lunes, 30 de diciembre de 2024

Historia incompleta

 


Leí The Forgotten Colony, de Andrew Graham Yooll, una historia de los pueblos de habla inglesa en la Argentina. Como otro que leí hace poco, El ombligo del mundo, es un libro en el que el título es de lo mejor del libro. Que Argentina sea la colonia británica olvidada por la historiografía me parece un hallazgo.

Llegué a The Forgotten Colony porque me dio ganas de investigar un poco sobre la comunidad británica en la Argentina y, más precisamente, sobre los argentinos y anglo-argentinos que combatieron en la Segunda Guerra Mundial, tema que toqué en esta nota que me publicó la Revista Seúl, pero del que sé mucho menos de lo que me gustaría. Tras publicar aquella nota, me contactó un nieto de uno de los excombatientes que mencionaba allí, Jack Blight. El nieto me contó cosas que me hicieron querer saber más y buscando algo introductorio sobre las comunidades británicas en la Argentina lo primero que apareció fue el libro de Graham Yooll, que llegó a casa a los pocos días por Mercado Libre.

El libro es flojo como una historia, es en cierto sentido un anecdotario y tiene muchos agujeros. Por ejemplo, no se menciona la crisis de 1929 y lo que significó para Argentina y para las relaciones argentino-británicas; así, los dos o tres párrafos que dedica al tratado Roca-Runciman quedan totalmente descolgados, sin sentido.

El argumento principal de Graham Yooll es que, aunque la influencia británica en Argentina fue muy grande, sobre todo en las áreas del comercio, la educación, el transporte y los deportes, y hasta 1914, “la comunidad británica residente [en Argentina] tiende a ser olvidada o mencionada solamente al pasar en los estudios políticos y económicos de las relaciones entre ambos países” (p. 3). Los británicos fueron influyentes en las primeras décadas tras 1810 en el comercio y luego con los ferrocarriles y los frigoríficos. En la Primera Guerra pelearon casi 5.000 anglo-argentinos (sobre una población estimada de más o menos 30.000), pero sólo aproximadamente un cuarto de ellos volvió (p. 239). El segundo golpe fue doble: la Segunda Guerra, que tuvo más de dos mil voluntarios anglo-argentinos, entre mujeres y varones, y la nacionalización de los trenes por Perón al finalizar la guerra, en lo que Graham Yooll equipara con la caída del telón. El revisionismo (Graham Yooll no entra demasiado en esto, pero algo de eso hay en la nacionalización de los trenes) primero y Malvinas después, llevan a cambiar la valoración de la relación: de ser parte clave de los que hicieron el país, los británicos pasan a ser imperialistas y usurpadores. De vuelta, Graham Yooll dice sólo parte de todo esto, y lo completo yo con el cambio de ideas post-1945 y el impacto de 1929, del que el autor no dice nada. Después, claro, vendría Malvinas. 

En definitiva, no es una gran historia del tema, pero despierta ideas y me abre el camino para seguir investigando.

miércoles, 18 de diciembre de 2024

Yo quiero creer

 


Leí, un poco por arriba, El ombligo del mundo. Notas para escribir autoficción, de Julia Coria. Empecé con ganas y después de un rato se me fue deshilachando; decidí dejarlo, seguí leyendo otra cosa, y ayer, haciendo tiempo antes de una reunión, lo agarré y lo terminé más por arriba.

¿Qué es la autoficción? Una buena definición de Coria es que es “yo al cubo”: son textos que “proponen una coincidencia entre la identidad de quien escribe, la de quien narra y la de quien protagoniza” (p. 22), pero al que se le agrega un costado de ficción. Así, “las autoficciones están hechas de la memoria, que es su sustrato: a esto alude el prefijo auto”, pero “no hay un piso mínimo de realidad en la escritura de la propia experiencia. La partícula ficción en el término autoficción está ahí para recordárnoslo” (p. 27). Por eso hay quienes hablan de un “pacto oximorónico”, porque nos dicen que es la realidad, pero que también no lo es, que es ficción.

