasado oscuro (tanto que en un momento se dice a sí misma “Llevé a otro más por el mal camino, oh Jesús, ¿no podés ayudarlo ahora?” (p. 179). La novela se ambienta alrededor de Butte, Montana, una tierra de mineros llena de irlandeses recién llegados que extrañan la patria: “Invierno en Butte. Ciudad de putas e infecciones pulmonares. Se huele la pleuresía y los pulmones podridos a una milla” (p. 119). Allí, Tom Rourke ayuda a otros a conseguir mujeres para casarse, escribiendo cartas como un Cyrano del Oeste. Pero cuando llega Polly a Butte para casarse con un minero ella pasa antes por el estudio de fotografía donde trabaja Tom y el flechazo es instantáneo. Desde entonces Tom y Polly buscarán escaparse a California y serán perseguidos. Polly se va con él a pesar de que bien pronto le dice: “¿Pero, che, Tom? Esto no se parece mucho a un plan” (p. 62).

El libro tiene una música hermosa y distinta. Barry describe y adjetiva con gran originalidad; por ejemplo, en una misma escena, Tom sala los huevos “sin ambigüedad” antes de que estos le sienten “controversialmente” (p. 22/23), y poco después “la mañana estaba iluminada de forma pronunciada bajo un cielo abierto vasto y blanco-migraña” (p. 30). (La adjetivación es tan original que no es difícil pensar en Borges y sus íntimos cuchillos; no extraña, así, que un personaje menor hacia el final del libro de haya casado con un argentino de apellido Borges. Tema de tesis: impacto de Borges en la literatura en inglés). Pero sobre todo la música, la música del lenguaje, que existe en todo idioma y todo acento, pero más en irlandeses, claro. En un momento Polly y Tom son casados por un improbable reverendo: “Sus votos fueron sencillos y simples e improvisados allí mismo parados sobre los besos y suspiros del fuego. El Reverendo les juntó las manos y se juraron el uno al otro por siempre hasta la muerte y más allá de ella porque así era nomás cómo sentía el uno al otro” (p. 93). Por otro lado, esa última oración es otro ejemplo de la gran economía de Barry con las comas: no es que escriba sin comas, pero todas las que pueden omitirse parecen omitidas (y un poco más también).

Nota aparte: un personaje hermoso del libro es la yegua palomina que Tom se roba para escapar con Polly. “Una cierta cantidad de connivencia finalmente logró persuadir al caballo de ir con el chico al establo. Mientras era llevada, ella giró la cabeza para mirar oscuramente, traicionada, a los amantes”, p. 149.

Sigo. Hay, finalmente, una reflexión sobre el destino. Al principio, Tom parece sentir que no había esperanza en Butte (“Todo lo que quería de la vida era silencio y calma. No había esperanza de ninguna de ellas en este lugar”, p. 10); y estaba perdiendo la esperanza de ser salvado por el amor: “En una época tenía una creencia fanática de que el amor lo salvaría, pero ahora tenía sus dudas” (p. 12). Pero después todo cambió: “Fue en ese momento que su corazón se dio vuelta” (p. 33). Claro, no cambió como él esperaba. Avanzada la novela, Tom entabla un diálogo con otro viajero: “Pensás que las cosas están dirigidas, ¿no, querido? ¿Cómo es eso? Quiero decir por manos inadivinables. Supongo que sí creo eso. Sí lo creo. Bueno he sido dirigido acá para decirte que eso mismo es un engaño de la mente. Ya lo creo” (p. 192). Y bien al final, ella reflexiona: “El pasado no está fijo ni es cierto y por lo menos aprendió esto si aprendió algo. El pasado cambia todo el tiempo cada minuto mientras sigas respirando y cómo mierda se supone que uno pueda encontrarle sentido a todo esto” (p. 242). De atrás para adelante y de adelante para atrás, a veces el sentido se escapa; quizás haya que seguir este consejo: "Acordate siempre que sólo estamos marcando el tiempo hasta que llegue la dulce muerte, y no hay duda que viene para cada uno de nosotros" (p. 174).


