lunes, 30 de diciembre de 2024

Historia incompleta

 


Leí The Forgotten Colony, de Andrew Graham Yooll, una historia de los pueblos de habla inglesa en la Argentina. Como otro que leí hace poco, El ombligo del mundo, es un libro en el que el título es de lo mejor del libro. Que Argentina sea la colonia británica olvidada por la historiografía me parece un hallazgo.

Llegué a The Forgotten Colony porque me dio ganas de investigar un poco sobre la comunidad británica en la Argentina y, más precisamente, sobre los argentinos y anglo-argentinos que combatieron en la Segunda Guerra Mundial, tema que toqué en esta nota que me publicó la Revista Seúl, pero del que sé mucho menos de lo que me gustaría. Tras publicar aquella nota, me contactó un nieto de uno de los excombatientes que mencionaba allí, Jack Blight. El nieto me contó cosas que me hicieron querer saber más y buscando algo introductorio sobre las comunidades británicas en la Argentina lo primero que apareció fue el libro de Graham Yooll, que llegó a casa a los pocos días por Mercado Libre.

El libro es flojo como una historia, es en cierto sentido un anecdotario y tiene muchos agujeros. Por ejemplo, no se menciona la crisis de 1929 y lo que significó para Argentina y para las relaciones argentino-británicas; así, los dos o tres párrafos que dedica al tratado Roca-Runciman quedan totalmente descolgados, sin sentido.

El argumento principal de Graham Yooll es que, aunque la influencia británica en Argentina fue muy grande, sobre todo en las áreas del comercio, la educación, el transporte y los deportes, y hasta 1914, “la comunidad británica residente [en Argentina] tiende a ser olvidada o mencionada solamente al pasar en los estudios políticos y económicos de las relaciones entre ambos países” (p. 3). Los británicos fueron influyentes en las primeras décadas tras 1810 en el comercio y luego con los ferrocarriles y los frigoríficos. En la Primera Guerra pelearon casi 5.000 anglo-argentinos (sobre una población estimada de más o menos 30.000), pero sólo aproximadamente un cuarto de ellos volvió (p. 239). El segundo golpe fue doble: la Segunda Guerra, que tuvo más de dos mil voluntarios anglo-argentinos, entre mujeres y varones, y la nacionalización de los trenes por Perón al finalizar la guerra, en lo que Graham Yooll equipara con la caída del telón. El revisionismo (Graham Yooll no entra demasiado en esto, pero algo de eso hay en la nacionalización de los trenes) primero y Malvinas después, llevan a cambiar la valoración de la relación: de ser parte clave de los que hicieron el país, los británicos pasan a ser imperialistas y usurpadores. De vuelta, Graham Yooll dice sólo parte de todo esto, y lo completo yo con el cambio de ideas post-1945 y el impacto de 1929, del que el autor no dice nada. Después, claro, vendría Malvinas. 

En definitiva, no es una gran historia del tema, pero despierta ideas y me abre el camino para seguir investigando.

miércoles, 18 de diciembre de 2024

Yo quiero creer

 


Leí, un poco por arriba, El ombligo del mundo. Notas para escribir autoficción, de Julia Coria. Empecé con ganas y después de un rato se me fue deshilachando; decidí dejarlo, seguí leyendo otra cosa, y ayer, haciendo tiempo antes de una reunión, lo agarré y lo terminé más por arriba.

¿Qué es la autoficción? Una buena definición de Coria es que es “yo al cubo”: son textos que “proponen una coincidencia entre la identidad de quien escribe, la de quien narra y la de quien protagoniza” (p. 22), pero al que se le agrega un costado de ficción. Así, “las autoficciones están hechas de la memoria, que es su sustrato: a esto alude el prefijo auto”, pero “no hay un piso mínimo de realidad en la escritura de la propia experiencia. La partícula ficción en el término autoficción está ahí para recordárnoslo” (p. 27). Por eso hay quienes hablan de un “pacto oximorónico”, porque nos dicen que es la realidad, pero que también no lo es, que es ficción.

Coria, que defiende una definición más o menos como esta y también la práctica de la autoficción bien entendida (esto es, cuando se hace con un fin literario, como hecho estético, artístico) también presenta algunas de las objeciones. En el primer sentido, el de la defensa de la autoficción, quizás lo que más me gustó a mí es una cita de Liliana Heker que busca separar la autoficción de una mera catarsis, por ejemplo. Dice Heker: “se trata de construir con la experiencia personal un hecho literario, susceptible como cualquier otro, de justificarse, no por su condición de ‘cosa vivida por mí’, sino por su intensidad, su belleza, por el absurdo o la repulsión o el miedo en que sumerge a quien lo lee, por la conmoción o el impacto que provoca en el otro. Ni más ni menos que cualquier hecho artístico” (p. 32/33). La principal objeción, que es con la que estoy más de acuerdo, es otra cita, esta vez de Ariana Harwicz, a quien Coria escuchó en algún congreso y que “fue muy vehemente al sostener que no hay ficción que no se nutra de la realidad ni supuesta autoficción que no la eluda, por lo que la categoría no vale la pena” (p. 23).

Como decía, tiendo a estar de acuerdo. Entonces pienso un poco como cientista social y me pregunto cuáles son las categorías posibles de lo literario. Más cerca de la realidad tendríamos a una cosa que llamamos “no ficción”; más alejado de la realidad algo que llamamos “ficción”; y más o menos en el medio algo que llamamos “autoficción”. Pero aparentemente siempre es una cuestión de grado (sería una variable continua y no discreta, digamos).

Mi novela, o novella, Flanders, que usted puede conseguir en el kiosco a la salida del teatro, está super recontra mil nutrida de la realidad, de mis experiencias, pero yo no soy ese, no laburaba en ese lugar, no hice las cosas que hace el personaje, y aunque mi sobrino diga que el personaje del sobrino “es él”, porque lo hice hablar un poco como habla él, y a pesar de que yo pensaba en su cara cuando escribía al personaje, no es él en un montón de cosas: lo cargo y le digo, “flaco, el sobrino del libro leía y vos no agarrás un libro ni muerto”. En muchos sentidos, de hecho, el sobrino era yo a los 15, y el narrador del libro, que era un poco el yo de los 40, era el tío que me hubiera gustado tener a los 15. ¿Entonces? Yo, con Harwicz, creo que no agrega mucho saber si es “ficción”, “autoficción” o “no ficción literaria”. Como lector, yo quiero leer algo que me atrape, me seduzca, me conmueva, me toque estéticamente, y el personaje que leo (por ejemplo, Joe en la última novela que leí), no me importa si es igual, parecido o nada que ver con el escritor. Si lo pienso, no me queda duda de que Ford tomó de su experiencia como hijo (de hecho, hay similitudes entre Wildlife y Canada, dos novelas donde los hijos ven a los padres haciendo cosas no muy comunes o positivas); pero en el fondo, cuando estoy leyendo, no lo pienso ni lo quiero pensar: suspendo el juicio y actúo como si Joe fuera “real”, no en el sentido de que haya ocurrido eso, sino en que podría haber ocurrido, de que Joe podría ser real. No me importa nada que sea real o no, sino que sea verosímil, que yo pueda creer que podría serlo.

Bueno, eso, no me volvió loco lo de Coria, pero al final un poco pensé y escribí así que tan mal no debe estar. Ah, y el título es genial: El ombligo del mundo hace referencia a que los que escriben o escribimos autoficción tenemos que partir de la base de que a alguien más le tiene que interesar lo que nos pasa. En cambio, el que escribe ficción, el artista… “vaya, qué coincidencia”, diría Les Luthier.

lunes, 16 de diciembre de 2024

Una historia bien contada


 

Volví a ir a la misma librería en la Banda Oriental donde compré cosas hermosas y después cosas rotas y había una mesa de libros usados y ahí estaba Wildlife, una novela de Richard Ford que no conocía.

A Richard Ford lo amamos con devoción por Canada, por la tetralogía de Frank Bascombe (The Sportswriter, Independence Day, The Lay of the Land y Sorry For your Trouble); y, como si fuera poco, porque me contó @florgue que, en persona, en una firma de ejemplares, resultó un tipo afectivo y cercano, como sus personajes.

Apenas vi el ejemplar en la mesa supe que lo compraría, pero igual, como con cualquier otro libro, lo abrí y leí la primera línea. (Hace poco hice eso con una novela reciente que despertó polémica, Cometierra, que estaba en mi mesa de luz porque lo había leído mi señora esposa, a quien le gustó, y me bastó el primer párrafo para saber que a mí no me gustaría). En cambio, la primera oración de Wildlife decía: “En el otoño de 1960, cuando tenía dieciséis y mi padre por un tiempo no estaba trabajando, mi madre conoció a un hombre llamado Warren Miller y se enamoró de él.” (p. 1). ¿Puede alguien leer esa primera línea y no querer seguir? Yo no.

