La semana pasada leí El matrimonio, de Marina
Mariasch, y cuando lo terminé lo leí de nuevo. Una de las cosas copadas de las
novelas chiquititas (esta se autoproclama nouvelle),
como Bonsái, de Zambra, es
que se pueden leer y releer en un par de días. Nadie se pone a releer Ana Karenina apenas la termina, pero novelas como
estas sí se puede.
Como Zambra, Mariasch hace poesía y
esta es su primera novela y eso se ve o, más bien, se escucha, se siente.
Aunque los significados a veces se oscurecen en un armado algo críptico, el
lenguaje siempre fluye, las palabras hacen su propio juego aunque “lo estético no
puede ser desgajado limpiamente de un sistema simbólico que aparece enredado en
la trama.” (p.26) Las metáforas, las imágenes, el lenguaje siempre cuidado,
tallado, muestran y esconden la anatomía de un matrimonio; la primera oración
del libro no está puesta allí en vano: “En las relaciones de pareja lo esencial
está oculto y debe permanecer así para los principales interesados.” (p. 7)
Mariasch construye todo esto a
partir de esos juegos poéticos que surgen de situaciones muy prosaicas. El
lavado de la ropa sucia puede hacer al equilibrio mismo de la pareja: “Lavo su
ropa, todavía, para que él la encuentre limpia a la hora que venga. La semana
que viene, la ropa tendrá otro perfume, el olor dulce y fuerte de los lavaderos
automáticos.” (p. 49) Las madres en la puerta del colegio hacen a la competencia
intergénero: “Al final del camino, la puerta del colegio. Un cúmulo de
femineidades juega a la mamá, miss simpatía y elegancia casual. (...) Se jura
no perder la batalla contra los ojos de las otras madres que buscan el defecto.
Corte y confección de los figurines ideales.” (p. 13) Buscar un hijo en la casa
de un amiguito rico despierta preguntas sobre las elecciones realizadas y sus
consecuencias: “Confort. Confort. Confort. El confort es ajeno. No es para mí.
(...) [Las torres] se repliegan sobre mí amenazantes y me dicen en voz grave al
unísono, como un trío de bajos: Pudiste pertenecer aquí. Pudimos ser tus
esclavas y que nuestros motores obedezcan mecánicamente a los deseos del tacto
de tus yemas.” (p. 15/16) El supermercado despierta cuestiones de género y de
ingresos: “Madres de azul marino abarrotan productos en sus changuitos, llenos,
sin medida, sin restricción. Saben lo que quieren, saben lo que quieren sus
varones, no vacilan. Suman sin hacer la cuenta.” (p. 27)
En el camino, surge una reflexión
muy sensible sobre el amor (“El amor no necesita educación, se aprende sólo con
no tenerlo.” - p. 37); sobre el género, sobre qué significa ser mujer en una
pareja y en una familia y sobre lo
extraña que puede ser nuestra propia existencia tras tomar determinados caminos: “Atraviesa el campo minado de los juguetes tirados. Es hora de poner orden en su vida. Control, diseño, planificación.” (p. 11) Finalmente, hay
también una mirada crítica a la masculinidad, pero no la crítica obvia, sino
una mirada inteligente que puede interpelar a muchos varones. En definitiva, un libro que es cierto que no es
fácil, pero que convoca por la estética y por lo que ésta ayuda a descubrir:
una mirada sensible y culta y bella sobre esa cosa que llamamos matrimonio.
gran libro, hermoso y triste.
ResponderEliminarGuada.
Parece interesante. Lo vota leer.
ResponderEliminarSí, Guada, hermoso y triste y te hace pensar. A leerlo, Anónimo, a leerlo.
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