Originales de las citas

“I have led another one astray, oh Jesus, won’t you please help him out now?” (p. 179)

“Winter in Butte. Town of whores and chest infections. Smell the pleurisy and the rotting lungs of it from a mile off. It was a rum old bugger of a place to be laid up in.” (p. 118)

“But hey Tom? I got to say it now. This ain’t got the makins of a plan.” (p. 62)

“Their vows were plain and simple and improvised on the spot as they stood above the licks and whispers of the fire. The Reverend joined them at the hands and they swore each to the other forever until death and even beyond it because that was just how they felt about one another.” (p. 93)

“An amount of connivance at length persuaded the horse to go with the boy to livery. As she was led away, she looked back to the lovers darkly, betrayed.” (p. 149)

“All he wanted from life was quiet and stillness. There was hope of neither in this place.” (p. 10)

“Once he had a zealot belief that love would save him but now he had doubts. He didn’t even know of her existence yet”. (p. 12)

“It was at this moment that his heart turned.” (p. 33)

“You think things are directed, don’t you, son? How’d you mean? I mean by hands unguessable. I suppose I do believe that. Yes I do. Well I been directed here to tell you that that right there is an insane delusion of the mind. I hear you.” (p. 192)

“The past is not fixed and it is not certain and this much she has learned if nothin else. The past it changes all the while every minute you’re still breathing and how in fuck are you supposed to make sense of it all.” (p. 243)

"Remember always that we’re only markin time until sweet death comes, and it’s surely comin for us all." (p. 174)


viernes, 14 de marzo de 2025

Realismo con suciedad y poca magia

 


 Antes de irme de su casa, mi amigo Coco, que es un amigo nuevo, me prestó la Trilogía sucia de La Habana de Pedro Juan Gutiérrez. Dijo que a él le parecía un gran libro y que la gente lo ama o lo odia y quería saber de qué lado estaba yo.

La trilogía no es una novela en tres tomos ni tres novelas concatenadas, sino tres libros de cuentos (Anclado en tierra de nadie, Nada que hacer, Sabor a mí) que son un tríptico. Son, si no conté mal, 60 relatos cortos, de los cuales 51, si no conté mal, son en primera persona desde el mismo narrador, Juan Pedro. Los restantes son relatos en tercera persona de otros personajes desde un narrador externo. Pero todos relatan lo mismo, la aldea de Pedro Juan, La Habana, y más en general Cuba, la Cuba sórdida del socialismo real, y todos con el mismo tono y estilo, el del realismo sucio, con el agregado de cierta magia caribeña.

A mí me recordó a Henry Miller (anoté eso en el segundo texto) y hay algo de Bukowski en lo que parece a veces ganas de escandalizar: “El sexo es un intercambio de líquidos, de fluidos, saliva, aliento y olores fuertes, orina, semen, mierda, sudo, microbios, bacterias. O no es.” (p. 11). Bueno, en un punto sí, obvio, pero no sólo eso, ¿no? (También: “Sólo un arte irritado, indecente, violento, grosero, puede mostrarnos la otra cara del mundo, la que nunca vemos o nunca queremos ver para evitarle molestias a nuestra conciencia” p. 105). En estilo, me parece muy lejano a los exponentes que más conozco de ese “realismo sucio”, como Carver y Wolff, que me parecen más clínicos, más técnicos. Lo que sí hay, claro, es esta disposición o interés o imposición casi a hablar con crudeza de la realidad: “Lo mejor es la realidad. Al duro. La tomas tal como está en la calle. La agarras con las dos manos y, si tienes fuerza, la levantas y la dejas caer sobre la página en blanco. Y ya. Es fácil. Sin retoques.” (p. 103).

Es cierto que no hay muchos retoques. Gutiérrez usa oraciones cortas. Enunciativas. Sin poesía. Y con ese estilo nos pinta a Cuba y especialmente a La Habana como un lugar de sordidez, miseria, violencia, suciedad. Y sexo, mucho sexo: vemos a gente “templando” (cogiendo) en cuartuchos desagradables llenos de ratas y cucarachas, a varones y mujeres hambrientos ejerciendo la prostitución para turistas, a gente masturbándose en la calle, y muchas descripciones (y muchas muy parecidas) de pijas. En general grandes, muy grandes, y con metáforas vegetales (tronco, árbol). La más linda es cuando una amante eventual le dice: “–Ay, Pedro Juan, qué pinga más linda. ¡Está hecha a mano!” (p. 170). Ahí me reí.