Coria, que defiende una definición más o menos como esta y también la práctica de la autoficción bien entendida (esto es, cuando se hace con un fin literario, como hecho estético, artístico) también presenta algunas de las objeciones. En el primer sentido, el de la defensa de la autoficción, quizás lo que más me gustó a mí es una cita de Liliana Heker que busca separar la autoficción de una mera catarsis, por ejemplo. Dice Heker: “se trata de construir con la experiencia personal un hecho literario, susceptible como cualquier otro, de justificarse, no por su condición de ‘cosa vivida por mí’, sino por su intensidad, su belleza, por el absurdo o la repulsión o el miedo en que sumerge a quien lo lee, por la conmoción o el impacto que provoca en el otro. Ni más ni menos que cualquier hecho artístico” (p. 32/33). La principal objeción, que es con la que estoy más de acuerdo, es otra cita, esta vez de Ariana Harwicz, a quien Coria escuchó en algún congreso y que “fue muy vehemente al sostener que no hay ficción que no se nutra de la realidad ni supuesta autoficción que no la eluda, por lo que la categoría no vale la pena” (p. 23).

Como decía, tiendo a estar de acuerdo. Entonces pienso un poco como cientista social y me pregunto cuáles son las categorías posibles de lo literario. Más cerca de la realidad tendríamos a una cosa que llamamos “no ficción”; más alejado de la realidad algo que llamamos “ficción”; y más o menos en el medio algo que llamamos “autoficción”. Pero aparentemente siempre es una cuestión de grado (sería una variable continua y no discreta, digamos).

Mi novela, o novella, Flanders, que usted puede conseguir en el kiosco a la salida del teatro, está super recontra mil nutrida de la realidad, de mis experiencias, pero yo no soy ese, no laburaba en ese lugar, no hice las cosas que hace el personaje, y aunque mi sobrino diga que el personaje del sobrino “es él”, porque lo hice hablar un poco como habla él, y a pesar de que yo pensaba en su cara cuando escribía al personaje, no es él en un montón de cosas: lo cargo y le digo, “flaco, el sobrino del libro leía y vos no agarrás un libro ni muerto”. En muchos sentidos, de hecho, el sobrino era yo a los 15, y el narrador del libro, que era un poco el yo de los 40, era el tío que me hubiera gustado tener a los 15. ¿Entonces? Yo, con Harwicz, creo que no agrega mucho saber si es “ficción”, “autoficción” o “no ficción literaria”. Como lector, yo quiero leer algo que me atrape, me seduzca, me conmueva, me toque estéticamente, y el personaje que leo (por ejemplo, Joe en la última novela que leí), no me importa si es igual, parecido o nada que ver con el escritor. Si lo pienso, no me queda duda de que Ford tomó de su experiencia como hijo (de hecho, hay similitudes entre Wildlife y Canada, dos novelas donde los hijos ven a los padres haciendo cosas no muy comunes o positivas); pero en el fondo, cuando estoy leyendo, no lo pienso ni lo quiero pensar: suspendo el juicio y actúo como si Joe fuera “real”, no en el sentido de que haya ocurrido eso, sino en que podría haber ocurrido, de que Joe podría ser real. No me importa nada que sea real o no, sino que sea verosímil, que yo pueda creer que podría serlo.

Bueno, eso, no me volvió loco lo de Coria, pero al final un poco pensé y escribí así que tan mal no debe estar. Ah, y el título es genial: El ombligo del mundo hace referencia a que los que escriben o escribimos autoficción tenemos que partir de la base de que a alguien más le tiene que interesar lo que nos pasa. En cambio, el que escribe ficción, el artista… “vaya, qué coincidencia”, diría Les Luthier.

lunes, 16 de diciembre de 2024

Una historia bien contada


 

Volví a ir a la misma librería en la Banda Oriental donde compré cosas hermosas y después cosas rotas y había una mesa de libros usados y ahí estaba Wildlife, una novela de Richard Ford que no conocía.

A Richard Ford lo amamos con devoción por Canada, por la tetralogía de Frank Bascombe (The Sportswriter, Independence Day, The Lay of the Land y Sorry For your Trouble); y, como si fuera poco, porque me contó @florgue que, en persona, en una firma de ejemplares, resultó un tipo afectivo y cercano, como sus personajes.