La historia es más o menos la que supone esa primera oración. Joe tenía 16, sus padres se acercaban a los 40; el padre se quedó sin trabajo, la madre se enamoró de un tipo y Joe fue testigo de la infidelidad de ella y del dolor de él. El estilo también está prefigurado en esa oración. Esa historia, que ocurre en unos pocos días, aunque es narrada por Joe unos cuantos años más tarde, es contada con esa precisión y sencillez. (Cuando uno lee a alguien que escribe tan fácil y claro como Ford parece imposible que alguien pueda costarle escribir. ¡Mirá lo fácil que es! Una palabra tras otra, una oración tras otra, pocas comas, sujeto-predicado, y de pronto la historia se contó sola).

El tema parece ser la familia. Y ya sabemos que toda familia infeliz lo es a su manera, y que no hay tal cosa como una familia feliz. En este caso, es un hijo único de padres no demasiado estables, que trata de comprender quiénes son esos padres, de entender qué es lo que está pasando. El padre intenta un poco calmar al hijo sobre la incertidumbre de la vida; poco después de perder su trabajo y antes de enterarse de que su mujer estaba enamorada de otro, le dice a Joe: “¿Sabés qué pasa (…) cuando precisamente lo que menos querías que pasara te pasa? (…) No pasa absolutamente nada” (p. 16). Con el tiempo, sin embargo, Jerry se deshilacha. En una escena de mucha tensión, con los tres en el living, los padres hablan y Joe escucha: “’No sé qué hace que la vida se quede pegada”, dijo él. No parecía tan enojado ahora, sólo muy triste. Me dio pena. ‘Ya sé’, dijo mi madre. ‘Yo tampoco. Lo siento’.” (p. 141).

Tan deshilachado termina el padre que, sin espoilear porque todos ustedes deberían leer Wildlife, en una de las últimas escenas un tipo le dice al hijo: “’No elegís a tu viejo’ me dijo. Él estaba sonriendo, su mano seguía sobre mi hombro, como si los dos supiéramos un chiste. ‘El mío era un hijo de puta. Un terrible hijo de puta’.” (p. 170).

La madre, mientras tanto, le habla con excesiva candidez sobre temas de la pareja y no parece hacer el menor esfuerzo por proteger al hijo de la incertidumbre de la vida. De hecho, tampoco hace demasiado esfuerzo por que su hijo no vea su relación con Warren Miller, y cuando descubre que él la descubre, le pega dos cachetazos, de los fuertes, y termina diciéndole: “’Probablemente te quieras ir, ¿no? Ahora, por lo menos’, dijo. ‘Adelante, así es como todo siempre pasa. La gente hace cosas. No hay plan. ¿Qué sigue? ¿Quién sabe?’.” (p. 115).

Al final del día, la novela trata menos sobre la familia como sobre la incertidumbre de la vida y la opacidad de cualquier otra persona y quizás hasta de uno mismo. Esos días cambiaron a Joe y lo pusieron en otro lugar, pero con el tiempo no termina de entender qué fue lo que le pasó. “En los días siguientes, cuando mi madre se mudaba a los Helen Apartments y luego a las corridas fuera de ahí y fuera de la ciudad, me preguntaba si en algún momento yo volvería a ver al mundo como yo lo veía antes de eso, cuando ni siquiera sabía que lo veía. O si uno se acostumbraba a dejar cosas, y porque como eras chico las dejabas más rápido, o si de hecho nada de lo que estaba pensando era importante en lo más mínimo, y las cosas se mantenían más o menos igual a pesar de todos los cambios, así que cuando enfrentabas lo peor y lo pasabas lo que encontrabas ahí era nada” (p. 174). Y cerrando, después de escribir las 180 páginas, Joe sigue sin entender demasiado. Sabe lo que pasó, y “Sin embargo Dios sabe que aún hay mucho que yo mismo, su único hijo, no puedo realmente afirmar que entiendo.” (p. 177)

 

Otras citas que me gustaron

“And I thought to myself that my father was not a stupid man, and that love was permanent, even though sometimes it seemed to recede and leave no trace at all.” / “Y pensé para mí que mi padre no era un hombre tonto, y que el amor era permanente, aun cuando a veces parecía retroceder y no dejar trazo alguno” (p. 26).

“And I understood, just as I sat there in the car with my mother, what I thought dangerous was: it was a thing that did not seem able to hurt you, but quickly and deceivingly would.” / “Y entendí, justo ahí sentado en el auto con mi madre, qué pensaba que era lo peligroso: era una cosa que no parecía poder dañarte, pero que rápida y engañosamente lo haría” (p. 50).

 

Originales de las citas usadas

“In the fall of 1960, when I was sixteen and my father was for a time not working, my mother met a man named Warren Miller and fell in love with him. This was in Great Falls, Montana”. (p. 1)

“‘Do you know what happens’, he said, ‘when the very thing you wanted least to happen happens to you? (...) Nothing at all does”. (p. 16)

“’I don’t know what makes life hold together at all’, he said. He did not seem as mad now, only very unhappy. I felt sorry for him. ‘I know’, my mother said. ‘I don’t either. I’m sorry’.” (p. 141)

“’You can’t choose who your old man is’, he said to me. He was smiling, his hand still on my shoulder, as if we knew a joke together. ‘Mine was a son of a bitch. A soapstone son of a bitch’.” (p. 170)

“’You probably want to leave, don’t you? Now, anyway’, she said. ‘Go ahead, that’s the way everything always happens. People do things. There isn’t any plan. What’s next? Who knows?” (p. 115)

“I wondered in the days that followed, when my mother was moving to the Helen Apartments and then out of there in a hurry, and out of town, if I would ever see the world as I had seen it before then, when I did not even know I saw it. Or if you just got used to parting with things, and because you were young you parted with them faster, or if in fact none of that thinking was important at all, and things stayed mostly the same in spite of small changes, so that when you faced the worst and went past it what you found there was nothing.” (p. 174).

“Though God knows there is still much to it that I myself, their only son, cannot fully claim to understand.” (p. 177).

lunes, 9 de diciembre de 2024

Che paese l’America

 


Leí The Round House, de Louise Erdrich, una novela sobre la justicia basada en una reserva indígena en Dakota del Norte. Uno se puede preguntar si es posible escribir cualquier cosa sobre los pueblos nativos americanos sin referirse a la justicia. En este caso, el personaje principal es un chico de 13 años, Joe, cuya vida se ve transformada cuando su madre es violada. En el transcurso de la novela, Joe crece y nosotros nos enteramos de que, muchos años después, será, como era su padre al comienzo de la novela, juez del juzgado tribal, por lo que The Round House es también un Bildungsroman, relatando cómo Joe se convirtió en hombre.

Ese proceso es un poco complejo. Está la violación, que en verdad es parte de otra serie de crímenes, hay un asesinato, está la muerte de un amigo de Joe. Pero también está Joe viendo a su padre y entendiéndolo (“Y en ese momento fue que comencé a entender quién era mi padre, qué hacía cada día y de qué se trataba su vida” - p. 44). Y termina con “ese momento en que mi madre y mi padre entraron por la puerta disfrazados de viejos (...) Al mismo tiempo, entendí, cuando me paraba de la silla, que yo había envejecido con ellos” (p. 317).

La novela no me volvió loco, un poco enrevesada la trama (mucha trama, toda la literatura americana es trama trama trama, me decía el otro día Noelia Torres), pero sirvió para acercarme un poco a una realidad que me es bastante ajena, la de los nativos americanos en EE. UU., cuyas más que razonables reivindicaciones quedan a menudo opacadas por las de los negros: “y apareció el hombre blanco y los empujó abajo hacia la tierra, lo que sonaba como una profecía del Antiguo Testamento pero que sólo era una observación de la verdad” (p. 100). Eso y la ocasional secuencia feliz como “Yo tenía tres amigos. Todavía estoy en contacto con dos de ellos. El tercero es una cruz blanca en la Montana Hi-Line” (p. 17).

 

Originales de las citas

“And it was then that I began to understand who my father was, what he did every day, and what had been his life” (p. 44).

“And there was that moment when my mother and father walked in the door disguised as old people. Highlight (...) At the same time, I found, as I rose from the chair, I’d gotten old along with them” (p. 317).

“and the white man appeared and drove them down into the earth, which sounded like an Old Testament prophecy but was just an observation of the truth” (p. 100).

“I had three friends. I still keep up with two of them. The other is a white cross on the Montana Hi-Line” (p. 17).

