lunes, 12 de noviembre de 2012

Sombras nada más



La semana pasada hablamos de Fauna, novela de Levrero cuyo lado b en esta edición de Mondadori es Desplazamientos, una novela oscura y profunda, cerrada, a veces casi claustrofóbica. El hijo recibe como herencia un edificio de alquiler, un conventillo derruido que había sido su casa de la niñez. Pasa allí básicamente un día, una experiencia real y emocional que le produce un cambio importante que lo acerca más a la luz.

El lector por momentos no sabe realmente qué es lo que pasa, ya que a lo largo del texto se producen desplazamientos; después de leer una escena la volvemos a leer con muchas oraciones iguales pero algunos saltos, desplazamientos, decisiones distintas que llevan a desarrollos diferentes. Tampoco los protagonistas saben mucho. Casi toda la novela se produce en la oscuridad, de noche, en una casa en penumbras, en cuartos cerrados apenas iluminados por un encendedor, y allí se proyectan las sombras de los objetos reales y de la imaginación y del pasado del protagonista.

Apenas comienza la novela vemos al personaje perseguido por la sombra de su padre: "Al pasar cerca de la pobre lamparita, que acentúa la sordidez del ambiente o que, tal vez, disimula piadosa los deterioros que una luz más potente desnudaría con crueldad, veo sin querer mi propia sombra proyectada sobre la pared a mi derecha; es la sombra de mi padres, su mismo perfil". (p. 143/4) Los protagonistas parecen vivir así en las sombras, como en la alegoría de la caverna de Platón. Al final, sin embargo, esa sombra se va disipando; y en la medida que decide alejarse de esa casa siente que le "excitaba el antiguo temor, el miedo a estar equivocándome, a actuar fuera de la rutina, sin la maléfica protección de la sombra de mi padre. Ahora, a la luz de la vela, no encontraba su sombra por ningún lado; busqué mi perfil en la pared y sólo vi sombras alargadas que bailoteaban, entre grotescas y mágicas." (p. 242/3)

¿Qué pasó en el medio? Difícil decirlo; algo quizás grotesco y mágico; algo parecido a un proceso psicoanalítico, con una reflexión bastante poco consciente sobre el padre, sobre la mujer (con tres modelos muy distintos en Nadia, Blanca y Antonieta), con sueños y fantasías, a veces fantasías eróticas muy perturbadoras. Como casi siempre en Levrero se trata de una novela donde lo interno y lo externo se confunden y avanzan de la mano, en un proceso difícil de entender pero que parece siempre continuo y suave.


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