Apenas vi el ejemplar en la mesa supe que lo compraría, pero igual, como con cualquier otro libro, lo abrí y leí la primera línea. (Hace poco hice eso con una novela reciente que despertó polémica, Cometierra, que estaba en mi mesa de luz porque lo había leído mi señora esposa, a quien le gustó, y me bastó el primer párrafo para saber que a mí no me gustaría). En cambio, la primera oración de Wildlife decía: “En el otoño de 1960, cuando tenía dieciséis y mi padre por un tiempo no estaba trabajando, mi madre conoció a un hombre llamado Warren Miller y se enamoró de él.” (p. 1). ¿Puede alguien leer esa primera línea y no querer seguir? Yo no.

La historia es más o menos la que supone esa primera oración. Joe tenía 16, sus padres se acercaban a los 40; el padre se quedó sin trabajo, la madre se enamoró de un tipo y Joe fue testigo de la infidelidad de ella y del dolor de él. El estilo también está prefigurado en esa oración. Esa historia, que ocurre en unos pocos días, aunque es narrada por Joe unos cuantos años más tarde, es contada con esa precisión y sencillez. (Cuando uno lee a alguien que escribe tan fácil y claro como Ford parece imposible que alguien pueda costarle escribir. ¡Mirá lo fácil que es! Una palabra tras otra, una oración tras otra, pocas comas, sujeto-predicado, y de pronto la historia se contó sola).

El tema parece ser la familia. Y ya sabemos que toda familia infeliz lo es a su manera, y que no hay tal cosa como una familia feliz. En este caso, es un hijo único de padres no demasiado estables, que trata de comprender quiénes son esos padres, de entender qué es lo que está pasando. El padre intenta un poco calmar al hijo sobre la incertidumbre de la vida; poco después de perder su trabajo y antes de enterarse de que su mujer estaba enamorada de otro, le dice a Joe: “¿Sabés qué pasa (…) cuando precisamente lo que menos querías que pasara te pasa? (…) No pasa absolutamente nada” (p. 16). Con el tiempo, sin embargo, Jerry se deshilacha. En una escena de mucha tensión, con los tres en el living, los padres hablan y Joe escucha: “’No sé qué hace que la vida se quede pegada”, dijo él. No parecía tan enojado ahora, sólo muy triste. Me dio pena. ‘Ya sé’, dijo mi madre. ‘Yo tampoco. Lo siento’.” (p. 141).

Tan deshilachado termina el padre que, sin espoilear porque todos ustedes deberían leer Wildlife, en una de las últimas escenas un tipo le dice al hijo: “’No elegís a tu viejo’ me dijo. Él estaba sonriendo, su mano seguía sobre mi hombro, como si los dos supiéramos un chiste. ‘El mío era un hijo de puta. Un terrible hijo de puta’.” (p. 170).

La madre, mientras tanto, le habla con excesiva candidez sobre temas de la pareja y no parece hacer el menor esfuerzo por proteger al hijo de la incertidumbre de la vida. De hecho, tampoco hace demasiado esfuerzo por que su hijo no vea su relación con Warren Miller, y cuando descubre que él la descubre, le pega dos cachetazos, de los fuertes, y termina diciéndole: “’Probablemente te quieras ir, ¿no? Ahora, por lo menos’, dijo. ‘Adelante, así es como todo siempre pasa. La gente hace cosas. No hay plan. ¿Qué sigue? ¿Quién sabe?’.” (p. 115).