 

lunes, 2 de diciembre de 2024

Ser tan gil

 


Leí The Woman Upstairs, de Claire Messud, de quien leí recientemente The Emperor’s Children. The Woman Upstairs es algo así como un rant de una mujer de cuarenta y cortos; un rant porque la vida no resultó como ella quería, porque por un momento, después de estar al borde de la separación, la vida pareció mostrarle que podía llegar a terminar mejor; y por la desilusión, claro, de la que somos conscientes desde el principio, aunque no de su forma, que termina siendo, así, una desilusión sobre sí misma. ¿Cómo pude haber creído que otra cosa era posible para mí?, parece preguntarse. La narradora, así, podría haber cantado con Carlos Gardel: “Lo que más bronca me da / Es haber sido tan gil”. Pero Messud lo dice así, desde el principio: “En mi lápida debería decir ‘Gran Artista’, pero si me muriera en este momento diría en cambio ‘una buena maestra/hija/amiga”; y lo que realmente quiero gritar, y lo que quiero, también, en letras grandes en esa tumba, es VÁYANSE TODOS A LA PUTA QUE LOS PARIÓ” (p. 3).

Nora Eldridge, la narradora, quería ser madre y artista, pero terminó siendo maestra, hija y amiga. Así, The Woman Upstairs es ante todo un libro sobre sueños rotos, como toda la literatura americana. En este caso, con un twist: un sueño que parecía roto, que luego parece revivir para terminar rompiéndose de la peor manera. La peor manera, y este es otro tópico, es la traición, que siempre es, como decía con Gardel, reflejo de una confianza mal dada, por lo que la bronca termina siendo consigo misma. Pero no voy a contar todo porque la trama es un poco compleja y no quiero spoilear, pero van dos temas más: la muerte de la madre, el duelo; y el arte.

La madre de Nora era dura. Le enseñó a Nora a no depender de otro hombre y le mostró que debía tratar de hacer algo (pero también que los sueños se rompen). Nora vuelve a creer cuando está cerrando el duelo. (Es más, podría decirse que toda la novela es más sobre el duelo de Nora que sobre los Sahid, la familia que le hace volver a creer). Así, cuando la madre ya había dejado de intentar y caminaba hacia su muerte, le dijo: “La vida es curiosa. Tenés que encontrar la manera de seguir adelante, de seguir riendo, incluso después de darte cuenta de que ninguno de tus sueños se harán realidad. Cuando te das cuenta de eso, todavía queda mucha vida por atravesar” (p. 169).

El sueño roto de Nora era el arte, como dijimos. Y lo que aprende en el camino Nora, de la peor manera, es que para que ese sueño sea realidad hay que traicionar. “Lo que hizo que mis obstáculos fueran insuperables, lo que me confinó a la mediocridad, fui yo, sólo yo”. Le faltó “la capacidad de decir ‘al carajo’ a todo lo demás, a darle la espalda a todo el sufrimiento y contemplar, sin molestia, tus propios deseos sobre todo lo demás. Los hombres tienen generaciones de práctica en esto”. (p. 17) “Tenés que ver todo lo demás –a todos los demás– como prescindibles, como menos que vos misma” (p. 18). Entonces: “Quizás esa, en realidad, sea una definición tan buena como puedas encontrar de un artista en el mundo: una persona despiadada”. (p. 153).

Con lo que volvemos, claro, a la traición: el artista debe traicionar si quiere ganar. Y Nora no fue quien traicionó, sino la traicionada. Por eso termina siendo la mujer de arriba –“Somos la mujer silenciosa del final del pasillo del tercer piso, la de la basura siempre ordenada, la que sonríe con brillo en las escaleras con un saludo cordial, y quien, detrás de sus puertas cerradas, nunca emite un sonido. En nuestras vidas de silenciosa desesperación, la mujer de arriba es quien somos, con o sin un maldito gatito o un Labrador molesto y torpe, y ni un alma registra que estamos furiosas. Somos completamente invisibles. Yo pensaba que no era cierto, o que no era cierto de mí, pero he aprendido que no soy diferente en nada. La pregunta es ahora cómo trabajarlo, cómo usar esa invisibilidad, hacer que queme” (p. 6)– y no la artista.

Salvo, claro, que creamos que este libro es la traición de Nora.

 

Originales de las citas

“It was supposed to say “Great Artist” on my tombstone, but if I died right now it would say “such a good teacher/daughter/friend” instead; and what I really want to shout, and want in big letters on that grave, too, is FUCK YOU ALL.” (p. 3)

“Life’s funny. You have to find a way to keep going, to keep laughing, even after you realize that none of your dreams will come true. When you realize that, there’s still so much of a life to get through.” (p. 169)

“What made my obstacles insurmountable, what consigned me to mediocrity, is me, just me.” (p. 17)

“the ability to say “Fuck off” to the lot of it, to turn your back on all the suffering and contemplate, unmolested, your own desires above all. Men have generations of practice at this.” (p. 17)

“You need to see everything else—everyone else—as expendable, as less than yourself”. (p. 18)

“Maybe that, really, is as good a definition as any of an artist in the world: a ruthless person. Which would explain why I don’t seem to make the cut.” (p. 153)

“We’re the quiet woman at the end of the third-floor hallway, whose trash is always tidy, who smiles brightly in the stairwell with a cheerful greeting, and who, from behind closed doors, never makes a sound. In our lives of quiet desperation, the woman upstairs is who we are, with or without a goddamn tabby or a pesky lolloping Labrador, and not a soul registers that we are furious. We’re completely invisible. I thought it wasn’t true, or not true of me, but I’ve learned I am no different at all. The question now is how to work it, how to use that invisibility, to make it burn.” (p. 6)

 

Otras citas que me gustaron

“¿conocés esta idea de la patria imaginaria? Una vez que partís de la costa en tu barquito, una vez que embarcás, nunca más vas a estar de nuevo realmente en casa. Lo que dejaste atrás existe sólo en tu memoria, y tu lugar ideal se convierte en un extraño cocktail imaginario de todo lo que has dejado atrás en cada parada”. / “do you know this idea of the imaginary homeland? Once you set out from shore on your little boat, once you embark, you’ll never truly be at home again. What you’ve left behind exists only in your memory, and your ideal place becomes some strange imaginary concoction of all you’ve left behind at every stop.” (p. 130)

“De mi padre, entonces, traté de tomar el consejo WASP de vivir como si. Como si la casa encantada fuera la vida real. Como si yo disfrutara de cosas que no disfrutaba. Como si fuera feliz, y como si no hubiera sido abandonada por la gente que amaba”. / “From my father, then, I tried to take the WASP’s advice to live as if. As if the Fun House were real life. As if I enjoyed things I didn’t enjoy. As if I were happy, and as if I hadn’t been abandoned by the people I loved.” (p. 112)


lunes, 25 de noviembre de 2024

Mujeres desesperadas

 


Leí La vida por delante, la colección de cuentos por la que Magalí Etchebarne ganó el Premio Ribera del Duero y que publicó Páginas de Espuma. No me gustó tanto. Tuve problemas con la puntuación, con los tiempos verbales, con el flow de la cosa. Fui a buscar el otro libro que leí de Etchebarne, Los mejores días, y no lo encontré. Muchas mudanzas. Pero leí el apunte de lectura que hice para el blog y no parecía molestarme la puntuación, más bien lo contrario: “el libro es hermoso. Es como un poema de cien páginas en donde vemos pedazos de los corazones humeantes de estas chicas, fragmentos de situaciones de relaciones fragmentadas astilladas desgarradas y todo de una manera hermosa, con metáforas únicas, con una música arrulladora y donde nada se resuelve del todo, y así parece una manera distinta de entender la vida”. 