Pedro Juan anda por ahí perdido en La Habana, en una ciudad vibrante, pero descompuesta. Desde su azotea, Pedro Juan “ve toda la ciudad, plateada entre el humo, la ciudad oscura y silenciosa, asfixiándose. Semeja una ciudad bombardeada y deshabitada. Se cae a pedazos, pero es hermosa esta cabrona ciudad donde he amado y he odiado tanto” (p. 206). Los textos van en general hacia adelante en el tiempo, pero no conforman necesariamente un hilo. Aún así, parece haber una progresión, donde las cosas están cada vez peor: “El barrio dejó de ser lo que fue. Se llenó de gente vulgar, venida de provincias, de negros incultos, de gente mal vestida, sucia, mal educada. Los edificios se arruinaron por falta de cuidados y poco a poco se convirtieron en cuarterías con miles de personas hacinadas como cucarachas. Personas delgadas, mal alimentadas, sucias, sin empleo, tomando ron a todas horas, fumando mariguana, tocando tambor, reproduciéndose como conejos. Gente sin perspectiva, con un horizonte demasiado corto. Y riéndose de todo” (p. 295/296).

Pedro Juan no es muy distinto a ellos, sólo que puede verlo y relatarlo, como experiodista, lo que no es poco, claro. Vive en un cuartucho en una azotea, está sucio porque no hay agua ni jabón, flaco por falta de alimento, tomando y fumando y cogiendo con media Habana, pasando de un empleo a otro y sin otra perspectiva que sobrevivir y seguir cogiendo y cuidarse de no ser domesticado: “Si me descuidaba, me engatusaba y tenía que ponerme a trabajar y a criar pollos junto a ella, bien aburrido todo el día, y de paso ayudándole a criar su prole. Eso no era para mí. Además, no me gustan las viejas. Para viejo yo” (p. 191). Pedro Juan escribe entre 1994 y 1997, cuando cambiaron un poco las condiciones en la isla, y se armó cierta economía de subsistencia (o de no subsistencia) y cada uno tiene que ver cómo sobrevive mientras miles se suben a las balsas: “Estuvimos encerrados treinta y cinco años en las jaulas del Zoo. Nos daban alguna comidita y alguna medicina, pero ni idea de cómo era todo más allá de los barrotes. Y de pronto hay que saltar a la selva” (p. 139). Lo que queda de la gran revolución es suciedad, miseria, sordidez, que Pedro Juan describe con su propia experiencia, y no con un tratado político: “En mi vida siempre se descuartiza el cabrón triángulo: amor, salud, dinero. El amor es una mentira, el dinero un pájaro volando, la salud se arruina en un minuto. Así estoy. Regresando de muchos caminos. Viven en la utopía y la utopía se desmorona” (p. 318).

Espero devolverle pronto el libro a Coco, tomar un vino y contarle que no me volvió loco. Le voy a decir que lea a Wolff, si no lo leyó.

jueves, 13 de marzo de 2025

Un primer paso

 


Tengo la fantasía de, algún día, conocer Japón. Cuando fui a Alemania leí un libro, cuando fui a Italia leí un libro, cuando fui a Escocia leí un libro. Para ir a Japón creo que hay que leer por lo menos veinte. ¿Por qué veinte y no diecinueve? No lo sé. Pero el punto es que el primer paso en ese camino fue leer Japan. A Short History, de Mikiso Hane, profesor americano-japonés (1922-2003). No me volvió loco, pero me quedo tranquilo de que es sólo un primer paso.

¿Qué me llevo? Primero, una idea general, empezando por una periodización básica (muy básica, y reconstrucción mía). Un gran período que yo llamo pre-moderno; luego de 1600 a 1867 (la era Tokugawa), con similitudes al feudalismo europeo. Caracterizaba a este período un “rígido sistema de clases” (p. 39) y un fuerte aislamiento con el exterior y aversión a Occidente: “el país estaba virtualmente aislado del mundo exterior, en especial de Occidente” (p. 46).

En 1853 los americanos llegaron con cuatro buques de guerra y Japón no tuvo más remedio que abrir sus fronteras, y en 1854 se firmó el tratado de Kanagawa: “un punto de inflexión histórico para Japón. Significó el fin de la política de aislamiento, el nacimiento de Japón como estado moderno y su emergencia en el teatro internacional” (p. 61). Pocos años después se firmarían tratados con el resto de las principales potencias europeas, y esta apertura fue una de las causas principales de la restauración del poder político en el emperador: así comienza el período Meiji (1868-1912), caracterizado por la centralización del poder y la búsqueda de fukoku kyohei (nación rica, fuerzas armadas poderosas). Fukoku kyohei chocaba al menos en parte con la línea nacionalista que se oponía a la apertura a Occidente sonno (venerar al emperador) - joi (repeler a los bárbaros).