Al final del día, la novela trata menos sobre la familia como sobre la incertidumbre de la vida y la opacidad de cualquier otra persona y quizás hasta de uno mismo. Esos días cambiaron a Joe y lo pusieron en otro lugar, pero con el tiempo no termina de entender qué fue lo que le pasó. “En los días siguientes, cuando mi madre se mudaba a los Helen Apartments y luego a las corridas fuera de ahí y fuera de la ciudad, me preguntaba si en algún momento yo volvería a ver al mundo como yo lo veía antes de eso, cuando ni siquiera sabía que lo veía. O si uno se acostumbraba a dejar cosas, y porque como eras chico las dejabas más rápido, o si de hecho nada de lo que estaba pensando era importante en lo más mínimo, y las cosas se mantenían más o menos igual a pesar de todos los cambios, así que cuando enfrentabas lo peor y lo pasabas lo que encontrabas ahí era nada” (p. 174). Y cerrando, después de escribir las 180 páginas, Joe sigue sin entender demasiado. Sabe lo que pasó, y “Sin embargo Dios sabe que aún hay mucho que yo mismo, su único hijo, no puedo realmente afirmar que entiendo.” (p. 177)

 

Otras citas que me gustaron

“And I thought to myself that my father was not a stupid man, and that love was permanent, even though sometimes it seemed to recede and leave no trace at all.” / “Y pensé para mí que mi padre no era un hombre tonto, y que el amor era permanente, aun cuando a veces parecía retroceder y no dejar trazo alguno” (p. 26).

“And I understood, just as I sat there in the car with my mother, what I thought dangerous was: it was a thing that did not seem able to hurt you, but quickly and deceivingly would.” / “Y entendí, justo ahí sentado en el auto con mi madre, qué pensaba que era lo peligroso: era una cosa que no parecía poder dañarte, pero que rápida y engañosamente lo haría” (p. 50).

 

Originales de las citas usadas

“In the fall of 1960, when I was sixteen and my father was for a time not working, my mother met a man named Warren Miller and fell in love with him. This was in Great Falls, Montana”. (p. 1)

“‘Do you know what happens’, he said, ‘when the very thing you wanted least to happen happens to you? (...) Nothing at all does”. (p. 16)

“’I don’t know what makes life hold together at all’, he said. He did not seem as mad now, only very unhappy. I felt sorry for him. ‘I know’, my mother said. ‘I don’t either. I’m sorry’.” (p. 141)

“’You can’t choose who your old man is’, he said to me. He was smiling, his hand still on my shoulder, as if we knew a joke together. ‘Mine was a son of a bitch. A soapstone son of a bitch’.” (p. 170)

“’You probably want to leave, don’t you? Now, anyway’, she said. ‘Go ahead, that’s the way everything always happens. People do things. There isn’t any plan. What’s next? Who knows?” (p. 115)

“I wondered in the days that followed, when my mother was moving to the Helen Apartments and then out of there in a hurry, and out of town, if I would ever see the world as I had seen it before then, when I did not even know I saw it. Or if you just got used to parting with things, and because you were young you parted with them faster, or if in fact none of that thinking was important at all, and things stayed mostly the same in spite of small changes, so that when you faced the worst and went past it what you found there was nothing.” (p. 174).

“Though God knows there is still much to it that I myself, their only son, cannot fully claim to understand.” (p. 177).

lunes, 9 de diciembre de 2024

Che paese l’America

 


Leí The Round House, de Louise Erdrich, una novela sobre la justicia basada en una reserva indígena en Dakota del Norte. Uno se puede preguntar si es posible escribir cualquier cosa sobre los pueblos nativos americanos sin referirse a la justicia. En este caso, el personaje principal es un chico de 13 años, Joe, cuya vida se ve transformada cuando su madre es violada. En el transcurso de la novela, Joe crece y nosotros nos enteramos de que, muchos años después, será, como era su padre al comienzo de la novela, juez del juzgado tribal, por lo que The Round House es también un Bildungsroman, relatando cómo Joe se convirtió en hombre.

Ese proceso es un poco complejo. Está la violación, que en verdad es parte de otra serie de crímenes, hay un asesinato, está la muerte de un amigo de Joe. Pero también está Joe viendo a su padre y entendiéndolo (“Y en ese momento fue que comencé a entender quién era mi padre, qué hacía cada día y de qué se trataba su vida” - p. 44). Y termina con “ese momento en que mi madre y mi padre entraron por la puerta disfrazados de viejos (...) Al mismo tiempo, entendí, cuando me paraba de la silla, que yo había envejecido con ellos” (p. 317).