La vida por delante, como decía, me gustó menos, no me llevó, no escuché está la música de Los mejores días, la poesía de esa oda a la avenida Pavón. Mi sensación, incomprobable, es que Etchebarne españolizó estos cuentos para el premio o que la editorial española se lo editó españolizando un toque y que en el trayecto perdió la poesía que me gustó de Los mejores días. Entonces queda más del contenido, que no cambió demasiado: son básicamente cuentos sobre mujeres que sufren. En “Piedras que usan las mujeres” una mujer cuenta la historia de su madre como una más de las que fueron dejadas por sus maridos por mujeres más jóvenes, su cáncer posterior y hacia el final la demencia. Su madre y sus amigas, las ex de los amigos del marido, son parte de una tribu que sufrió y odia: “Habían parido, habían enterrado a sus padres y habían hecho la comida todos los días dos veces por día, habían criado y no habían dormido, habían perdido turnos y dinero, rechazado viajes y ascensos, después habían visto a sus hijos alejarse para hacer sus propias vidas. Y hasta habían puesto el lavarropas para que sus maridos se llevaran la ropa limpia cuando se divorciaban. Solo quería volver a casa al final de esas noches en el club, acostarse, encender el televisor y odiar.” (p. 15)

“Un amor como el nuestro” relata la amistad de una joven argentina, correctora de una editorial, y una escritora americana. Ellas tienen una relación epistolar de años y luego viajan a Iguazú y hay un suicidio que se intuye que se trata de otro huésped del hotel con el que ellas interactúan. El amor de estas mujeres parece el más sano del libro, pero también hay limitaciones, hay mucho que la correctora no cuenta. En “Temporada de cenizas”, dos hermanas (en rigor, medias hermanas) van a la costa a tirar al mar las cenizas de la madre de la mayor de ellas. Allí conocen a dos chicos y la narradora se acuesta con uno, bastante más joven (“Pienso que quizás una vez me senté en un restaurante siendo adolescente y él era el bebé de la otra mesa.” p. 83). Cuenta la muerte de la madre y la relación entre ellas dos, la segunda pareja del padre y la media hermana: “con los años papá dejó de prestarles atención también a ellas y entre todas hicimos nuestra propia familia, una trenza de mujeres emparentadas por un hombre” (p. 72). En “Casi siempre desesperados” una pareja que no funciona va un fin de semana a la costa y sigue sin funcionar. Él es un obsesivo compulsivo sin ningún tipo de empatía; en un flashback nos cuentan que ella ya lo dejó y volvió, e intuímos que la chica va a seguir atrapada allí toda su vida.

En mi apunte de Los mejores días yo objetaba que en la contratapa se decía que eran historias de “mujeres sabias”. Aquellas mujeres, como las de La vida por delante, no me parecen sabias. Los hombres son peores, claro. Abandonan, dan por sentadas a las mujeres, no cuidan. Me acordé del título de un cuento de Flannery O’Connor, “A good man is hard to find”, y lo releí. (De Flannery leímos los cuentos completos). Ese cuento no tiene nada que ver con estos, son tipos malos de verdad. Pero el punto es que a las mujeres de los cuentos de Etchebarne les sigue pareciendo imposible encontrar un hombre bueno. Uno no puede dejar de desearles que los encuentren o, al menos, que dejen de buscarlos.

lunes, 18 de noviembre de 2024

Colección de fobias

 


Leí El libro de las fobias, una colección de cuentos publicada por esa editorial tan simpática que tampoco está interesada en publicarme, llamada Vinilo Editora, pero que por lo menos tuvo la deferencia de contestarme. En general las editoriales no te contestan. Cuando son amigos o conocidos, a veces, sí. Es el caso. Pero eso no importa, importa el libro, que, como toda colección de autores diversos, es desigual. Hay textos muy buenos, otros buenos y algunos no tanto. Trataré, como de costumbre, de hacerme el gil con lo que me gustó menos. Y quizás ahí también está la falla, quizás debería aprender a ejercer el arte de injuriar. En palabras de Claire Messud: “Quizás esa, en realidad, sea una definición tan buena como sea posible encontrar sobre un artista en el mundo: una persona despiadada. Lo cual explicaría por qué parece que yo no logro dar la talla.” 

La colección arranca con Margarita García Robayo (leímos Tiempo Muerto) sobre la fobia a la felicidad o, más bien, a la gente feliz. Feliz me pareció la definición de fobia como “un fracaso en el desaprendizaje de miedos” (p. 12). 

Me gustó mucho el texto de mi antiguo sensei Santiago Llach (recomiendo mucho Crónicas Canallas, sobre todo para los amantes del fútbol) con su fobia a la gente, que incluye: “lo que hay adentro mío es una máquina de hacerme daño. No te digo que aprendí a apagarla, pero sé más o menos a esta altura dónde está la perilla del volumen y puedo suavizar a la bestia cuando viene degollando” (p. 28). Escribe muy bien Santiago. 

Ariana Harwicz, a quien aún no me había animado a leer, aunque sé que debería, entregó un texto formidable sobre la fobia a los gatos. Creo que es el único texto sobre, o el que mejor transmite, una verdadera fobia, un temor incapacitante, al punto que lo sentí con la narradora. 

El texto de Mauro Libertella habla de la fobia a la naturaleza y nos entrega esta máxima: “Todas las fobias son fobias a la muerte”. No estoy seguro de que sea cierto, pero suena muy profundo. Quizás lo sea. 

Me pareció excelente el texto de Pablo Maurette (a quien tampoco había leído hasta aquí, por lo que el texto volvió a confirmarme que debería hacerlo) sobre una fobia ridícula: a las sillas. El texto me pareció brillante.

El texto de Paula Hernández parece tocar casi todas las fobias: falta de aire, claustrofobia, agorafobia, fobia a los aviones. Me encantó cuando dice que, con una fractura en una pierna y un esguince en la otra: “Si algo se pierde, además de la masa muscular, es la vergüenza” (p. 68). También me gustó la búsqueda de la cura en la natación. 

Analía Couceyro habla de la fobia a los psicoanalistas y se pregunta “¿Cómo superar una fobia si la misma ciencia que la nombra y podría remediarla me resulta una amenaza?” (p. 76). No me convenció. Más que fobia me pareció resistencia. 

Maia Debowicz trae un texto sobre la fobia a los aviones y un tratamiento para superarla. Esto está muy bien: “Me anoté en modalidad individual, un encuentro de cuatro horas. Éramos tres: él, el miedo y yo” (p. 87). También la oración final: “En el fondo, nadie sabe a qué le teme” (p. 91).

La fobia que trae Brenda Lozano es popular: fobia a las ratas. Trae, además, otra definición de fobia: “Quizás una fobia, en el fondo, sea el terror a perder el control” (p. 97).

Esteban Schmidt, quien nos deleita habitualmente con “Un correo de Esteban Schmidt”, donde habla a menudo de la paternidad actual, trae un texto jocoso sobre la fobia a los papis y mamis, a la sociabilidad forzada con los padres y madres de los compañeros de nuestros hijos. Como de costumbre, derrocha humor y acidez. Por ejemplo: “Las mamás, hablemos de ellas, son todas distintas pero están unidas por una misma ansiedad que segrega un líquido que yo huelo y automáticamente me contractura. Me quiero ir” (p. 111).

martes, 5 de noviembre de 2024

Una historia particular

 


Cuando viajé a Escocia leí una historia de Escocia y cuando viajé a Italia leí A Concise History of Italy de Christopher Duggan. Mi investigación previa para saber qué leer sobre Italia fue corta; seguramente habrá mucho más para leer, pero cuando uno quiere saber un poco de un tema generalmente es una buena idea ir a las Oxford Histories o, como en este caso, a las Cambridge Concise Histories. 

La historia de Italia según Duggan es verdaderamente concisa (no así la de Escocia de Devine): en unas 300 páginas te da un pantallazo general. El problema, claro, es que con Italia nada es muy “general”, todo es más bien particular. (Me hice acordar a mí mismo de esta cita de Lorrie Moore: “Marriage, she felt, was a fine arrangement generally, except that one never got it generally. One got it very, very specifically.”) La historia de Italia es, sobre todo, responder a la pregunta de si existe tal cosa como una Italia general o si no son más fuertes las particularidades regionales. Dice Duggan en el prefacio: “Si existe algún hilo temático en este libro es el del problema de la ‘construcción nacional’. Italia comenzó a existir en 1859-60 más por accidente que por diseño.” (l. 144) 

Los países europeos grandes se fueron creando bastante antes que Italia: España, Francia, Inglaterra, se formaron siglos antes y poderosas fuerzas (las coronas absolutistas) fueron forjando una unidad de lo diverso. Italia y Alemania llegaron tarde, consolidándose ambos países en 1870 con la Guerra Franco-Prusa. Pero Alemania (leí este libro que es maravilloso) tenía por lo menos al lenguaje unificado alrededor de Lutero. Ciento cincuenta años después de la unificación italiana, y a pesar de la RAI y la Serie A y la Nazionale, aún hoy siguen sobreviviendo una gran cantidad de dialectos (se estima que hacia 1860 apenas hablaba “italiano” 2,5 por ciento de la población; p. 28). 

La historia es tan particular, con regionalismos, con poderes extranjeros (España, Francia, Austria) que por momentos dominan grandes partes del territorio, que ni siquiera es fácil establecer una periodización clara. Podría ser la siguiente: 

año 27 a.c. a 500 d.c.: algo parecido al imperio romano;

500 a 1860-1870: fragmentación política con gran injerencia de poderes externos, terminando en la unificación "por accidente";

de 1870 a 1925: monarquía constitucional liberalizante (si no liberal);

1925-1945: fascismo (aunque técnicamente la monarquía persistió hasta 1947);

1945-hoy: república italiana, pero primero con unos 30 años de dominio de una Democracia Cristiana que en la manera de contarla de Duggan me hizo acordar al PRI y al peronismo; y desde la década de 1990 algo muy distinto, con un fortalecimiento de nuevo de lo particular.