Entre 1853/1867 y 1945 el régimen se basó en el emperador, aunque el poder era en general detentado por otras personas cercanas a él; con una constitución (1889) basada en la Alemania de Bismarck; esto es, con sólo algunos tintes democráticos, y con el mantenimiento del poder por los “oligarcas” (p. 77); y con la progresiva modernización en términos del sistema de clases, el sistema legal, la economía y la industria, etc. Es también el momento de surgimiento de los grandes conglomerados económicos (zaibatsu), del despegue económico y de la proyección colonial, sobre todo en Corea y China. La principal causa de la guerra sino-japonesa (1894-1895) fue el expansionismo japonés en Corea y su principal consecuencia, a través de un acuerdo que muchos encontraron desfavorable, fue el exacerbamiento del nacionalismo. La guerra “puede ser vista como un evento fundamental que despertó y fomentó el militarismo y el imperialismo japonés. De allí en más la política exterior japonesa adquiriría un giro mucho más agresivo, chauvinista” (p. 107). Algo parecido puede decirse de la guerra ruso-japonesa (1905). En 1910, Japón anexó Corea.

El período del emperador Meiji concluyó con su muerte en 1911, pero el sistema continuó con el emperador Taisho (1912-1926) y luego Hirohito (quien asumió interinamente en 1921). En la Primera Guerra Mundial, Japón entró del lado de los aliados para quedarse con territorios alemanes. Y desde entonces empezó a crecer el antagonismo con EE. UU. especialmente por China y a ser una de las potencias del sistema de tratados de armamentos del período de entreguerras. Con el paso del tiempo, Japón se hizo cada vez más nacionalista, con un tipo de “fascismo” propio, Showa, que puso límites a una incipiente democratización (el sufragio universal es de 1925), que tenía al emperador como casi una deidad, sobre la cual se agregaba una educación cada vez más fanática. Por ejemplo, un documento del Departamento de Educación de 1937 “sostenía que el emperador era hijo de la Diosa del Sol y que era el manantial de la vida y moralidad del pueblo. Enfatizaba las virtudes de lealtad, patriotismo, devoción filial, armonía, espíritu marcial y bushido [código del guerrero samurái]” (p. 143). Eso llevaría a la guerra con China por Manchuria (1937), el pacto tripartito con Alemania e Italia (1940) y a Pearl Harbor. Este fue el paroxismo de la violencia: los japoneses cometieron atrocidades diversas en Corea, China, Filipinas y más; y el guerrero kamikaze, suicida, es toda una muestra de llevar la violencia al máximo.

La derrota fue total y absoluta. Japón tuvo más de un millón y medio de muertos en combate, más 650.000 civiles muertos; 57 por ciento de las viviendas de Tokio fueron destruidas y en 1946 su producción industrial era menos de un tercio de la de una década atrás. La ocupación americana duró de 1945 a 1952 y sentó las bases para la democratización, desmilitarización y el crecimiento de Japón, incluyendo una nueva constitución con un papel apenas simbólico del emperador. Con el fin de la ocupación vino la hegemonía hasta 1993 del Partido Democrático Liberal y, en parte gracias a la Guerra de Corea, el gran crecimiento que convirtió a Japón en una de las principales economías del mundo y que, por primera vez, llegó a prácticamente todos los sectores de la población.

Así que, primero, periodización: hasta 1600; 1600-1853/67; 1853/67-1945; 1945-presente. Segundo: llamativo que Japón siempre tuvo mucha influencia cultural externa (de Corea, por migraciones muy tempranas; de China, principalmente el confucionismo; y de Occidente) y a pesar de ello o por ello una gran vertiente nacionalista. Tercero: la imagen de la cultura japonesa refinada, precisa, sutil, casi frágil, que se me opone a la violencia de las atrocidades bélicas.

A seguir leyendo.

 

 

lunes, 10 de marzo de 2025

Intensidad en sordina

 


Leí Often I am happy, de Jens Christian Grøndahl, una novela bella, triste e intensa. La narradora, Ellinore, acaba de enterrar a su segundo marido Georg, y le escribe a su amiga muerta Anna, amante del primer marido de Ellinore, Henning, y primera mujer de Georg.

