Acabo de leer y releer Gólgota, novela de Leonardo Oyola sobre
los orígenes: sobre cómo marcan y lo difícil que es, a veces, escaparse de
ellos. Son la propia cruz, el propio calvario que cada uno lleva (y de ahí el título: Gólgota). La trama es relativamente
sencilla: una madre y una hija mueren en la villa Scasso; a partir de allí
comienza una sucesión de venganzas entre policías y malandras que amenazan con
romper la paz del barrio. Pero atrás hay mucho más.
La novela te la cuenta el
Lagarto, un policía bonaerense veterano (“estoy más cerca del retiro
voluntario. ¡La mierda! Cerré los ojos. Me fui a dormir después de haber visto El hombre del rifle como todas las
noches y cuando los abrí... tenía cincuenta. ¿En qué momento el Toddy se
convirtió en vino y el vino en la amarga sangre de Cristo?” – p. 14). El
Lagarto es el compañero de Román Centurión, alias Calavera o Skeletor (como en Kryptonita, abundan las referencias al
mundo del comic y los dibujos animados), nuestro héroe trágico.
Todos los personajes están
marcados a fuego por su origen. Algunos, como el dueño de un bar al que se vuelve
una y otra vez, tomaron la decisión de irse y lo lograron. Otros, como Magui,
intentaron y no lo lograron. Otros más, como los malandras, ni lo intentaron.
Nuestro héroe, Calavera, había logrado irse de la villa; (“Mirá, loco: yo crecí
ahí y salí de ahí. La primera decisión que tomás es si te vas a quedar o no en
la villa” – p. 49) pero las reglas aprendidas en el origen y el deseo de
justicia lo llevaron de vuelta, y esa fue su caída. Dice Calavera: “Lagarto:
nunca van a faltar abogados en el mundo porque ahora se pueden clonar ratas.
(...) En un mundo con ratas haciéndole el culo a la mujer que maneja la balanza
del bien y del mal, decime: ¿quién va a hacer justicia con lo que pasó a las
chicas?” (p. 48) A fin de cuentas, dice Calavera, uno obra como es, y ese ser
viene del origen, no de lo que se hizo a partir de allí: “Proteger lo que
tenemos no merece sacrificar lo que somos, Lagarto.” (p. 55)
Quizás la novela no tiene
un gran vuelo en el uso del lenguaje, pero tiene mucha verdad (“Verdad, la
concha de mi madre, es lo que pasa en Scasso”, dice el Lagarto – p. 115). Se
lee rapidísimo y los personajes y el barrio toman vida en imágenes fuertes, en
diálogos divertidos y escenas maravillosas (como cuando un cana y un transa se
encuentran en la maternidad de una clínica hablando sobre la paternidad). El
libro nos cuenta, además, una realidad que para muchos de nosotros es ajena; pero
aunque sea ajena nos interpela igual: desde algo tan local, tan
diferente, el libro cuenta una verdad universal y esa podría es toda una definición de lo que es la buena literatura.
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