La novela no me volvió loco, un poco enrevesada la trama (mucha trama, toda la literatura americana es trama trama trama, me decía el otro día Noelia Torres), pero sirvió para acercarme un poco a una realidad que me es bastante ajena, la de los nativos americanos en EE. UU., cuyas más que razonables reivindicaciones quedan a menudo opacadas por las de los negros: “y apareció el hombre blanco y los empujó abajo hacia la tierra, lo que sonaba como una profecía del Antiguo Testamento pero que sólo era una observación de la verdad” (p. 100). Eso y la ocasional secuencia feliz como “Yo tenía tres amigos. Todavía estoy en contacto con dos de ellos. El tercero es una cruz blanca en la Montana Hi-Line” (p. 17).

 

Originales de las citas

“And it was then that I began to understand who my father was, what he did every day, and what had been his life” (p. 44).

“And there was that moment when my mother and father walked in the door disguised as old people. Highlight (...) At the same time, I found, as I rose from the chair, I’d gotten old along with them” (p. 317).

“and the white man appeared and drove them down into the earth, which sounded like an Old Testament prophecy but was just an observation of the truth” (p. 100).

“I had three friends. I still keep up with two of them. The other is a white cross on the Montana Hi-Line” (p. 17).

 

lunes, 2 de diciembre de 2024

Ser tan gil

 


Leí The Woman Upstairs, de Claire Messud, de quien leí recientemente The Emperor’s Children. The Woman Upstairs es algo así como un rant de una mujer de cuarenta y cortos; un rant porque la vida no resultó como ella quería, porque por un momento, después de estar al borde de la separación, la vida pareció mostrarle que podía llegar a terminar mejor; y por la desilusión, claro, de la que somos conscientes desde el principio, aunque no de su forma, que termina siendo, así, una desilusión sobre sí misma. ¿Cómo pude haber creído que otra cosa era posible para mí?, parece preguntarse. La narradora, así, podría haber cantado con Carlos Gardel: “Lo que más bronca me da / Es haber sido tan gil”. Pero Messud lo dice así, desde el principio: “En mi lápida debería decir ‘Gran Artista’, pero si me muriera en este momento diría en cambio ‘una buena maestra/hija/amiga”; y lo que realmente quiero gritar, y lo que quiero, también, en letras grandes en esa tumba, es VÁYANSE TODOS A LA PUTA QUE LOS PARIÓ” (p. 3).

Nora Eldridge, la narradora, quería ser madre y artista, pero terminó siendo maestra, hija y amiga. Así, The Woman Upstairs es ante todo un libro sobre sueños rotos, como toda la literatura americana. En este caso, con un twist: un sueño que parecía roto, que luego parece revivir para terminar rompiéndose de la peor manera. La peor manera, y este es otro tópico, es la traición, que siempre es, como decía con Gardel, reflejo de una confianza mal dada, por lo que la bronca termina siendo consigo misma. Pero no voy a contar todo porque la trama es un poco compleja y no quiero spoilear, pero van dos temas más: la muerte de la madre, el duelo; y el arte.

La madre de Nora era dura. Le enseñó a Nora a no depender de otro hombre y le mostró que debía tratar de hacer algo (pero también que los sueños se rompen). Nora vuelve a creer cuando está cerrando el duelo. (Es más, podría decirse que toda la novela es más sobre el duelo de Nora que sobre los Sahid, la familia que le hace volver a creer). Así, cuando la madre ya había dejado de intentar y caminaba hacia su muerte, le dijo: “La vida es curiosa. Tenés que encontrar la manera de seguir adelante, de seguir riendo, incluso después de darte cuenta de que ninguno de tus sueños se harán realidad. Cuando te das cuenta de eso, todavía queda mucha vida por atravesar” (p. 169).