¿Se entiende? Había dos parejas amigas: Henning y Ellinore por un lado, Georg y Anna por el otro. Hasta que Georg y Ellinore descubren que Henning y Anna eran amantes, el mismo día en que los amantes mueren debido a una avalancha mientras esquiaban. Con el tiempo, los esposos engañados terminan juntos, y Ellinore como madrastra de los hijos mellizos de Anna y Georg. Y cuando Georg muere, quizás treinta años después, envuelta en el dolor –“Sería un comentario superficial decir que estoy de duelo cuando es más bien que el duelo me llena, ese bulto sin forma, que crece sin limitaciones” (p. 11)–, Ellinore le escribe a su amiga muerta, con todo el amor y el enojo, el enojo contenido y cortante, pero todo con un tono tenue, contenido; no contenido en el sentido de que no dice todo, sino que todo lo dice con naturalidad, sin gritar y sin aspaviento, matter-of-factly, y es justamente esa aparente falta de intensidad la que le da intensidad al relato de Ellinore.

Así empieza la novela: “Ahora tu esposo también está muerto, Anna. Tu esposo, nuestro esposo. Me hubiera gustado que yaciera al lado tuyo, pero tenés vecinos, un abogado y una señora que fue enterrada hace un par de años” (p. 1). Y a partir de ahí, con su amiga muerta, su esposo muerto, los hijastros ya grandes y distantes, Ellinore repasa su vida, incluyendo las peculiares circunstancias de su concepción en épocas de la ocupación alemana de Dinamarca, y un poco también de la vida de su amiga Anna: “Tu vida, cualquier vida, se reduce a un puñado de hechos cuando termina. Fue. Pasó esto y aquello, y podemos pensar de ello lo que queramos. Te acostaste con el esposo de tu mejor amiga y permitiste que él te arrastrara a tu muerte” (p. 4). Su concepción, su casamiento con Henning, el descubrimiento y la muerte de los amantes, el acercamiento a Georg y los mellizos, la muerte de Georg y el retiro, el regreso de Ellinore a su lugar, alejada de la familia de Anna y Georg. Es una historia triste la que relata Ellinore con el notable tono que le imprime Grøndahl. Pero Ellinore no lo admite: “Se me hace que mi relato te debe parecer triste, pero no soy una persona triste, y vos lo sabés. A menudo soy feliz, como dice la canción, feliz por dentro, aun si no puedo mostrarlo siempre. Es todo algo que simplemente te pasa de largo” (p. 150).

Así son las cosas. Son como son, y Ellinore no anda buscando eufemismos u ocultando sus sentimientos. Como la relación de sus padres: “No hay por qué exagerar; o, para decirlo de otra manera, buscarías en vano una razón más profunda salvo que era ella, y que era él” (p. 119). Y así, en 150 páginas, Grøndahl construye una novela realmente fuerte y bella.

 

Cita que me gustó

“Self-hatred is a gendered feeling: in a man it makes him a wimp; in a woman it’s the natural order to feel defective. Original sin is our element, Anna; as a Catholic you should know these things. You see, that’s why God blessed us with moodiness, menstrual pain, and hot flashes with a mustache, once we get that far.” / “El auto-desprecio es un sentimiento de género: en un hombre lo convierte en un pelele; en una mujer es el orden natural sentirse defectuosa. El pecado original es nuestro elemento, Anna; como católica deberías saber estas cosas. ¿Viste? Por eso Dios nos bendijo con cambios de humores, dolor menstrual y calores súbitos con bigotes, una vez que llegamos a esa altura.” (p. 50)

 

Originales de las citas usadas en el texto

“It would be glossing over to say that I am in mourning when it is mourning that fills me up, that shapeless lump, growing unrestrainedly.” (p. 11)

“Now your Husband is also dead, Anna. Your husband, our husband. I would have liked him to lie next to you, but you have neighbors, a lawyer and a lady who was buried a couple of years ago.” (p. 1)

“Your life, any life, is reduced to a handful of facts when it ends. It was. This and that happened, and we can make of it what we like. You went to bed with your best friend’s husband and allowed him to drag you to your death.” (p. 4)

“If it started raining, I would simply button up my coat and allow my hair to become wet. It always dries again, Anna. There isn’t a thing that doesn’t pass off. It strikes me that my account must seem sad to you, but I am not a sad person, and you know that. Often I am happy, as the song goes, happy inside, even if I can’t always show it. It is all just something that passes you by.” (p. 150)

“There’s no reason to exaggerate; or, to put it differently, you would search in vain for a deeper reason except that it was her, and that it was him.” (p. 119)