Si algo persiste durante todo este tiempo es la dificultad de definir ciertos valores y principios. Hay un gran cambio, que es el salto de desarrollo producido tras la Segunda Guerra Mundial, asociado en gran medida al ingreso al Mercado Común Europeo, a la Unión Europea y en definitiva euro. “A mediados de la década de 1950 Italia seguía siendo en muchos aspectos un país subdesarrollado. (...) Hacia mediados de la década de 1960 Italia había dejado de ser un país atrasado” (p. 264). Por lo demás, hay una gran continuidad en la incapacidad de ciertas definiciones clave: “Como ha subrayado repetidamente la historia de los dos siglos precedentes, en muchos sentidos la mayor dificultad que ha confrontado a Italia fue la de establecer claramente los valores y principios sobre los que debería construirse el estado. Desde el Risorgimento, las discusiones sobre la nación italiana se habían movido, muchas veces con alta tensión, alrededor de las demandas en competencia de religión y secularismo, intereses públicos y privados, centralización y autonomías locales, libertad y autoridad, derechos y obligaciones, Norte y Sur - para mencionar apenas unas pocas de las categorías en lucha” (p. 305). En eso, en gran medida, sigue.

 

Originales de las citas

“In so far as a single thematic thread exists in this book, it is that of the problem of ‘nation building’. Italy came into being in 1859–60 as much by accident as by design. Only a small minority of people before 1860 seriously believed that Italy was a nation, and that it should form a unitary state; and even they had to admit that there was little, on the face of it, to justify their belief: neither history nor language, for example, really supported their case.” (l. 144)

“In the mid-1950s Italy was still in many regards an underdeveloped country. Highlight (Yellow) | Page 264 By the mid-1960s Italy was no longer a backward country. Industry had boomed, with investments in manufacturing rising by an average of 14 per cent a year between 1958 and 1963.” (p. 264)

“As the history of the preceding two centuries had repeatedly underlined, in many ways the greatest difficulty confronting Italy was to establish clearly the values and principles upon which the state should be built. Since the Risorgimento, discussions about the Italian nation had moved, often in a fraught fashion, around the competing claims of religion and secularity, public and private interests, centralisation and local autonomy, freedom and authority, rights and duties, North and South – to name but a few of the contending categories.” (p. 305)

domingo, 20 de octubre de 2024

Otra vez no pude

 


Una de mis hijas, la que es hoy más lectora de las tres, lo que puede cambiar, claro, me trajo de viaje una muy linda edición de El Proceso de Franz Kafka, y empecé a leerlo pero al poco tiempo me interrumpí, me aburrió, me costó conectarme. Leí algo de Kafka y de quienes lo leyeron (mis apuntes acá, acá, acá y acá) pero me cuesta engancharme, quizás porque es demasiado cerebral, falto de emoción y de fisicalidad. Me pasa un poco como con Borges: lo leo, lo pienso, entiendo en términos generales, pero no me emociona, no me conecto. Dos cracks, dos genios, pero no hacían el tipo de literatura que yo disfruto más. 

miércoles, 16 de octubre de 2024

No se puede más

 

Floja la foto, lo sé: pero me dediqué a ver, no a fotografíar.


Más de 31 años después, ayer volví a ver a la selección argentina en la cancha. Fue la primera vez desde el 5 de septiembre de 1993. Sí: desde el 0 a 5 con Colombia.

Ese día fui invitado. El papá de mi amigo Sebastián tenía cinco entradas de cortesía; como la mamá no quiso ir, fuimos el padre, sus tres hijos y yo. Además del avión, lo que más recuerdo de esa pesadilla fue cuando ya estábamos en el auto de vuelta a nuestras casas. El papá de Sebastián, Jorge, dijo: "Bueno... qué bueno que no nos interesa tanto el fútbol." Se hizo un silencio. Y un ratito después dijo: "uy, perdón, Fernando."

Yo estaba con una remera de la selección de manga larga. Unos años antes me había traído un verano de Florianópolis una remera del Flamengo y después otro amigo de la escuela, Eduardo, que es brasileño, me ofreció el trueque de la de la selección que tenía él por la mía del Mengao. Cuando llegué a casa después del 0 a 5, aturdido, me saqué la remera de manga larga producto de aquel trueque y la colgué del balcón de mi cuarto en el departamento de mis viejos en Recoleta. Estuvo ahí colgada por años hasta que le ganamos un partido a Colombia.

En 1993 yo tenía 18 años y era fanático del fútbol. Hoy tengo 49 y sigo siéndolo. Lo demás cambió casi todo. Ya no voy más en bondi o con mi viejo a la cancha: mi viejo ya no está, y ahora tengo un palco en Independiente con amigos y vamos en auto y ya no se puede ir de visitante. De estudiante del CBC pasé a licenciado y magister con una carrera azarosa que aún busca su sentido. Pero, sobre todo, como diría @estebanschmidt, "me cargué una familia". Mi hija mayor tiene hoy la misma edad que tenía yo el día de aquel 0 a 5, y ayer estaba, con sus dos hermanas y sus padres, en River.

Desde aquel día muchas veces pensé a ir a ver a la selección, pero nunca terminaba de decidirme. No es que no sea "hincha" de la selección. Sigo sus partidos con la misma intensidad con la que sigo a los de Independiente. ¿Qué me frenaba? Un poco que el ambiente de cancha de la selección me motiva menos que el más apasionado y futbolero del fútbol de clubes.

Otro poco esa cancha, la de River, que me tiene de hijo: como hincha de Independiente, me tocó perder mucho ahí. De hecho, el único partido que recuerdo haber "ganado" en el Monumental fue en febrero de 1993, poco antes del 0 a 5. Fue River 0 - Newell's 1 por la Copa Libertadores (gol del Negro Zamora). Era el Newell's de Bielsa, el de Berizzo, Gamboa, Llop, el Tata Martino, el Loco Berti y cía. Me acuerdo de que me morí de frío en la popular visitante, que nos agarró una terrible lluvia y que a la vuelta por Lidoro Quinteros íbamos con el agua casi hasta la cintura.

Fui a Mar del Plata ida y vuelta en el mismo día y noche para ver a la generación dorada, hice viajes enteros para ver básquet y fútbol, pero nunca volví, hasta ayer, a ver a Argentina. El 0 a 5 era una nube, supongo, una cortina de humo que me impedía avanzar. Pero el jueves pasado estaba viendo el partido contra Venezuela, el relator dijo “el martes contra Bolivia en el Monumental” y abrí la computadora y ahí quedaban entradas. Mis tres hijas me dijeron que sí, que morían por ir, mi mujer también... y no lo pensé mucho más.

Ayer estaba ahí, quizás en la misma sección en la que había estado con mi amigo Sebastián y su familia, pero con mi familia, y con la misma remera de la selección de mangas largas y de dos estrellas. (Sí, todavía me entra bien). Lo viví todo bastante nervioso, porque así soy, y porque estaba yendo con tanta mujer a un estadio que no es el de todos los domingos, porque llegamos mucho más tarde de lo que me hubiera gustado y sí, porque el 0 a 5 seguía ahí. (De hecho, a la mañana, entrenando, le dije a mi amigo Diego que iba a ver a Argentina y que era la primera vez desde el 0 a 5 y me dijo algo así como "llegamos a perder y no podés ir más".)

Después del primer gol me empecé a relajar y empecé a sonreír. Hacia el final ya no podía dejar de hacerlo. En algún lugar, porque así también soy, me castigaba por haber sido tan cabeza de termo de no haber visto a Messi nunca antes, pero bueno, lo vi ayer con sus tres goles. Y a la bestia del Cuti Romero, a Alexis Mac Allister, que lleva adentro procesadores y chips de computadoras que todavía no se han inventado, y a todos los demás. Pero sobre todo, lo que me llevo es una jugada del segundo tiempo donde Messi, bastante cerca nuestro (nada es cerca en River), recibe una pelota como wing derecho y la para y gira con un movimiento que no parecía humano. (La imagen que me vino a la mente es la de un puré que comí una vez, el aligot, que es algo entre líquido y sólido y que fluye y que cuando lo probás estás en otra galaxia. Como Messi).

Creo que finalmente puedo enterrar el 0 a 5. Como creo que la final de Catar enterró, un poco, la de Brasil: pasó más de un año hasta que un día me di cuenta de que el anterior no había pensado en esa final perdida. Hoy revivo lo de ayer con emoción por lo que nos une el fútbol y por todo lo que ha significado y significa en mi vida. Por haberlo compartido con mis hijas. Por el recuerdo de la final, con mi viejo en la cama, sin entender que éramos campeones del mundo. En el mismo departamento de Recoleta donde vimos los goles de Diego contra Inglaterra una tarde de 1986. Donde unos meses después lo velamos.