El sueño roto de Nora era el arte, como dijimos. Y lo que aprende en el camino Nora, de la peor manera, es que para que ese sueño sea realidad hay que traicionar. “Lo que hizo que mis obstáculos fueran insuperables, lo que me confinó a la mediocridad, fui yo, sólo yo”. Le faltó “la capacidad de decir ‘al carajo’ a todo lo demás, a darle la espalda a todo el sufrimiento y contemplar, sin molestia, tus propios deseos sobre todo lo demás. Los hombres tienen generaciones de práctica en esto”. (p. 17) “Tenés que ver todo lo demás –a todos los demás– como prescindibles, como menos que vos misma” (p. 18). Entonces: “Quizás esa, en realidad, sea una definición tan buena como puedas encontrar de un artista en el mundo: una persona despiadada”. (p. 153).

Con lo que volvemos, claro, a la traición: el artista debe traicionar si quiere ganar. Y Nora no fue quien traicionó, sino la traicionada. Por eso termina siendo la mujer de arriba –“Somos la mujer silenciosa del final del pasillo del tercer piso, la de la basura siempre ordenada, la que sonríe con brillo en las escaleras con un saludo cordial, y quien, detrás de sus puertas cerradas, nunca emite un sonido. En nuestras vidas de silenciosa desesperación, la mujer de arriba es quien somos, con o sin un maldito gatito o un Labrador molesto y torpe, y ni un alma registra que estamos furiosas. Somos completamente invisibles. Yo pensaba que no era cierto, o que no era cierto de mí, pero he aprendido que no soy diferente en nada. La pregunta es ahora cómo trabajarlo, cómo usar esa invisibilidad, hacer que queme” (p. 6)– y no la artista.

Salvo, claro, que creamos que este libro es la traición de Nora.

 

Originales de las citas

“It was supposed to say “Great Artist” on my tombstone, but if I died right now it would say “such a good teacher/daughter/friend” instead; and what I really want to shout, and want in big letters on that grave, too, is FUCK YOU ALL.” (p. 3)

“Life’s funny. You have to find a way to keep going, to keep laughing, even after you realize that none of your dreams will come true. When you realize that, there’s still so much of a life to get through.” (p. 169)

“What made my obstacles insurmountable, what consigned me to mediocrity, is me, just me.” (p. 17)

“the ability to say “Fuck off” to the lot of it, to turn your back on all the suffering and contemplate, unmolested, your own desires above all. Men have generations of practice at this.” (p. 17)

“You need to see everything else—everyone else—as expendable, as less than yourself”. (p. 18)

“Maybe that, really, is as good a definition as any of an artist in the world: a ruthless person. Which would explain why I don’t seem to make the cut.” (p. 153)

“We’re the quiet woman at the end of the third-floor hallway, whose trash is always tidy, who smiles brightly in the stairwell with a cheerful greeting, and who, from behind closed doors, never makes a sound. In our lives of quiet desperation, the woman upstairs is who we are, with or without a goddamn tabby or a pesky lolloping Labrador, and not a soul registers that we are furious. We’re completely invisible. I thought it wasn’t true, or not true of me, but I’ve learned I am no different at all. The question now is how to work it, how to use that invisibility, to make it burn.” (p. 6)

 

Otras citas que me gustaron

“¿conocés esta idea de la patria imaginaria? Una vez que partís de la costa en tu barquito, una vez que embarcás, nunca más vas a estar de nuevo realmente en casa. Lo que dejaste atrás existe sólo en tu memoria, y tu lugar ideal se convierte en un extraño cocktail imaginario de todo lo que has dejado atrás en cada parada”. / “do you know this idea of the imaginary homeland? Once you set out from shore on your little boat, once you embark, you’ll never truly be at home again. What you’ve left behind exists only in your memory, and your ideal place becomes some strange imaginary concoction of all you’ve left behind at every stop.” (p. 130)

“De mi padre, entonces, traté de tomar el consejo WASP de vivir como si. Como si la casa encantada fuera la vida real. Como si yo disfrutara de cosas que no disfrutaba. Como si fuera feliz, y como si no hubiera sido abandonada por la gente que amaba”. / “From my father, then, I tried to take the WASP’s advice to live as if. As if the Fun House were real life. As if I enjoyed things I didn’t enjoy. As if I were happy, and as if I hadn’t been abandoned by the people I loved.” (p. 112)