La vida sigue, como sigue el fútbol después de cada derrota, aún la más dolorosa. Lo importante es seguir jugando, siempre, hasta que no se pueda más.

lunes, 16 de septiembre de 2024

La buena vida

 


Leí Life Before Man, de Margaret Atwood y sí, este es el primer libro que leo de la canadiense, aunque tengo hace un rato en la mesa de luz The Handmaid’s Tale: ya la agarraré. Life Before Man es una genial novela construida sobre la base de un triángulo amoroso, pero que creo que es mucho más que sobre un triángulo amoroso, que es más bien sobre la dificultad de vivir una buena vida, además de un alegato feminista extraño. 

Life Before Man cuenta la historia de Elizabeth, Nate y Lesje, estructurado en secciones pequeñas fechadas y escritas en terceras primeras de cada uno de ellos. En general, el libro va hacia adelante, pero dos o tres veces se intercalan entradas con fechas anteriores. La estructura es de triángulos un poco interpuestos. El triángulo central es el de Elizabeth, su esposo Nate y la amante de él, Lesje. De ellos tres son las terceras primeras, explícitas en los títulos de cada sección. Pero Elizabeth también tenía su amante, Chris, que se suicida antes del comienzo de la novela. Y Lesje estaba en pareja con William; y antes Nate había tenido otra amante, Martha, y Elizabeth además tiene algo con un vendedor. Pero es (casi) todo muy civilizado; no sólo Elizabeth y Nate saben de sus respectivos amantes, sino que además Elizabeth habla con Lesje y Martha, Martha habla con Lesje también, e incluso Nate y Chris tienen algunos encuentros.

Digo que es un alegato feminista porque Life Before Man se llama así no sólo porque Elizabeth y Lesje trabajan en un museo con dinosaurios, sino porque las mujeres están antes que los hombres. Las mujeres son las que tienen agencia y los hombres reaccionan. Sobre todo Elizabeth, que actúa y hace reaccionar a Chris; que actúa y hace reaccionar a William, y entonces a Lesje; que actúa y hace reaccionar a Nate. Pero también Lesje, que de alguna manera actúa frente a Nate. Y los hombres reaccionan a veces como reaccionan los hombres: con violencia, con violencia sexual. Mientras tanto, Elizabeth es la titiritera, y por momentos la odiamos, pero también nos damos cuenta de que es una titiritera triste y pobre; que hace lo que puede porque viene de un pasado duro, y que al triunfar pierde, pierde irremediablemente, queda sola. (La odiamos cuando desprecia a Nate, cuando dice que se casó con él con facilidad “como probándose un zapato”, p. 15; cuando se pregunta si alguna vez lo amó y reconoce que sí, aunque “en maneras que eran insuficientes”, porque siendo un buen hombre no podía dejar de tenerle “un leve desprecio”, p. 254). Por eso parece ser un alegato feminista (las mujeres mandan, los hombres son violentos o despreciables), pero extraño, porque el resultado es una vida triste y sin sentido (no digo que si mandaran los hombres fuera diferente, sólo que el hecho de que manden las mujeres no parece una solución).

Mientras tanto, Nate va por la vida preguntándose por el camino recto. Hijo de una madre religiosa y moralista, Nate quiere vivir una buena vida: “La vida ética. Le habían enseñado que ese era el único objetivo deseable. Ahora que ya no cree que es posible, ¿por qué sigue tratando de vivir así?” (p. 75). Mientras que a Elizabeth empezamos odiándola y al final nos da una tremenda pena, a Nate empezamos queriéndolo, nos da pena, y un poco terminamos despreciándolo, como Elizabeth; porque no tiene agencia, porque se deja dominar por su madre, por Elizabeth y por la débil Lesje, quien, al final, es quizás la que más crece de los tres. “Desde hace tiempo ha sido su opinión teórica que el Hombre es un peligro para el universo, un simio malvado, rencoroso, destructivo, maligno. Pero sólo teórica. En realidad creía que si las personas pudieran ver cómo estaban actuando, actuarían de alguna otra manera. Ahora sabe que eso no es cierto.” (p. 285). Y así llegar a la idea de que la cagó: “Puede ser que la haya cagado. A esto se refieren cuando dicen madurez: llegás al punto en el que te parece que cagaste tu vida” (p. 303)

¿Es posible una vida buena, entonces? No parece. Pero sí hay novelas buenas y esta es extraordinaria. Porque querés leer más todo el tiempo y porque está escrita maravillosamente, desde el principio al final, con un lenguaje poético que no empalaga, pero también con el understatement, como un boxeador que te tira dos cortas y una larga. De los personajes de la novela, uno se suicida (Chris, lo sabemos desde el principio así que no es spoiler), dos lo piensan más o menos abiertamente y a otro lo vemos francamente deprimido. Pero en algún lugar este lector pensó que al final, aunque nunca hable de libros, el libro un poco nos dice, sí, la vida puede ser complicada y difícil, pero al menos cada tanto nos podemos encontrar con un gran libro.

 

Originales de las citas

“She married him easily, like trying on a shoe” (p. 15).

“She tries to remember whether she ever loved him and concludes that she did, though in ways that were not sufficient. Nate was a good man and she recognized goodness, though she could not withhold a slight contempt. On their wedding day, what had she felt? Safety, relief: at last she was out of danger” (p. 254).

“The ethical life. He’d been taught it was the only desirable goal. Now that he no longer believes it’s possible, why does he keep on trying to lead it?” (p. 75).

 “It’s long been her theoretical opinion that Man is a danger to the universe, a mischievous ape, spiteful, destructive, malevolent. But only theoretical. Really she believed that if people could see how they were acting they would act some other way. Now she knows this isn’t true” (p. 285).

“It’s possible she’s blown it. This is what they mean when they say maturity: you get to the point where you think you’ve blown your life” (p. 303).

lunes, 9 de septiembre de 2024

Interrupción

 


Venía como un campeón leyendo La insumisa de Cristina Peri Rossi (Montevideo, 1941), cuando me comí la curva. El libro pasaba de la página 48 a la 97 sin aviso, sin una opción tipo elige tu propia aventura, sin salto de rayuela. Traté sin éxito de conseguir un pdf para leer lo que me falta del libro. Escribí a la editorial y me mandaron a la librería, que me queda un poco lejos. Me dijeron que intente por la biblioteca Ceibal, pero como no soy uruguayo, por lo menos todavía, no pude entrar. Así que si alguien encuentra un pdf me avisa, por favor. Me venía gustando bastante...

lunes, 19 de agosto de 2024

Lo esencial



Hernán Laperuta es médico, docente, autor, actor, cantante, director de teatro, dramaturgo, escritor, personalidad destacada de la cultura de la ciudad de Buenos Aires, padre, esposo y amigo, amigo mío. Además de publicar Teatro esencial, algunas de cuyas obras cortas tuve el placer de ver en vivo, ahora llega con Relatos esenciales, una colección de “historias efímeras que marcan para siempre”, como dice el subtítulo de la obra.

Relatos esenciales trae pequeñas historias que marcaron al autor: desde el impacto de la separación de los padres a los seis años hasta la muerte del padre en el desierto de San Juan, y lo que esa experiencia descubre de un pasado oculto y traumático. En el regreso a cada momento vital, el adolescente que lucha con su imagen corporal, los primeros acercamientos sexuales, momentos de emergencia donde se ve de qué estamos hechos, nuestros sentimientos, dudas, fallas, cada historia se relata con sensibilidad y valentía y hasta con humor. 

En la materia de las historias, en lo que tocan dentro nuestro, son relatos que van a la esencia de lo que somos y de lo que intentamos ser. Animándose a sentir y a dejar asentados esos sentimientos, llega a lo que es realmente esencial al animal humano. A eso que por ahora, todavía, por suerte, las máquinas no han logrado conquistar. Una mirada, un abrazo, un sentimiento.

lunes, 12 de agosto de 2024

Intersección


Leí The Bluest Eye, la primera novela publicada por Toni Morrison, allá por 1970. De Morrison leímos acá Beloved, genial y tremenda, y Home, un poco menos dura pero también hermosa. The Bluest Eye es durísima, también, la historia de una chica con todo en su contra: pobre, negra, mujer, fea. La interseccionalidad, se diría hoy.

La historia de Pecola Breedlove es contada principalmente por Claudia MacTeer, una chica que vive con su hermana Frieda, sus padres y un huésped, Mr. Henry. Los MacTeer reciben a Pecola como hogar de tránsito cuando el padre de Pecola, Cholly Breedlove, quema la casa en la que vivía su familia. Ese, sin embargo, no es el drama principal de Pecola. (La novela se cuenta además en parte por una narradora omnisciente y un poquito con textos que serían el discurso de la madre de Claudia, Polly).

La historia de Pecola va hacia atrás, a la infancia tremenda de Cholly, “Abandonado en una pila de basura por su madre, rechazado por un juego de dados por su padre” (p. 160); y a la relación crecientemente violenta de Cholly con la madre de Pecola, Polly, que nació con una leve discapacidad y que trabaja como empleada doméstica para una familia blanca. De esa historia casi parece desprenderse que la vida de Pecola no podría tener amor, sino dolor, tristeza y violencia.

Lo central, igualmente, es la raza, y la asociación de lo lindo y bueno con lo blanco y lo feo y malo con lo negro. Primero nos lo dice Claudia, que se resiste a las muñecas blancas. “Adultos, chicas más grandes, tiendas, revistas, diarios, vidrieras –todo el mundo estaba de acuerdo que lo que toda pequeña niña atesoraba era una muñeca de ojos azules, pelo amarillo y piel rosada” (p. 20) Y lo vemos luego en el cuerpo de Polly y Pecola en una secuencia de menos de dos páginas. Primero el discurso de Polly hablando de Pecola recién nacida (“Yo sabía que’ra fea. Cabeza llena de pelo lindo, pero Dios qué fiera era”, p. 126); y luego nos muestran todo lindo en la casa de los blancos Fisher: “Cuando bañaba a la pequeña niña Fisher era en una bañadera de porcelana con herrajes plateados de los que salían infinitas cantidades de cristalina agua caliente. La secaba en toallas blancas acolchadas y la vestía con su suave ropa de noche” (p. 127).

Poco después, Pecola vivirá su gran drama, tras lo cual le pide al brujo Soaphead tener ojos azules. Pide ojos azules porque ojos azules en su mente significa ser blanca y bella. Y a Soaphead le parece el pedido más lógico que haya escuchado. Ella y todos los demás creen que en su negrura y fealdad está la razón de su drama. Así, a través de la historia de Pecola, Morrison describe lo peor del racismo, y la apropiación por parte de los mismos oprimidos de los valores de los opresores, para decirlo de alguna manera.

The Bluest Eye trata muy bien estos temas y claramente Morrison escribía hermosamente, pero esta es la que menos me gustó de las novelas de Morrison que leí. Hay algo que me suena artificial, demasiado racional o intelectual. Digámoslo así: siento que me cuenta una historia para tratar un tema y no que me cuentan una historia que además me deja una idea. Lo más alto, para mí, es cuando logra relatar lo más bello de las comunidades afro-americanas, como cuando canta la madre de Claudia: “La pena coloreada por los verdes y azules de la voz de mi madre sacaba toda la tristeza de las palabras y me dejaba con la convicción de que el dolor no era sólo soportable, era dulce” (p. 26).

 

Originales de las citas usadas

“In those days, Cholly was truly free. Abandoned in a junk heap by his mother, rejected for a crap game by his father, there was nothing more to lose.” (p. 160).

“I knowed she was ugly. Head full of pretty hair, but Lord she was ugly” (p. 126).

“When she bathed the little Fisher girl, it was in a porcelain tub with silvery taps running infinite quantities of hot, clear water. She dried her in fluffy white towels and put her in cuddly night clothes.” (p. 127).

“Adults, older girls, shops, magazines, newspapers, window signs-all the world had agreed that a blue-eyed, yellow-haired, pink-skinned doll was what every girl treasured.” (p. 20)

“Misery colored by the greens and blues in my mother’s voice took all of the grief out of the words and left me with a conviction that pain was not only endurable, it was sweet.” (p. 26).

lunes, 5 de agosto de 2024

Pérdida de sentido


Leí Lost in the Funhouse, colección de cuentos “experimentales” de John Barth. Como esperaba, no me gustó mucho. Tampoco puedo decir que lo haya leído demasiado bien; algunos cuentos los leí con atención mientras que otros, y cada vez más a medida que avanzaba, los leí en diagonal. En general no me gustan ni los beat (leímos acá, por ejemplo, Naked Lunch y On the Road) ni los posmodernos (The Crying of Lot 49); y lo experimental y lo metaliterario me gusta sólo en dosis muy pequeñas; Barth se pasa con ganas de mi nivel aceptado.

El cuento que más me gustó es el primero, “Night-Sea Journey”, que es la meditación de un espermatozoide mientras nada hacia la “orilla”. La “absurdidad” (l. 126) del viaje, así como todas las meditaciones metafísicas y cuasi religiosas sobre el significado de ese nadar de noche son un espejo del absurdo de la vida y las posibles explicaciones de su sentido. Por momentos sospecha el espermatozoide “que nuestra travesía marítima nocturna no tiene sentido” (l. 134) por lo que al “nadador pensante” le quedan sólo dos opciones: el suicidio o “abrazar el absurdo (…) seguir nadando sin motivo ni destino, por el sólo hecho de nadar, y, más aún, siendo compasivo con el compañero nadador, siendo que estamos todos en el mar e igualmente a oscuras.” (l. 156). Luego aparece la idea de un creador, e incluso la posibilidad de múltiples creadores, cada uno “creando miles de mares distintos (…) cada uno poblado como el nuestro por millones de nadadores, y que en casi cada instancia tanto el mar como los nadadores fueran aniquilados totalmente” (l. 192). Luego está la posibilidad de que un nadador, llegando a “la orilla”, consiga una “inmortalidad calificada” (l. 196) Y termina pidiendo el fin del juego macabro: “Si en contra de toda probabilidad esto llega a suceder, espero que Tu a través de quien hablo hagas lo que yo no puedo: ¡termina este asunto brutal y sin sentido!” (l. 268) (“Night-Sea Journey” también parafrasea a Howl, marcando quizás la pertenencia a una tribu: “He visto hundirse a los mejores nadadores de mi generación. ¡Sin número el número de los muertos!” - l. 131).

Otros cuentos continúan con la cuestión de la creación de la vida y lo que se hereda, en algunos pareciendo seguir al mismo personaje, Ambrose, que por un momento pensé sería el resultado del espermatozoide inicial. En “Ambrose His Mark”, dos vecinos pelean por un enjambre de abejas y esto está contado desde un bebé quien, al principio, no tiene nombre y que consigue su nombre justamente a partir de este episodio (Ambrose porque San Ambrosio tuvo un tema con abejas de bebé). “Water-Message” es una historia un poco más directa, con Ambrose de adolescente. En el cuento que le da nombre a la colección, “Lost in the funhouse”, es Ambrose quien se pierde en la casa encantada. Aquí hay menciones de espermatozoides (link al cuento inicial) y una dosis más alta de lo metaliterario, con el narrador acotando o sugiriendo alternativas al propio cuento y hasta con detalles técnicos como si fuera un profesor de literatura.

“Petition” es una carta en la que uno de los hermanos de una pareja de siameses le pide a un rey / deidad que lo separe de su hermano. Sentí que aparecía el doble borgeano –Barth dice en una nota al comienzo del libro que la “brillantez no ortodoxa [de Borges] transformó el cuento corto” para él (l. 56)– y doblemente: por el peticionante y su hermando doble y por la novia del hermano que aparece en un momento de manera doble. Al final, el pedido: “Ser uno: ¡el paraíso! Ser dos: ¡felicidad! Pero ser ambos y ninguno es atroz.” (l. 1145).

Tres cuentos se van lejísimo con lo metaliterario. “Autobiography” es un cuento donde el narrador es la propia historia. Más allá de eso sigue un poco con la idea de creación y paternidad (aunque se refiere al autor como padre de la historia): “Un hijo no es sus padres, sino la suma de sus vergüenzas enjuntadas. Una figura retórica. Sus maneras de hablar” (l. 625). En esa línea están también “Title”, algo así como un discurso sobre el sin sentido de la vida y de la literatura: “El mundo podría terminar antes que esta oración, o meramente la vida de alguien. Y/o la de alguien más.” (l. 1704). Y “Life-Story”, muy similar, que se pregunta primero “¿por qué estaría interesado un lector?” (l. 1823) si al final del día es “¡Otro cuento sobre un escritor escribiendo un cuento! ¡Otro regressus ad infinitum! ¿Quién no prefiere un arte que por lo menos abiertamente imite algo distinto a sus propios procesos?” (l. 1826). Más aún: “¡El lector! Vos, bastardo terco, ininsultable y orientado a lo impreso, a vos me estoy dirigiendo, a quién más, desde dentro de esta ficción monstruosa. ¿Así que llegaste hasta acá, entonces?” (l. 1974) y en ese momento me dije a mí mismo que bueno, no, que había llegado pero en diagonal nomás.

Finalmente, hay una serie de cuentos que son reescrituras o cuentos relacionados con la mitología y la literatura griegas. Sólo con uno de ellos (“Eccho”) intenté con algún nivel de fuerza entender: mi nota al final, escueta, dice “no entendí nada”.  Además de “Eccho” están “Glossolalia”, “Menelaid” y “Anonymiad”.

En fin, lo leí rápido durante una semana de vacaciones. Pero después tardé muchísimo en hacer esta nota. También me hizo pensar que quizás no quiero realmente estudiar Letras para tener que leer estas cosas y decir qué inteligentes que son.

 

 Originales de las citas

“our night-sea journey partakes of their absurdity” (l. 126).

“I have seen the best swimmers of my generation go under. Numberless the number of the dead!” (l. 131).

“to suspect … that our night-sea journey is without meaning” (l. 134).

“The thoughtful swimmer’s choices, then, they say, are two: give over thrashing and go under for good, or embrace the absurdity; affirm in and for itself the night-sea journey; swim on with neither motive nor destination, for the sake of swimming, and compassionate moreover with your fellow swimmer, we being all at sea and equally in the dark.” (l. 156).

“he took a sour pleasure in supposing that every ‘Maker’ made thousands of separate seas in His creative lifetime, each populated like ours with millions of swimmers, and that in almost every instance both sea 1 and swimmers were utterly annihilated, whether accidentally or by malevolent design. (Nothing if not pluralistical, he imagined there might be millions and billions of ‘Fathers,’ perhaps in some ‘night-sea’ of their own!)” (l. 192).

“he professed to believe that in possibly a single night-sea per thousand, say, one of its quarter-billion swimmers (that is, one swimmer in two hundred fifty billions) achieved a qualified immortality.” (l. 196).

“If against all odds this comes to pass, may You to whom, through whom I speak, do what I cannot: terminate this aimless, brutal business! Stop Your hearing against Her song! Hate love! “Still alive, afloat, afire.” (l. 268)

“A child is not its parents, but sum of their conjoinèd shames. A figure of speech. Their manner of speaking.” (l. 625).

“It was about this time that I came across the writings of the great Argentine Jorge Luis Borges, whose temper was so wedded to the short forms that, like Chekhov, he never wrote a novel, and whose unorthodox brilliance transformed the short story for me.” (l. 56)

“To be one: paradise! To be two: bliss! But to be both and neither is unspeakable.” (l. 1145)

“The world might end before this sentence, or merely someone’s life. And/or someone else’s.” (l. 1704).

“why should a reader be interested?” (l. 1823)

“Another story about a writer writing a story! Another regressus in infinitum! Who doesn’t prefer art that at least overtly imitates something other than its own processes?” (l. 1826)

“The reader! You, dogged, uninsultable, print-oriented bastard, it’s you I’m addressing, who else, from inside this monstrous fiction. You’ve read me this far, then?” (l. 1974).

lunes, 29 de julio de 2024

Brutalidad

Volví a ver, después de muchos años, The Pacific, una miniserie de diez capítulos sobre el teatro del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. La serie está bien, pero está tan lejos de su antecesora Band of Brothers que no puede sino dejar gusto a poco. 

Ambas miniseries comparten no sólo el tema más amplio, sino a sus creadores, Tom Hanks y Steven Spielberg. La Segunda Guerra Mundial es claramente un tema de interés para Spielberg, quien dirigió al menos cuatro películas sobre la guerra o relacionadas con ella (1941, Empire of the Sun, Schindler’s List y Saving Private Ryan). En esta última, de 1998, Spielberg dirige a Tom Hanks, y después Hanks y Spielberg producirán juntos tanto Band of Brothers (2001) como The Pacific (2010). 

Band of Brothers es simplemente extraordinaria; la vi entera por lo menos cuatro veces y no descarto volver a verla. Sigue a una unidad específica de paracaidistas durante el conflicto, desde su entrenamiento inicial hasta la desmovilización final. Eso ayuda a darle continuidad y permite ahondar en algunos personajes que estarán presentes en todos o casi todos los episodios. 

Esas son probablemente las cosas que hacen menos disfrutable a The Pacific, que en lugar de seguir a una unidad, va contando las historias de tres personajes que no se relacionan entre sí (más allá de que los tres son marines y combaten en el mismo teatro de operaciones). Las historias quedan un poco fragmentadas, no se unen demasiado bien, y no logramos conectar mucho con ellos (y mucho menos con los personajes secundarios). Los tres personajes son John Basilone, Robert Leckie y Eugene Sledge; de hecho, la miniserie está basada en los libros de los últimos dos (With the Old Breed: At Peleliu and Okinawa, de Sledge, y Helmet for My Pillow, de Leckie). 

Más allá de lo que falta, lo que sí logra transmitir la serie es la increíble brutalidad del teatro del Pacífico, que según recuerdo también se ve en Empire of the Sun. Las acciones bélicas en Europa estuvieron más o menos enmarcadas dentro de las reglas aceptadas de la guerra; las del Pacífico mucho menos, y mucho más motorizadas por el odio racial de los occidentales y el fanatismo religioso-político de los japoneses (que venían de cometer todo tipo de atrocidades en China y Corea). Años después de ver por primera vez The Pacific, en 2014 estuve en el Museo Nacional de la Guerra del Pacífico, un museo increíble para entender mejor qué pasó en ese teatro del que solemos saber mucho menos que del europeo. El museo está en Fredericksburg, Texas, porque allí nació el comandante americano del teatro, el almirante Nimitz. Aunque menos educativa que el museo y no tan buena ficción como Band of Brothers, valió la pena ver The Pacific la primera vez, aunque no tanto la segunda.

martes, 23 de julio de 2024

Descomposición


Leí y disfruté Tiempo muerto, de Margarita García Robayo, una novela corta sobre uno de los temas más habituales de la literatura moderna: un matrimonio en problemas o, más bien, los problemas del matrimonio. No está mal, por supuesto, porque sigue siendo cierto que todas las familias felices son iguales, pero cada pareja es infeliz de una manera única, y en eso, en esa subjetividad, se asienta mucha literatura. Hay un subconjunto de esto que es el de los muchachos, los muchachos que, llegando a los 40 o a los 50, empiezan a desesperar. En ese mundo puede inscribirse incluso una obra publicada por este servidor. Otro gran conjunto es el de las chicas, las chicas que, atravesadas por la maternidad, se dan cuenta de que el tipo que tienen al lado ya no les sirve tanto como antes, o que ellas han sido transformadas radicalmente, o que finalmente ven que ese tipo quiere una madre y que ellas ya tienen suficiente con los hijos de verdad, u otras combinaciones en esta tónica. 

En este caso, García Robayo cuenta la historia de cómo Lucía, ya un poco cansada de Pablo, se entera de que este era, en pocas palabras, y dicho en otras palabras por un cardiólogo, “un fiestero de puta madre” (p. 16). Pero detrás de eso hay algo más importante, la extrañeza entre dos que eran tan cercanos, que es también un poco la extrañeza frente a la imagen que nos devuelve el espejo después de algunos años: “Lo raro no son las infidelidades, piensa Lucía; ella también cometió algunas (...) Lo verdaderamente raro es mirar al otro y preguntarse quién es, qué hace ahí, en qué momento le cambiaron tanto los rasgos de la cara.” (p. 49)

García Robayo cuenta esta historia con humor y con un lenguaje y una estructura rápida, con capítulos cortos, con idas y venidas en el tiempo y el espacio, de New Jersey a Miami y Colombia, y con cierto aire caribeño, feliz. Y lo cuenta, también, un poco del lado de Pablo. Nos llega el punto de vista de Pablo, o quizás lo que Lucía piensa que sería ese punto de vista: “Antes de parir era la persona más inteligente y más bondadosa que él conocía, y ahí estaba su falla, pero él no la vio, o no quiso verla: nadie podía ser las dos cosas en grado superlativo.” (p. 25) ¿No será Lucía la que se siente transformada por la maternidad? “Pero esa imagen, la de su mujer y sus hijos acoplados orgánicamente en una especie de mátrix doméstica, lo perturbaba en un punto de su cabeza que no conseguía aplacar.” (p. 58) No estoy convencido que esa decisión sea la mejor; quizás el libro ganaría escrito en primera persona, con una mirada más primaria y sin la defensa de Pablo, pero en todo caso fue una lectura feliz.

 

Otras citas agradables

“Tenía dificultades con las tablas de multiplicar -eso decía una tal miss Fox en el último informe de la escuela- pero se sabía de memoria los dieciséis números de la tarjeta de crédito de su mamá” (p. 10).

“dos hijos constituían la medida perfecta de la maternidad. Más era presuntuoso. Menos era mezquino” (p. 18).

“el aire de ese lugar estaba intoxicado. Más que cambiarlo, pensó, habría que dializarlo” (p. 79).